Oraciones
al Espíritu Santo
Misa del Instrumento
– Oraciones al pie del altar y al introito
Envíanos al Espíritu de fortaleza del Señor
para que por El surja la creación renovada:
el Reino de Schoenstatt, nación de Dios,
que se asemeja a la eterna Ciudad de Sión,
…donde triunfa el amor
y reinan siempre la justicia y la verdad. Amén.
– Gloria
A ti, oh Dios, amor y honra,
a ti, que reinas sobre los mares;
cielos y tierra
siguen el camino que Tú les señalas.
Tú, Dios Padre, por amor
te das a tu Hijo totalmente,
en el Espíritu Santo
para eterno gozo.
Así eres en ti mismo perfecto;
eres el Amor que jamás cesa.
Amor envió al Hijo
como prenda de la Redención.
Amor dio al Hijo la vida
en la Madre y Esposa,
y a él, nuestro mayor bien,
le pidió derramar su sangre.
Amor hizo que él, antes de su muerte,
nos diera a su Madre y Compañera en herencia,
para que ella, como la puerta segura,
nos conduzca prontamente hacia Dios.
Con la fortaleza del Hijo
ella siempre supera victoriosa
el reino y la obra de Satán,
trayendo la paz al mundo.
Amor nos ha sumergido
en aquel que se nos regala diariamente
como ofrenda y alimento generosos
en este largo peregrinar.
Amor, para completar la Redención,
nos incorporó a la misión de la Palabra eterna,
nos hace participar fielmente de su destino
y nos engrandece como a sus instrumentos.
Amor creó al mundo
como peldaños de amor,
que nos conducen eficazmente hacia el cielo,
al corazón de Dios.
Del Amor eterno con diafanidad
vemos fluir torrentes de amor,
derramarse por cielos y tierra
y retornar a su fuente.
Amor y gloria sean dados a Dios en su trono,
al Padre y al Hijo
y al Espíritu Santo,
ahora y por toda la eternidad. Amén. ( H. el P. 34-44)
– Credo
Creemos con certeza
lo que nos dice la eterna Verdad;
inclinamos, dóciles, el entendimiento
y la seguimos con amor y obras.
La fe es la senda segura
que nos mostró el Verbo;
sólo quien reciba esta fe
alcanzará salvación eterna.
Creemos, oh Dios, que tu poder
dio al mundo la existencia,
que Tú lo mantienes y riges,
que lo conduces sabiamente a su fin.
Tú, que reinas en alturas celestiales,
quieres mirarnos cálidamente
y ver en nosotros a tu Hijo,
al que reina contigo en el trono eterno.
Somos tan pobres, débiles, míseros,
mas Tú nos engrandeces y dignificas,
para hacernos miembros de Cristo glorioso,
de él, nuestra Cabeza, que nos atrae hacia ti.
Tú, oh Dios, elevas nuestro ser,
te estableces en el alma como en un templo,
donde, con el Hijo y el Espíritu Santo,
te manifiestas huésped perdurable.
El cuerpo y el alma están consagrados
a la Santísima Trinidad,
que reina en nosotros como en el cielo
y nos habita con su riqueza.
Estamos así sobre el universo,
adentrados en la divinidad;
valemos más a tus ojos
que, sin nosotros, toda la tierra.
Las obras de todas las culturas
son tan solo polvo insignificante,
comparadas con la grandeza
que nos concede tu amor.
Nos has regalado a tu Hijo, que en silencio
pende por nosotros en la cruz;
nos envías al Espíritu Santo,
quien nos adoctrina y educa.
Pones un ángel a nuestro lado,
presto a custodiarnos,
y nos das una Madre bondadosa,
que con amor cuida de nosotros.
Nos confiaste solícitamente
a la Iglesia, Esposa de tu Hijo,
para que nos guíe por la vida
y alimente en nosotros el verdadero amor.
Tu Hijo se ofrece benignamente por nosotros
como ofrenda en el altar;
allí está como amigo y alimento
en toda circunstancia, silencioso y cercano.
Nos contemplas con mirada paternal
y nos participas de la felicidad de tu Hijo;
dispones todo cuanto nos acontece,
para nuestra eterna salvación.
Cada sufrimiento es un saludo tuyo,
que da alas a nuestra alma,
con vigor nos marca el rumbo
y mantiene vivo nuestro esfuerzo.
Renovadamente nos apremia a decidirnos
a estar prontos para Cristo
hasta que sólo él viva en nosotros,
y en nosotros actúe y nos impulse hacia ti.
Como el girasol se vuelve
al sol, que lo regala con abundancia,
Padre, nos volvemos creyentemente hacia ti
con el pensamiento y el corazón.
Silencioso y paternal
te vemos detrás de cada suceso;
te abrazamos con amor ardiente
y con ánimo de sacrificio vamos alegres hacia ti.
Te damos gracias, honor y gloria
en el santuario de nuestra alma;
allí jamás te dejaremos solo,
queremos estar siempre junto a ti.
Con los ángeles y santos
nuestro corazón gira en torno al altar;
late por aquel que, allí oculto,
sacia el vehemente anhelo de amor.
Creemos que se nos dará
la gloria y la dicha de la resurrección,
y que un día, iguales a Cristo transfigurado,
viviremos plenos y radiantes en cuerpo y alma.
Al venir el Juez del mundo,
aquel que sostiene con firmeza el cetro real,
haz, Padre, que estemos a su derecha
y vayamos con El a las bodas eternas. Amén. (H. el P. 60-81)
– Ofertorio
Desciende, Espíritu Santificador;
bendícenos y bendice estos dones
a fin de que ellos agraden a la Santísima Trinidad,
y entona por nosotros himnos de júbilo. Amén.
(H. el P. 91)
Oficio de Schoenstatt
– Tercia
Tu Santuario irradia sobre nuestro tiempo
los resplandores y la gloria del Sol del Tabor.
Donde se manifiesta con claridad el Sol de Cristo
y, como en el Tabor,
traza un recorrido victorioso,
allí es bueno estarse,
allí se está como en el Paraíso,
pues el Espíritu Santo ha establecido su morada.
Vaso entregado al Espíritu de Santidad,
envuelta enteramente
por el Sol resplandeciente del Tabor,
actúas en Schoenstatt,
bondadosa Medianera,
guiándonos hacia el Espíritu Santo.
Haz que el Espíritu de Cristo
nos penetre hondamente;
en abundancia obséquianos
con elocuentes lenguas de amor,
para que, a semejanza tuya, Espejo de Justicia,
brille a través de nosotros el resplandor de Cristo.
El universo entero
con gozo glorifique al Padre,
le tribute honra y alabanza
por Cristo con María,
en el Espíritu Santo,
ahora y por los siglos de los siglos. Amén. (H. el P. 196-200)
– Vísperas
El sol se encamina al reposo y nos invita
a dirigir hacia el Cenáculo la mirada.
Allí para la Iglesia
imploraste al Espíritu Santo,
quien la liberó de las miserias de la mediocridad,
la inició en la doctrina de Cristo
y avivó en ella
el espíritu de apóstoles y de mártires.
También así quieres actuar en nuestro Santuario
fortaleciendo la fe
de nuestros débiles ojos,
para que contemplemos la vida
con la mirada de Dios
y caminemos siempre bajo la luz del cielo.
Haz que esa luz me ilumine,
y mire con fe
cómo el amor del Padre
me acompañó en este día.
Fidelidad a la misión
sea mi agradecimiento por sus innumerables dones.
El universo entero
con gozo glorifique al Padre,
le tribute honra y alabanza
por Cristo con María,
en el Espíritu Santo,
ahora y por los siglos de los siglos. Amén. (H. el P. 211-215)
Vía Crucis del Instrumento
– Novena estación: Jesús cae por tercera vez
Apóstoles de esa índole hay en todos los tiempos;