EN LAS MANOS DEL PADRE
P. José Kentenich
Textos escogidos; preparados por encargo del Consejo General de la Obra de Schoenstatt; editados y elaborados por el P Günther M. Boll, la Hna. Dra. M. Nurit Stosiek y el P Dr. Pedro Wolf.
© 1998 by Patris Verlag GmbH,
Vallendar-Schoenstatt, Alemania
Título de la edición alemana:
Geborgen im Vater-Gott
Traducción al español:
Prof. Sergio Danilo Acosta
Diseño e Imágenes:
Margarita Navarrete M.
© EDITORIAL NUEVA PATRIS S.A.
José Manuel Infante 132, Providencia
Tels/Fax: 235 1343 - 235 8674
Santiago, Chile
N° Inscripción: 107.192
ISBN: 978-956-246-485-7
1a Edición eBooks: 2011
Índice
Introducción
El comienzo estuvo marcado por la invitación del Santo Padre a prepararse juntos al año 2000. Entre tanto, y a partir de la respuesta a esa invitación, se nos ha ido abriendo un camino que nos une a través de los distintos países y continentes. Se produjo un eco a nivel mundial que suscita nueva vida y nueva alegría en la fe; que fortalece el interés y alienta a ser portadores de la fe en el nuevo milenio. Muchos tienen la experiencia de que las grandes verdades de nuestra fe cristiana han cobrado una nueva fuerza en la proclamación y aplicación que de las mismas hace el P. José Kentenich.
Luego de las antologías de textos alusivos al Año de Cristo y al Año del Espíritu Santo, aparecidas en diferentes ediciones y traducciones, desde muchos ambientes se elevó el pedido de que en el Año de Dios Padre se editase una antología similar. Ya en la fase inicial de reunión del material se hizo patente la abundancia casi inabarcable de textos sobre este punto. En el P. Kentenich la proclamación de Dios Padre está unida -más de lo que sucede en el caso del tema de Cristo o del Espíritu Santo- a una profunda conciencia de misión. En efecto, tanto su historia personal cuanto el desarrollo histórico de su fundación hicieron madurar en él la convicción de ser el portador de una expresa misión paterna.
En el siglo de las dos Guerras Mundiales y de una gama de atrocidades que van desde Auschwitz al archipiélago Gulag, la fe en un Dios Padre providente y amante de sus hijos sufrió tremendas conmociones. Y precisamente en un tiempo de tales características el P. Kentenich se convierte en un grande e infatigable proclamador de la paternidad divina. En medio de una época y cultura signadas por un desarrollo que apunta a una sociedad sin padres (A. Mitscherlich) y por el anuncio del fin del patriarcado en la literatura feminista, el P. Kentenich vuelve a hacer brillar, con ímpetu profético, el mensaje del Padre que nos trajo Jesús.
El P. Kentenich anuncia el mensaje de la paternidad de Dios no como una persona piadosa alejada del mundo, aferrado al ayer, ajeno a la historia de nuestro tiempo, confinado en una ermita o desde el escritorio del erudito. Su vida personal estuvo colmada de padecimientos que hubiesen podido quebrantar su fe en Dios Padre: debió criarse sin la atención de su padre biológico. En su época de estudiante atravesó una crisis existencial de fe; sufrió luego a manos del régimen nazi el calabozo en los sótanos de la cárcel de la Gestapo y el confinamiento en el campo de concentración de Dachau y, finalmente, un exilio de más de catorce años por disposición del Santo Oficio. Su fe pasó por el fuego de este siglo. El P. Kentenich supo de la crítica dura y de las objeciones hirientes y también, por propia experiencia, del riesgo que entraña la fe.
A lo largo de toda su labor, pregona sin cesar el mensaje del Padre que nos trajo Jesús y en esta proclamación se orienta ampliamente por el testimonio bíblico. Con perceptible amor despliega los rasgos paternales de la imagen de Dios que nos transmite Jesús y nos habla de una expresa “misión paterna” del Señor. Muchas veces presentó el Padrenuestro como “escuela de oración” para todo cristiano y supo adecuar a nuestro tiempo, con gran maestría, la parábola del padre misericordioso y el hijo pródigo (Lc 15, 11-32).
Para el Fundador de Schoenstatt, en la imagen de Dios que ama misericordiosamente están contenidos también los rasgos maternales del rostro divino, que más allá de él tienen su reflejo femenino y maternal en la Santísima Virgen.
El P. Kentenich ve en la teología y proclamación de la naciente Iglesia, especialmente en San Pablo y San Juan, la asunción y aplicación de lo que se había fundamentado ya en la proclamación y en el misterio de la vida de Jesús. Acentúa con fuerza creciente los rasgos del Padre misericordioso, presentándolo como un mensaje liberador para el hombre moderno. Hacia el final de su vida lo hacía incluso con mayor insistencia y seguridad. Obrando de esta manera se sabía en las huellas del pensamiento y del discurso paulino sobre Dios.
Había que proclamar para los tiempos y la Iglesia venideros el mensaje del amor misericordioso de Dios Padre. Y en ello el P. Kentenich avizora una misión para sí y su familia espiritual. Su imagen de Dios está inspirada en el pensamiento bíblico en la medida en que está ligada a la dinámica de la historia de salvación y que, el sentido del Apocalipsis, busca recapitular todo encauzándolo hacia Dios Padre, única orientación de validez definitiva. Considera la historia de la humanidad y del cosmos como un retorno victorioso del mundo al Padre. De esta manera lo que se halla escrito sobre el lugar donde muriera el fundador de Schoenstatt vale también para la vida de todo cristiano: Hacia la casa del Padre va nuestro camino.
Lo que el P. Kentenich toma y enarbola del mensaje del Padre que nos trajera Jesús, trae aparejado consigo, como consecuencia intrínseca para la teología y la vida, un contar seriamente con el cuidado y guía amorosos del Padre a través del cultivo de la fe práctica en la Divina Providencia. La fe activa y práctica en la Divina Providencia implica vivir con radical seriedad la fe en el mensaje del Padre que nos proclama Jesús.
Precisamente en este punto surgen para el hombre de hoy graves cuestionamientos y problemas. El P. Kentenich no pasa por alto que el hombre moderno sufre ante la imposibilidad de comprender la acción de Dios y admite que los defensores de la corriente “de abandono de Dios” presentan objeciones plenamente justificadas. Con mirada clarividente constata distorsiones de la verdadera imagen de Dios y de padre en nuestra cultura y en la tradición del cristianismo. Con actitud decidida desenmascara los falsos dioses y la desfiguración o distorsión de la imagen de padre. Más aún, se vuelve decididamente contra una visión unilateral de Dios en la tradición de Occidente, a la cual considera determinada y signada mucho más fuertemente por la justicia que por el amor.
Con “la ley fundamental universal del amor”, que expone basándose en San Francisco de Sales, apunta a delimitar una imagen de Dios fundada consecuentemente en el amor (cf 1 Jn 4, 8) y determinada por él. Está convencido de que en definitiva sólo la fe en la Divina Providencia puede responder los grandes interrogantes que tiene el hombre moderno ante el mundo y la vida.
Tanto en las personas como en las comunidades que se confían a su guía espiritual, el P. Kentenich procura educar una conciencia que asuma seriamente el pensamiento bíblico de que somos las pupilas de los ojos y la ocupación predilecta de Dios. Naturalmente caminaremos a lo largo de toda nuestra vida en el claro-oscuro de la fe. Porque recién en el cielo -y citando una imagen a la que solía apelar el P. Kentenich- reconoceremos el diseño ordenado del lado derecho de ese tapiz del cual ahora sólo vemos en su revés, vale decir, en su forma de maraña inextricable de hilos.
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