14. La Familia de Nazaret, ideal de la familia schoenstatiana
Plática del 20 de agosto de 1962 en Milwaukee
Actualmente estamos hablando acerca del ideal de la familia de Schoenstatt. Con anterioridad nos hemos ocupado durante mucho tiempo de la esencia de la educación y de la meta de la educación. Ahora se trata de aplicar prácticamente lo que hemos escuchado a nuestra vida cotidiana.
El ideal de la Familia de Schoenstatt
La pregunta dice, en cuanto queremos llegar a ser una familia de Schoenstatt, ¿cuál es el ideal de una familia semejante?
La definición es muy abstracta y quiere ser llevada, en cada caso, a los detalles individuales. Habíamos dicho: una familia de Schoenstatt es una familia que, en virtud de la Alianza de Amor con la Madre y Reina tres veces admirable de Schoenstatt, se esfuerza exitosamente en vivir según el modelo de la Sagrada Familia aplicado a nuestro tiempo y en ser un ejemplo de esa misma vida para los demás.
Ahora no queremos referirnos a la Alianza de Amor como la fuente de la vida de Schoenstatt y de la vida de familia. La pregunta para nosotros es la siguiente: ¿qué podemos aprender, en nuestro contexto, de la Sagrada Familia y del carácter imitable de la Sagrada Familia?
Hemos dicho que la Sagrada Familia fue, en sí, el ámbito físico y espiritual del cual surgió el Sumo y eterno sacerdote. Aplicándolo a nosotros, podemos constatar que nuestra familia debería ser también el ámbito físico y espiritual del cual puedan surgir sacerdotes, es decir, sacerdotes ministeriales, o religiosos, o bien hombres que vivan el sacerdocio común de los fieles o auténticos apóstoles.
De la Sagrada Familia surgió el sumo
y eterno Sacerdote
Así interpretamos la expresión que dice que de la Sagrada Familia surgió el Sumo y Eterno Sacerdote. Todos nosotros sin excepción, seamos sacerdotes, religiosos o laicos, debemos participar de alguna manera en el carácter sacerdotal del sumo y eterno Sacerdote. No quisiera repetir aquí lo que dije acerca de esas dos ideas, a saber, que la Sagrada Familia fue el ámbito físico del cual surgió el sumo y eterno Sacerdote. Solamente queremos recordar de nuevo un pensamiento. Recordamos que la Sagrada Familia, en particular, la Santísima Virgen, dio la vida al sumo y eterno Sacerdote. ¿Qué significa esto? Si la Santísima Virgen no le hubiese dado la vida, él jamás hubiese podido ser sacerdote ni actuar como tal.
Cuatro son las expresiones que queremos grabarnos en este contexto. En cuanto Sacerdote, la Santísima Virgen es para Jesucristo, en primer lugar, la que prepara la ofrenda; en segundo lugar, la que sirve a la ofrenda; en tercer lugar, la que consuma la ofrenda.
Aplicándolo a nosotros, ¿cómo deberíamos comprender a nuestros niños? Ellos son una ofrenda que Dios, de alguna manera, quiere recibir de nuevo de parte nuestra. Un hijo no es, pues, solamente un producto natural de nuestra convivencia. No: debemos comprender a nuestros hijos como un regalo del Padre celestial. Dios quiere que se los devolvamos.
2.1. María es quien prepara la ofrenda:
En primer lugar, debemos imaginarnos cómo María preparó la ofrenda, y formalmente como ofrenda. No solamente en cuanto educó a Jesús como niño, sino en cuanto lo preparó como ofrenda para Dios. Cristo vino de Dios y fue regalado nuevamente a Dios como ofrenda.
2.2. María es quien sirve a la ofrenda:
En segundo término, ella alimentó esa ofrenda. Ella se ocupó de la ofrenda, y siempre formalmente como ofrenda. ¿Comprenden por qué lo subrayo tan fuertemente? Porque se trata de pensamientos que hemos olvidado tanto en nuestra época secularizada. Vemos a nuestros niños demasiado como meros regalos naturales, y no como don de Dios que debemos retornar a Dios. Ésta es, en general, la gran tarea que debemos cumplir: relacionar nuevamente la vida con Dios, también la vida de nuestros hijos. La Santísima Virgen, pues, es la que sirve a la ofrenda.
2.3. María es quien consuma la ofrenda:
En tercer lugar, María es la que consuma la ofrenda. Cuando María, en el Templo, devolvió a Jesús al Padre a través de las manos del sacerdote, ella renunció espiritualmente al niño y lo entregó espiritualmente a Dios para su tarea. Ésta es la misión que también nosotros debemos tener siempre ante nuestros hijos: devolver espiritualmente nuestros hijos a Dios, aun cuando no sepamos de qué manera los quiere Dios. No tiene por qué ser como sacerdotes. Pero si él los llama como sacerdotes, entonces también debemos devolvérselos como sacerdotes. No tiene tampoco por qué ser como religiosos. Pero si él los quiere como tales, también debemos devolvérselos como religiosos. De todos modos, Dios quiere utilizarlos como apóstoles laicos en cuanto participan del sacerdocio común de los fieles. Lo importante es siempre la actitud, la actitud fundamental sobrenatural.
Ésta es la gran tarea que tenemos hoy: unir todo nuevamente con Dios, más aun cuando se trata de nuestros hijos. Finalmente, en tercer lugar, la Santísima Virgen es la que consuma la ofrenda. Junto a la Cruz, ella ofreció a Cristo al Padre celestial por nosotros. Ésa es la gran tarea que tenemos siempre como padres: de algún modo tenemos que engendrar dos veces a nuestros hijos. La primera vez los recibimos de Dios. Y después los regalamos nuevamente a Dios en las distintas vocaciones. Es indistinto, pues, en qué vocación Dios quiera tener a los niños. Ellos son propiedad suya.
Lo reitero: la Sagrada Familia fue el ámbito físico en el cual el Señor, el Sumo y Eterno Sacerdote, surgió y fue educado. Resumimos nuevamente las tres ideas: En primer lugar, la Santísima Virgen es la que prepara la ofrenda; en segundo lugar, la que sirve a la ofrenda; en tercer lugar, la que consuma la ofrenda.
2.4. María es quien reparte los frutos de la ofrenda:
Ahora viene la cuarta expresión: Ella es también la que reparte los frutos de la ofrenda. En lo práctico, esto significa que también nosotros, como padres, participamos de los frutos que los niños cosecharán alguna vez para el Reino de Dios. La familia es, pues, el ámbito físico en el cual cada uno, en nuestro caso los niños, debe ser formado como imagen de Cristo.
Queremos recordar nuevamente cuánto significó para el Señor la familia a lo largo de toda su vida. Él la puso en el centro de su actividad como Salvador. Treinta y tres años permaneció en la tierra. Treinta de esos años los pasó en el seno de su propia familia. Ello indica qué importancia adjudicó a la familia en su actividad como Salvador.
De lo anterior podemos concluir qué tan alta ha de ser la estima que debemos tener por nuestra propia familia, más aun en una época en que en todas partes se sacuden sus pilares. La familia debe ser disuelta, aniquilada, destruida. Mientras tanto, el Señor dedicó su primera actividad como Salvador a la familia. Apenas había sido concebido por la Santísima Virgen y ya fue llevado, pasando la montaña, a la casa y a la familia de su prima Isabel. ¡Y con qué abundancia ya él distribuyó allí sus gracias de salvación! Para Zacarías, para la mujer y para el niño, el pequeño Juan en el seno de su madre.
De todo ello podemos concluir qué importancia debería tener para nosotros nuestra propia familia. Podremos tener sabe Dios cuánto apostolado externo: el ámbito de apostolado más importante debería ser siempre nuestra familia.
La familia, el ámbito físico
de las vocaciones religiosas
¿Y qué leyes matrimoniales instituyó Jesucristo a fin de constituir la familia? Él instituyó la unidad del matrimonio. Sobre todo, aseguró en la familia a la mujer contra la avidez masculina. Por esa razón, no solamente no se puede violar de manera alguna a la mujer de otro hombre, sino que ni siquiera se puede tener el deseo de cohabitar con ella.
En resumen, si contemplamos todo esto, percibimos qué significa afirmar que la familia es el ámbito físico para futuros sacerdotes, para engendrar y educar vocaciones religiosas.