LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA
P. JOSÉ KENTENICH- Textos escogidos
Peter Wolf, Editor
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I ISBN: 978-956-246-503-8
1ª Edición eBooks: 2011
Dedicado a S. Excia. Rvdma.,
Dr. Robert Zollitsch,
Arzobispo de Friburgo en Brisgovia
Introducción
Aconteció el 8 de diciembre de 1965.
Cientos de miles de personas se habían congregado en la plaza de san Pedro. Se celebraba la clausura del Concilio Vaticano II. El sorpresivo y audaz anuncio del Papa Juan XXIII, en 1958, había desencadenado un acontecimiento que quizás fuese el más ambicioso de toda la historia de la Iglesia. Durante años, el interés no sólo de la Iglesia sino de la sociedad estuvo puesto en Roma. Quizás ya no podamos imaginarnos cabalmente la magnitud de las expectativas y esperanzas que suscitara esa asamblea internacional de la Iglesia a comienzos de los años sesenta.
En la Iglesia católica reinaba una inusitada atmósfera de cambio. Muchos no habían creído que la Iglesia aún fuese capaz de generar tal atmósfera. Dentro y fuera de la Iglesia se seguía con interés lo que ocurría en Roma. Muchos cristianos evangelistas observaban con simpatía y vivo interés todo lo que se estaba movilizando allí. El papa Juan XXIII había invitado a un concilio pastoral. Quería abrir las ventanas y realizar un valiente “aggiornamento”, a fin de que la Iglesia se preparase para enfrentar el futuro en un mundo que, luego de dos Guerras Mundiales, se hallaba en un vertiginoso proceso de desarrollo económico y social, y experimentaba cambios radicales. En medio de esa aceleración del tiempo, era sumamente necesario que la Iglesia revisase la concepción que tenía de sí misma y reflexionase sobre su relación con el mundo.
En las constituciones centrales “Lumen Gentium” y “Gaudium et Spes”, los Padres conciliares afrontaron el desafío de un mundo transformado y comenzaron a entablar un diálogo e intentar respuestas.
Fue un concilio en el cual se luchó por despejar el camino hacia el futuro. Hubieron de chocar muy fuertemente un pensamiento endurecido y conservador con otro progresista. Sin embargo, fue un concilio de mayorías abrumadoras tal como puede comprobarse al examinar los resultados de las votaciones. El camino hacia el futuro contó con el aval de la mayoría, lo cual suscitó grandes esperanzas en mucha gente. El panorama eclesiástico estaba en proceso de cambio y no se hallaba todavía determinado por partidos de izquierda ni derecha que se hostigasen mutuamente, fenómeno que, desde la finalización del concilio, suele producirse hasta hoy, perturbando y obstaculizando la vida.
El P. Kentenich en Roma
El P. Kentenich arribó sorpresivamente a Roma pocas semanas antes de la clausura del concilio. El 13 de septiembre de 1965, había recibido, en los Estados Unidos, un telegrama cuyo origen no ha sido aclarado definitivamente hasta hoy, por el cual se lo convocaba a Roma. El 17 de septiembre viajó a Europa rumbo a la Ciudad Eterna. Había estado catorce años desterrado en Milwaukee, Estados Unidos, lejos de su fundación de Schoenstatt. La falta de comprensión ante la novedad de su fundación y las tensiones surgidas en torno a su persona le habían acarreado ese destino. La suprema autoridad de la Iglesia había decidido su alejamiento. De modo similar había procedido con otras personalidades tales como Teilhard de Chardin, Yves Congar, cuyos pensamientos e ideas parecían audaces o muy inusitados. “Sólo en el ataúd” habría de regresar a Europa, se le había dicho al P. Kentenich antes de emprender su viaje de ultramar.
El alejamiento se convirtió en un exilio de catorce largos años. Años de reflexión y de adquirir certeza sobre lo que había surgido en torno de él y del Santuario de Schoenstatt semejante a una admirable eclosión. El P. Kentenich no cedió paso a la amargura y aprovechó el tiempo para desplegar una variada labor y estudio pastorales. En los últimos años, había seguido con gran interés el acontecimiento del concilio, convenciéndose cada vez más de que lo que pretendía este concilio había sido ya establecido y elaborado en su fundación desde hacía décadas. Tuvo la certeza de que el Espíritu de Dios había estado actuando desde hacía mucho tiempo y de que el Movimiento fundado por él, que entre tanto se había hecho internacional, era portador de una misión hondamente conciliar.
Así pues surgió en él la idea de que Schoenstatt, en relación con el Concilio Vaticano II, tenía una misión similar a la que tuvieran los jesuitas en relación con el Concilio de Trento. En efecto, los jesuitas habían colaborado decisivamente para que las resoluciones de Trento se hicieran realidad. Porque con la discusión y redacción de las resoluciones de un concilio no se logran ni con mucho las metas y propósitos de una tal asamblea ecuménica. Hacía falta personas concretas y comunidades enteras que llevasen el proceso de un concilio a su meta e hiciesen realidad sus ideas.
El Cardenal Bea, con quien se entrevistó el P. Kentenich en Roma en las últimas semanas del concilio, y quien hiciera gestiones para que finalizara el exilio del P. Kentenich y pudiera él quedarse en Roma, le dijo: “Sin el concilio usted jamás habría sido entendido”.
En la última etapa del concilio se produce la rehabilitación. El 20 de octubre de 1965 la asamblea plenaria de los cardenales del Santo Oficio anuló todas las anteriores resoluciones contra el P. Kentenich. Dos días después, Pablo VI confirmó esta resolución de los cardenales del Santo Oficio.
Señal para el futuro
El P. Kentenich, junto con los responsables de su fundación internacional, aprovechan el gran día de la solemne clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, para dar una señal de cara al futuro. Fue el día de la colocación simbólica de la piedra fundamental de un Santuario y Centro de Schoenstatt en Roma. El 16 de noviembre, el Consejo General de la Obra Internacional de Schoenstatt le había hecho un gran regalo con motivo de su octogésimo cumpleaños. Los principales dirigentes de las comunidades representadas en el Consejo General habían prometido al fundador erigir en Roma un Santuario y Centro de Schoenstatt. El Santuario de Roma debía ser un símbolo de la libertad recuperada del fundador, de la unidad de la Obra y de la misión para la Iglesia, tal como lo declarase Mons. Heinrich Tenhumberg en la celebración del cumpleaños.
Muchos años antes, nuestro fundador había urgido a ir hacia Roma. Ya en 1947 había buscado la posibilidad de erigir una capilla de la MTA en las cercanías de Castelgandolfo. En el contexto de la beatificación de Vicente Pallotti, en 1950, se habló nuevamente de reflexiones y esfuerzos del fundador por construir un Santuario de Schoenstatt en la misma ciudad de Roma, en Montecucco o bien en el jardín del Generalato de los Palotinos. En un curso de Hermanas de María surgió, en esos años, la idea y el anhelo de levantar un Santuario en los jardines del Vaticano. Se trataba siempre de llevar a Roma la irrupción de vida y la misión de Schoenstatt y ofrecerlas a la Iglesia.
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