Eduardo Aguirre - Claves de la vitalidad de Schoenstatt

1. Fundamento histórico:

Schoenstatt surge como
Movimiento Apostólico

a) Fe en un encargo divino

Ya en el momento mismo de la fundación de Schoenstatt, en el «Acta de Fundación», el P. Kentenich vislumbra un gran horizonte en el trasfondo del pequeño acto que realiza en ese momento. Él ya intuye la trascendencia que tendrá esa iniciativa:

«Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia. Sospecharán lo que pretendo: quisiera convertir este lugar en un lugar de peregrinación, en un lugar de gracia, para nuestra casa y toda la provincia alemana y quizás más allá (...) ¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!»

Es así cómo, desde sus inicios, Schoenstatt está marcado por un fuerte espíritu apostólico y por la conciencia de una gran tarea. Y a medida que el Movimiento va creciendo y desarrollándose, se va percibiendo más y más como una iniciativa de Dios para responder a los desafíos del tiempo y ayudar a una renovación de la Iglesia. Schoenstatt, como obra de Dios, quiere ser ante todo un Movimiento apostólico que sirva a la Iglesia para que ésta pueda asumir su misión de anunciar a Cristo en el mundo moderno y ser capaz de gestar una nueva cultura cristiana.

«Es un hecho comprobado cotidianamente, que el fin determina la comunidad. Conocemos la «causa finalis» (la meta) del Movimiento: es el apostolado universal. Hay que detenerse un momento a reflexionar lo descabellado que era ese pensamiento: jóvenes que imaginaban, que a través de ellos y desde aquí, desde su lugarcito predilecto (el Santuario), debía surgir un Movimiento de renovación universal.» (APL 1928, 33)

En este sentido, estudiando la historia de Schoenstatt se puede percibir muy claramente una marcada conciencia de elección de Dios y una gran fe en la misión que se le ha encomendado para el tiempo futuro:

«Así creció en nosotros una marcada conciencia histórica; es decir, la convicción de una misión de Schoenstatt, creadora de historia, para la realización de una clara y definida visión del futuro, que emana de una profunda interpretación providencialista de la historia.»

Esta fe en una misión encomendada por Dios ha sido siempre la motivación y el impulso fundamental que han movido a miles de personas, en todo el mundo, a consagrar sus fuerzas a la Obra de Schoenstatt y a sus tareas apostólicas.

b) Conciencia profética del fundador

Si Schoenstatt cultiva una fuerte conciencia de misión ello se debe a que el P. Kentenich se la inculcó sin descanso. Él siempre se encargó de proyectar y orientar apostólicamente a la Familia, recalcando la responsabilidad que le cabía frente a la Iglesia y el mundo. No se cansaba de insistir en que «dones son tareas» , es decir, que aquello que Schoenstatt ha recibido como regalo y bendición de lo alto, lo compromete a servir y a dar generosamente, tal como lo expresa la «parábola de los talentos» (Cf. Mt 25, 14-30)

En los orígenes de Schoenstatt, el P. Kentenich habla a los jóvenes del paralelo entre Ingolstadt y Schoenstatt.

Ingolstadt es una ciudad alemana donde prosperó, a partir del siglo XVI, una Congregación Mariana en la que participaron y fortalecieron su fe los futuros gobernantes y hombres influyentes de Baviera, que más tarde impidieron que este estado sucumbiera al protestantismo, como ocurrió con la mayoría de los estados alemanes. Así también Schoenstatt debía ser cuna de hombres que luchasen por la fe cristiana, en medio de un mundo cada vez más secularizado:

«¿Qué significa el paralelo? En ese entonces nos habíamos propuesto trabajar para que desde ese pequeño Santuario surgiera una renovación religioso-moral del mundo. Aquello que nos habíamos propuesto, lo vimos ya realizado una vez en la historia y de ahí llegamos a formular: lo que significó Ingolstadt para la renovación religioso-moral del mundo en ese entonces, lo debe realizar en nuestro tiempo Schoenstatt.» (APL 1928, 25 s)

Entre los años 1919 y 1921, el P. Kentenich define los estatutos del Movimiento Apostólico de Schoenstatt con la clara intención de que éste pueda aportar dirigentes laicos para servir a la Iglesia. Esto es lo que da sentido e impulso a sus esfuerzos de fundador. Con esto se adelantaba al Concilio Vaticano II, destacando la misión que le corresponde jugar al laico en la Iglesia y en la evangelización del mundo en el tiempo actual.

En 1929, el fundador hace una afirmación que tendrá siempre presente en el futuro y que reafirmará una y otra vez: «A la sombra de este Santuario, (el de Schoenstatt) se codecidirán esencialmente los destinos de la Iglesia en Alemania y más allá, en los próximos siglos» . Estas osadas palabras sólo se pueden entender y tomar en serio sobre el trasfondo de una profunda fe en Schoenstatt, como obra de Dios, y a partir de una marcada conciencia de misión divina.

Así podríamos seguir recorriendo la historia de Schoenstatt para encontrar en todo momento esta conciencia de misión, el sentido de responsabilidad apostólica y la urgencia de dar respuesta a los desafíos del tiempo. Esto fue lo que motivó e impulsó permanentemente al P. Kentenich a entregarse por entero a su Obra y, con este mismo espíritu apostólico, quiso sellar su Familia para siempre:

«Déjenme soñar un poco... comienzo con nuestra misión... tantas veces, llenos de fe, nos hemos denominado ‘obra e instrumento escogido...’ y hemos hecho la comparación entre el pueblo elegido de la historia de la salvación y nosotros... A esta luz contemplo con gusto nuestra misión. Si la llevamos a cabo con fe y amor, nuestra Familia llegará a ser fuente de salvación para incontables personas, con nosotros y a través de nosotros.»

En este mismo contexto, la fecha del 31 de Mayo de 1949 tiene un significado muy especial en la historia de Schoenstatt. En esa oportunidad, en el Santuario de Bellavista (Santiago de Chile), pronuncia una plática de gran trascendencia para el Schoenstatt internacional. En ella exhorta e impulsa a la Familia, en la fuerza de una irrupción de gracias, a asumir con mayor conciencia su misión y a comprometerse con mayor radicalidad en su realización en vista de la urgencia frente a la crisis del tiempo. Quiere movilizar Schoenstatt para anunciar su mensaje y dar su aporte con mayor decisión y más apertura, para la renovación de la Iglesia y la humanidad. Es así como el P. Kentenich usará expresiones que llegarán a ser clásicas en la conciencia de la Familia:

«(...) el Padre Dios nos ha confiado una gran tarea para todo el mundo, especialmente para Europa, para Occidente. (...) Se trata de desenmascarar y sanar radicalmente el germen de la enfermedad que aqueja el alma occidental: el pensar mecanicista. (...)

«Quien tiene una misión, debe serle fiel y cumplirla!»

Movido por su fe y sabiéndose un instrumento escogido de Dios, el P. Kentenich, portador de un gran carisma para la Iglesia de nuestro tiempo, despertó grandes horizontes y un gran ardor apostólico en sus seguidores. Él no fundaba su confianza en las capacidades humanas, materiales u organizativas con las que contaba el Movimiento, sino en su fe en que María derramaría torrentes de gracias desde el pequeño Santuario para nuestro tiempo. Es decir, en la certeza de la acción del Espíritu Santo, a través de Schoenstatt, para toda la Iglesia, a semejanza de un nuevo Pentecostés. Esta conciencia de elección es lo que animaba su conciencia profética de misión y lo que quiso infundir en su obra:

«Ustedes, a su manera, pueden ayudarme a llevar la responsabilidad y compartir la misión de la Familia. (...) Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque un salto mortal siga a otro. La misión de profeta trae siempre consigo suerte de profeta. (...) Por eso tenemos el valor de exclamar con Pablo: ¡No puedo dejar de predicar! No puedo hacer otra cosa, debo esgrimir la palabra. Ustedes comprenden cuán grande es esta gigantesca tarea para nuestro desvalimiento. (...) Si no contáramos con la buena voluntad de la Santísima Virgen, nunca nos atreveríamos a dar este arriesgado paso.»