LA SANTÍSIMA TRINIDAD
P. José Kentenich
Textos escogidos; preparados por encargo del Consejo General de la Obra de Schoenstatt; editados y elaborados por el P. Günther M. Boll, M. Pia Buesge, la Hna. Dra. M. Nurit Stosiek y el P. Dr. Pedro Wolf.
© 1999 by Schoenstatt-Verlag GmbH,
Vallendar-Schoenstatt, Alemania
Título de la edición alemana:
Im Bund mit dem Dreifaltingen
Traducción al español:
Roberto Bernet
© EDITORIAL NUEVA PATRIS S.A.
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Prólogo para hispanoparlantes
“Plasmar nuestro amor a María en tal forma,
que la Santísima Trinidad y la Redención
lleguen a ser nuestros misterios predilectos”
(P. José Kentenich, Hacia el Padre, 239)
Tradición sostenida en la cultura de Hispanoamérica
Extraño y significativo es el entrelazamiento entre la Santísima Trinidad y la cultura hispanoamericana. Es tan sostenida esa relación que no puede ser casual. Se trata más bien de una congenialidad, es decir, de un parentesco íntimo.
El primer documento, una especie de acta de bautismo, del castellano es el célebre códice del siglo X que se guarda en el convento de San Millán, en La Rioja. Este texto es una invocación de la Santísima Trinidad. Se implora al “dueño Christo”, al que se le nombra junto con el “Patre” y el “Spiritu Sankto”. Este es el balbuceo inicial de nuestra lengua.
En el tiempo gótico, aparecerán esas representaciones trinitarias donde el Padre sostiene al Hijo crucificado y la paloma del Espíritu es el eslabón alado entre ambos. Los expertos hablan de diferentes grupos de imágenes. Algunas las denominan “Paternidad”, o “Compasión del Padre”. El nombre genérico es “Trono de Gracia”. En una obra clásica, Germán de Pamplona señala a la tradición hispánica medioeval un lugar de excelencia en este testimonio de la fe en el Dios Trino y su adoración. “España ocupa un puesto de honor, difícilmente superado en el arte europeo medioeval, tanto en estatuaria como en paneles de retablo del “Trono de Gracia”.
El hito siguiente será cuando, en las tres carabelas de Cristóbal Colón, a cada alba se oraba con la plegaria esencial:
“Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.”
Ese mismo fervor llevará al gran Almirante, en su tercer viaje, a bautizar lo que él creyó que ya era la tierra continental de América, con nombre trinitario. En efecto, era la isla que los aborígenes llamaban Yere, frente a la actual Venezuela. La denominó Trinidad para honrar “las tres Personas unidas en un solo Dios”.
Se podría continuar acumulando los datos históricos. Por ejemplo, que la primera cofradía de nativos de Quito fue dedicada a la Santísima Trinidad. Igual cosa sucede en la selva del Beni boliviano.
El arte barroco nos hace visible el alma de esta América mestiza. Se ilustra muy bien en las pinturas y esculturas de los retablos y altares. El motivo dominante, como en los modelos ibéricos, será una representación trinitaria que, en lo más alto, culmina las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos.
Tal despliegue, no es sólo la evidente manifestación de la fe común y permanente de la Iglesia. Hay un énfasis y un entusiasmo trinitario, fulgor y esplendor de una identidad espiritual. Basta detenerse ante los altares de las misiones jesuitas y franciscanas en Paraguay, Bolivia, Argentina y Brasil; o irse por los templos cuzqueños y limeños o bogotanos. Y debiera agregarse aquella extendida devoción mexicana a la Divina Providencia, que se venera en imagen trinitaria el primer domingo de cada mes.
Trinitarismo kentenijiano y América Latina
¿Percibió algo de esto el P. José Kentenich en sus viajes, tras la segunda guerra mundial, por América Latina? Es probable que las regiones que él recorriese no fuesen las más características de este sustrato cultural trinitario. También la catequesis, la piedad y la predicación no eran tan vigorosas ni creativas a este respecto. Algunos testimonios hablan más bien de una preocupación del fundador de Schoenstatt por ausencia trinitaria. Valora mucho la tradición mariana de estos pueblos, pero a la vez, le inquieta su falta de consistencia crística y trinitaria. También percibe su fragilidad a la hora de plasmar el orden social de estas naciones.
Hay un texto, citado en otras reflexiones similares, que es verdaderamente emblemático y programático. Contiene todo un exigente programa pastoral formulado en forma directa y muy simple, pero muy futurista para la piedad de los pueblos sudamericanos. Viene en una carta del 1º de mayo de 1949 (mes clave para el Schoenstatt latinoamericano). La firma en Montevideo y la dirige al P. Máximo Trévisan: “Personalmente yo considero de gran importancia para el ámbito cultural de los pueblos latinos que la devoción mariana reconquiste su relación con Cristo y con el Dios Trino. Si no se logra esto, la piedad de los pueblos sudamericanos no será suficientemente profunda, no será capaz de transformar interiormente a las naciones, y no podrá prepararlos suficientemente para la gran lucha...” Aquí, más bien, desvela una carencia de la explicitación trinitaria del marianismo tradicional latinoamericano. El P. Esteban Uriburu, en su documentado libro “Huellas de un padre” narra el nacimiento de la “Asistencia Trinitaria”. Era ésta la estructura que en el Instituto de las Hermanas de María aglutinaba, por aquel entonces, agosto de 1947, las fundaciones de los países del Plata, de Brasil y de Chile. El nombre viene del fundador. En él nunca nada es meramente nominal. Con el nombre de “Asistencia Trinitaria”, asignaba una misión. Cada una de esas regiones recibió un encargo particular referido a una de las Tres Personas. Los países del Plata tenían como gracia y tarea el Padre celestial; Brasil, el Hijo; Chile, el Espíritu Santo. De este modo, el marianismo original encarnado en el santuario de la Alianza se desplegaba hacia un trinitarismo expreso. Lo marcadamente trinitario caracterizará la maduración de la espiritualidad de la fundación del P. Kentenich, desde la dolorosa experiencia del campo de concentración de Dachau. Esta maduración la vamos a encontrar en los escritos allí producidos y en las primeras pláticas que el P. Kentenich da al recobrar la libertad, ya en mayo de 1945.
La expresión madura del trinitarismo de Schoenstatt
Pero el panorama global lo tenemos en una carta que, desde Santiago de Chile, envía para la celebración del 18 de octubre de 1948 (ver páginas 29 o 59 del manuscrito de la traducción castellana) . Nuevamente surge la pregunta ¿se trata simplemente de un acaso? El breve esquema que pareciera ser el más panorámico en el tema trinitario de Schoenstatt, lo escribe desde una tierra de cultura hispanoamericana, en la que había predicado todo un retiro sobre el tema del bautizado como “aliado de la Trinidad”. Ese retiro de setiembre de 1948 es el mejor antecedente para comprender la carta que acabamos de aludir; es la atmósfera en que ese esquema es formulado. Bajo esa luz, las tipificaciones en aquel texto del “hombre nuevo” que quiere formar el P. Kentenich tienen una intensidad notable: ese hombre nuevo es un “aliado de la Trinidad en Cristo Jesús”. Pero no lo es sólo al modo exigible en todo cristiano. Según el P. Kentenich es “marcadamente” trinitario; o dicho con otra traducción que viene de la etimología griega, es un “hombre caracterizadamente trinitario”. Es decir, que se caracteriza por ser trinitario. Y continúa después con dos notas más. Dice que es un “aliado original”. Tal originalidad consiste en que el trinitarismo es “en Jesús y María”, esto es: un trinitarismo siempre crístico y siempre mariano. La última de esas tipificaciones es la de un “aliado trinitario magnánimo, de una magnanimidad acorde a los tiempos”. Con ello el P. Kentenich apunta a una encarnación y a una secularidad histórica. Es un trinitarismo que se vive de cara a la historia profana. Estando en el mundo, sin ser del mundo, para corredimir al mundo, según las exigencias de cada tiempo. La expresión concreta de esta referencia es, en aquel octubre de 1948, la de los institutos seculares. El horizonte vivido de este trinitarismo es la secularidad, la cambiante cultura de los pueblos. ¡Es un trinitarismo en la historia!