A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
© Editorial De Vecchi, S. A. 2016
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
INTRODUCCIÓN
De la comparación de diversos cuentos y mitos creados por distintos pueblos y en diferentes latitudes, surgen algunas constantes fijas, casi estereotipadas, de evidente contenido iniciático.
El héroe, blanco, amarillo o negro, en cierto momento de la historia se extravía en un lugar misterioso e inaccesible. Ya se trate de un bosque o de una jungla, de un desierto o del vientre de un inmenso cetáceo, el significado es casi inmediato: es necesario alejarse de la comunidad, experimentar la situación de aislamiento, de diversidad, superar difíciles pruebas, enfrentarse a la trampa del laberinto para poder salir ilesos y dotados de poderes de los que se carecía antes de iniciar la prueba.
Sólo después de haber dominado la mente, el lugar menos fiable y más oscuro, el hombre puede acceder a la condición transhumana del iniciado, de aquel que sabe y que únicamente en virtud de esto, puede. Bien lo saben los chamanes, los magos y los yoguis, que sólo después de largos y constantes ejercicios de dominio de la mente alcanzan poderes aparentemente imposibles, como la visión a distancia, el vuelo y la capacidad de desplazar objetos sin tocarlos.
Todos somos más o menos conscientes del hecho de que nuestro cerebro, gracias a su complejidad, hace que podamos movernos, comunicarnos con los animales, construir con el pensamiento e incluso terminar lo construido y representar simbólicamente la realidad. Pero también es cierto que incluso el científico y el artista —es decir, aquellos que son universalmente considerados los grandes «usuarios» del cerebro—, emplean como máximo el 30 % del total de la capacidad de este. Millares y millares de sinapsis, como tarros aún cerrados, esperan ser abiertos para ofrecernos nuevas e inimaginables posibilidades.
Muchas personas, solas o en grupo, en Occidente y en Oriente, han emprendido la exploración del inmenso «país oculto» encerrado en la pequeña esfera ósea del cráneo. Algunas de ellas nos han dejado técnicas, consejos y ejercicios útiles para facilitarnos el camino.
Nada como una investigación directa de esta dimensión desconocida puede darnos la idea exacta de la pobreza de nuestros conocimientos actuales.
Nos creemos fuertes y sabios porque hemos aprendido a manejar ordenadores, a dirigir automóviles y cohetes, a dominar el átomo. Pero debemos detenernos frente a lo inexplicable, al igual que los antiguos, y nos veremos, con asombro, como niños de otra época, peleando con las letras del alfabeto de nuestro primer silabario.
Y quizá como tales debamos permanecer aún durante miles de años, hasta que no hayamos sondeado y aprendido a dominar el laberinto de nuestra mente.
A menudo solemos definir como «extraño» todo cuanto se sale de los esquemas mentales habituales, todo cuanto no podemos catalogar, etiquetar y, de alguna manera, encerrar en un puño, aquello que no está ligado a nuestras acciones, aquello que no pasa a través de los cinco sentidos. Por lo tanto, es extraño también el fenómeno paranormal, que tiene origen en las zonas oscuras y misteriosas de la mente, que escoge canales distintos de los habituales para manifestarse.
El inconsciente es el almacén donde se depositan todas nuestras experiencias, en comunicación con el inconsciente de todos los demás seres.
La censura, como Cerbero en la puerta de los infiernos —Cerbero es el monstruo mítico de muchas cabezas que impedía a los vivos la entrada a los infiernos, y a los muertos, la salida—, hace de guardián y, de aquella enorme cantidad de material acumulándose continuamente, deja pasar sólo lo que es necesario para nuestra conciencia, aquello que no perturba ni está en contradicción con nuestra moral.
Al dormir, somos más libres en el sueño. Cerbero duerme, si bien con un solo ojo. Y así, junto a los deseos confusos y no satisfechos, a los miedos, a las indecencias típicas del estado onírico, pasan también visiones, clarividencias, precogniciones, comunicaciones telepáticas. El sueño representa una condición óptima para lo paranormal, así como todos los momentos que lo siguen y lo preceden, porque permite que el cerebro entre fácilmente en alfa, la longitud de onda más apta para su manifestación. El mismo estado puede reproducirse esporádicamente o en forma incompleta durante la vigilia, ya sea de modo espontáneo o provocado, por medio de técnicas respiratorias o con la meditación.
Los estudios llevados a cabo hasta el presente por la ciencia han comprobado, efectivamente, la existencia y la veracidad de aquellos extraños fenómenos calificados de paranormales; pero cuando la ciencia ha querido explicarlos y comprenderlos en cuanto al cómo y al por qué, según su propio método, el fracaso ha sido total.
La metodología científica, rigurosa y racional, en efecto, presupone que los fenómenos estudiados se repitan y se puedan medir. Si tomamos una olla llena de agua y la llevamos a ebullición, estamos produciendo un fenómeno físico que, en iguales condiciones de presión, podemos medir y repetir un número infinito de veces. Pero el fenómeno paranormal no responde a estas leyes; no existen instrumentos para medir las potencialidades ocultas de un individuo, siempre variables y sensibles al ambiente externo, a los biorritmos y al influjo de los astros, ni es posible reproducir con resultados constantes un fenómeno a voluntad. Aunque lo paranormal puede obtener alguna ventaja de la ciencia, no puede limitarse al ascético espacio de un laboratorio, entre osciloscopios y electroencefalógrafos, puesto que, además de la razón, necesita de la voluntad, de la fe y, sobre todo, del corazón.
Esp y pk: definiciones y diferencias
A menudo se oye hablar, de un modo confuso y erróneo, de poderespsíquicos, un término evocador de imágenes, según el caso, perturbadoras o ridículas (pesados muebles que se elevan y brujas de mirada malvada, magos de revista o mediums), que acarrean el descrédito al mundo de lo paranormal, ya de por sí objeto de dudas y de incredulidades.
Pero si bien es cierto que aceptar sin crítica todo cuanto se propone no demuestra tener un intelecto brillante, mucho menos demuestra el rechazo categórico que no va precedido del esfuerzo por analizar y comprender.
«Creer o no creer es igualmente peligroso», sentenciaba Fedro, pero olvidaba añadir que, en la base de ambas opciones, igualmente aceptables, existe un don que no debe olvidarse jamás: el conocimiento.