1. Nueva York
La numerología, el estudio del significado místico de los números, tiene una historia larga y compleja que se remonta a los antiguos cabalistas hebreos, los pitagóricos griegos, Filón de Alejandría, los gnósticos, varios teólogos importantes y esos numerólogos de Hollywood que florecieron durante las décadas de 1920 y 1930 e inventaban nombres (con las necesarias «resonancias») para aspirantes a estrellas del cine. Debo confesar que el tema siempre me resultó bastante aburrido. Por eso, cuando a fines de diciembre de 1959 un amigo mío me sugirió que llamara a un numerólogo neoyorquino que se hacía llamar doctor Matrix, realmente no sentí demasiado interés.
—Ya verás que es un tipo de lo más entretenido —insistió mi amigo—. Dice ser la reencarnación de Pitágoras, y es verdad que sabe bastante matemática. Por ejemplo, me dijo 1960 será un año especial porque el número 1960 es la suma de dos cuadrados —142 y 422— y tanto el 14 como el 42 son múltiplos del místico número 7.
Tomé lápiz y papel y lo verifiqué.
—¡Es verdad, por Platón! —exclamé—. Tal vez valga la pena hablar con él.
Pedí una cita por teléfono y varios días después, una hermosa secretaria de bellos ojos rasgados me hizo pasar a la oficina privada del doctor. Diez enormes números metálicos, del 1 al 10, estaban sujetos a la pared del fondo, detrás de un largo escritorio. Estaban dispuestos en forma triangular, a la manera de las clavas en el juego de bolos; una disposición que hoy no despierta atención, pero que los antiguos pitagóricos reverenciaban bajo el nombre de «santo tetractis». Sobre el escritorio, un gran dodecaedro mostraba los meses del año entrante en cada una de sus doce caras. Un parlante oculto emitía suave música de órgano.
El doctor Matrix entró a la oficina por una puerta lateral oculta detrás de una cortina; era un hombre alto y muy delgado, de nariz aguileña y penetrantes ojos verdes. Con un gesto me indicó que me sentara.
—Me han dicho que usted es columnista de Scientific American —dijo con una sonrisa torcida— y que viene a investigar mis métodos, no a que le haga un análisis personal.
—Así es —dije.
El doctor oprimió un botón en una pared lateral. Se corrió un panel del revestimiento de madera y apareció una pizarra, en la cual estaban escritas las letras del alfabeto en forma de círculo, de manera tal que la Z y la A quedaban yuxtapuestas (véase la Figura 1).
Figura 1. El círculo alfabético del doctor Matrix
—Para empezar —dijo—, permítame explicarle por qué 1960 probablemente será un año favorable para su revista. Con un lápiz fue señalando las primeras 19 letras a partir de la A. Así llegó hasta la S. Luego, a partir de la T, contó las siguientes 60 letras, llegando así a la A. S y A, dijo, son las iniciales de Scientific American.
—Eso no significa gran cosa —dije—. Existen miles formas de hallar coincidencias similares. Siendo así, existe una altísima probabilidad de que con poco esfuerzo se pueda descubrir siquiera una.
—Es verdad —dijo el doctor Matrix—, pero eso no es todo. Las coincidencias como éstas son tan numerosas que no basta la ley de probabilidades para justificarlas. Permítame decirle que los números poseen una misteriosa vida propia. —Con la mano señaló los números dorados en la pared—: Desde luego que ésos no son números sino sólo símbolos de números. El matemático alemán Leopold Kronecker, si no me equivoco, dijo que «Dios creó los números enteros; lo demás es obra del hombre».
—Me parece que no coincido con esa afirmación —dije—, pero no perdamos el tiempo con la metafísica.
—Perfectamente —asintió, y tomó asiento detrás del escritorio—. Permítame citar algunos ejemplos de análisis numerológico que tal vez interesen a sus lectores. ¿Conoce usted la teoría de que Shakespeare colaboró en secreto en la Versión Autorizada de la Biblia, realizada bajo el rey Jacobo?
Meneé la cabeza.
—Para el numerólogo no cabe duda de que la teoría es cierta. Si cuenta las palabras del Salmo 46, la 46ª es SHAKE. Y la 46ª palabra desde la última hacia atrás (sin contar la palabra SEL AH, que aparece al final) es SPEAR.
—¿Por qué el número 46? —pregunté con una sonrisa.
—Porque la Versión Autorizada del rey Jacobo fue terminada en 1610, cuando Shakespeare tenía 46 años.
—Interesante —dije, mientras tomaba algunos apuntes—. ¿Podría darme más ejemplos?
—Todos los que quiera —dijo el doctor Matrix. Veamos el caso de Richard Wagner y el número 13. Su nombre tiene 13 letras. Nació en 1813. La suma de los dígitos de ese año es 13. Compuso 13 grandes obras musicales. Completó Tannhäuser, su obra maestra, el 13 de abril de 1845. El estreno data del año 1861. Terminó Parsifal el 13 de enero de 1882. El estreno de La valquiria fue el 26 de junio de 1870, y 26 es el doble de 13. Compuso Lohengrin en 1848, pero la escuchó por primera vez en 1861, 13 años después. Murió el 13 de febrero de 1883. El primer y último dígitos del año forma el 13. Son apenas algunos de los 13 que se destacan en la vida de Wagner.
El doctor Matrix aguardó a que terminara mis apuntes y prosiguió:
—Las fechas importantes nunca son casuales. La era atómica se inició en 1942, cuando Enrico Fermi y sus colegas lograron la primera reacción nuclear en cadena. No sé si leyó Atoms in the Family, la encantadora biografía de Fermi escrita por su esposa, Laura. Ahí relata que Arthur Compton llamó a James Conant para darle la noticia. Las palabras de Compton fueron: «El navegante italiano ha llegado al Nuevo Mundo». Ahora bien, si se invierten los dígitos centrales de 1942, se obtiene 1492, el año en que otro navegante italiano, Cristóbal Colón, descubrió el Nuevo Mundo.
—No se me había ocurrido —dije.
—Y hay más. Esa tarde del 2 de diciembre de 1942, en el laboratorio de Fermi ubicado bajo el estadio de fútbol americano de la Universidad de Chicago, había exactamente cuarenta y dos personas presentes en el momento que Fermi miró los indicadores y proclamó que la reacción atómica se mantenía por sus propios medios.
—Asombroso —dije, sin dejar de tomar apuntes.
—La vida del káiser Guillermo I posee interés numerológico —prosiguió—. En 1849 aplastó la revolución socialista alemana. La suma de los dígitos da 22. 1849 más 22 es 1871, el año que lo coronaron emperador. Se repite la operación con 1871, se obtiene 1888, el año de su muerte. Si se repite nuevamente, se obtiene 1913, el último año de paz antes de que la Primera Guerra Mundial desmembrara su imperio. Estas extrañas pautas numéricas aparecen vinculadas con las vidas de todos los hombres famosos. ¿Es casual que Rafael, el gran pintor de escenas sagradas, naciera un 6 de abril y muriera un 6 de abril y que en las dos ocasiones fuera él Viernes Santo? ¿Es casual que Shakespeare naciera un 23 de abril y muriera un 23 de abril, siendo que el doble de 23 es 46, el número que da la clave de su colaboración en la traducción de la Biblia?
—Además —añadí— el 23 es el Salmo más conocido, supuestamente traducido por Shakespeare.
El doctor asintió y prosiguió:
—Hace exactamente cien años nacieron tres célebres filósofos: John Dewey, Henri Bergson y Samuel Alexander. Los tres sustentaron concepciones filosóficas cuya piedra angular fue la evolución. ¿Por qué? Porque el Origen de las especies, de Darwin, apareció en 1859. ¿Le parece casual que Houdini, ese cultor de todo lo misterioso, muriere un 31 de octubre, la Noche de Brujas?
—Puede ser —murmuré.
El doctor asintió con fuerza.
—También le parecerá casual que en el sistema de clasificación decimal de Dewey el 512.81 corresponda a obras de teoría de los números.
—¿Qué tiene de extraño?
—El 512 es 2 a la novena, el 81 es 9 al cuadrado. Pero le mostraré algo aún más insólito. Por empezar, 11 más 2 menos 1 es igual a 12. Ahora lo escribiré en letras.