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Peter Guardino - La marcha fúnebre

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Peter Guardino La marcha fúnebre
  • Libro:
    La marcha fúnebre
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2017
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AGAArchivo General de la Administración, Alcalá de Henares, España
AGEGArchivo General del Estado de Guanajuato, Guanajuato, México
AGEOArchivo General del Estado de Oaxaca, Oaxaca, México
AGNArchivo General de la Nación, Ciudad de México, México
AHDFArchivo Histórico del Distrito Federal, Ciudad de México, México
AHESLPArchivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, San Luis Potosí, México
CHSLCincinnati Historical Society Library, Cincinnati (OH)
exp.expediente
f., ff.folio, folios
FHSFilson Historical Society, Louisville (KY)
ISHSIndiana State Historical Society, Indianápolis (IN)
leg.legajo
LEPOSLPLa Época. Periódico Oficial de San Luis Potosí
NANational Archives, Washington (DC)
RGRecord Group
SGGSecretaría General del Gobierno
STJSupremo Tribunal de Justicia
1. Los hombres más dañosos a la población

Durante el verano de 1845, casi 4 mil soldados del ejército de Estados Unidos se desplazaron de las fortificaciones costeras y los puestos fronterizos aislados, donde antes habían trabajado en grupos pequeños, al asentamiento de Corpus Christi, en la costa de Texas, y, bajo las órdenes del general Zachary Taylor, empezaron el adiestramiento para combatir en el orden de batalla formal que la mayoría de sus oficiales conocía únicamente por los manuales o por sus lecturas de los relatos históricos de las guerras europeas. Corpus Christi sería su hogar durante muchos meses y no era un lugar cómodo: sus tiendas de campaña eran una protección inadecuada contra el calor y el frío extremos, y el agua disponible era salobre. Por lo demás, el comportamiento de sus oficiales debe de haber sido poco tranquilizador: más de uno no entendía las maniobras formales a gran escala que estaban practicando y, pronto, los oficiales empezaron a reñir entre sí por los grados y los privilegios. Tanto los oficiales como la tropa sentían una tensión de trasfondo con respecto a lo que claramente parecía ser la preparación para unas batallas cuyo resultado era incierto.

De manera oficial, esos hombres estaban allí para proteger el estado de Texas, recientemente anexado a Estados Unidos. México había perdido el dominio efectivo de Texas debido a una serie de malos cálculos hechos, primero, por los dirigentes españoles y, después, por los mexicanos: las barreras geográficas —que hacían que, desde el punto de vista práctico, Texas fuese muy distante de las zonas más pobladas de México—, la carencia de recursos minerales —que, a pesar de todo, hubieran podido alentar una colonización importante— y la resistencia de los grupos de indígenas que la habitaban se habían combinado para que Texas tuviera una población hablante de español, mexicana desde el punto de vista cultural, muy poco numerosa. Lo exiguo de la población fue un problema relativamente menor hasta la década de 1810, cuando el aumento de la población de Estados Unidos y la creciente demanda de algodón motivó a los estadounidenses sureños a obligar a España a cederles la Florida y los territorios meridionales de Alabama y Misisipi. Texas también era vulnerable y las autoridades decidieron alentar su colonización por medio de extranjeros. Las autoridades de España y, más tarde, de México creían que los extranjeros realmente se asimilarían a la sociedad mexicana y les otorgaron tierras con la condición de que lo hicieran, en especial convirtiéndose al catolicismo; sin embargo, los nuevos inmigrantes provenientes de Estados Unidos simplemente ignoraron las condiciones y pronto se vieron reforzados por otros más, atraídos por la posibilidad de aprovechar la oportunidad de cultivar algodón en esas tierras vírgenes;

Al principio, los rebeldes abrazaron el federalismo, pero, una vez que el gobierno nacional envió tropas para meterlos en cintura, muchos de los mexicanos y de los colonizadores estadounidenses empezaron a abogar por independizarse de México. El cambio fue impulsado en parte por una oleada de nuevos estadounidenses de los estados del sur, que consideraban que la lucha por un Texas independiente era una manera relativamente rápida y barata de adquirir nuevas tierras algodoneras; la llegada de nuevos estadounidenses fue de capital importancia para la derrota final del ejército mexicano en Texas.

Texas se mantuvo independiente durante diez años y su anexión final a Estados Unidos enturbió la política del país: en 1844, el Senado rehusó aprobar un tratado de anexión y, después de que el poco conocido James K. Polk ganara las elecciones presidenciales de ese año, los partidarios de la anexión eludieron con astucia la autoridad del Senado para aprobar tratados, lo cual requería una mayoría de dos tercios, y argumentaron que el Congreso podía admitir nuevos estados por medio de una resolución conjunta aprobada por la mayoría simple de todos sus miembros. La anexión generó una crisis internacional, porque México consideraba que Texas era una provincia en rebeldía, mientras que el gobierno de Estados Unidos la consideraba ya como un territorio estadounidense. Mientras Texas fue independiente, las tropas mexicanas llevaron a cabo incursiones ocasionales en la provincia y los políticos mexicanos hablaron con frecuencia de la necesidad de reconquistarla, por lo que a nadie sorprendió que Polk enviara tropas al nuevo territorio.

Sin duda alguna, Polk quería proteger Texas, pero también estaba apostando a un juego mucho más ambicioso: una pista de ello fue la cantidad de tropas, que era mucho mayor que cualquier fuerza que Estados Unidos hubiera reunido en un solo lugar desde el final de la guerra de 1812; otra pista fue el lugar donde se estacionaron, que estaba muy lejos de cualquier lugar donde los mexicanos y los texanos se hubieran enfrentado, pero que era conveniente para la villa mexicana de Matamoros e incluso más conveniente para aprovisionarlas por mar. Polk buscaba aprovecharse de un país vecino cuya debilidad política y económica despreciaba y cuyas posesiones codiciaba. Sus objetivos eran audaces: Polk quería que México vendiera a Estados Unidos vastas porciones de sus territorios septentrionales, en especial California, y que México reconociera de manera oficial que Texas era un territorio estadounidense; asimismo, quería que México reconociera que eso que los mexicanos llamaban río Bravo y los estadounidenses llamaban río Grande era la frontera, en lugar del Nueces, que marcaba los límites de la provincia mexicana de Texas. Aun cuando los lugares donde los dos ríos desembocan en el Golfo de México se encuentran separados solamente por unos cuantos kilómetros, sus cursos tierra adentro se apartan muchísimo; por lo demás, no había funcionarios texanos en las tierras entre los dos ríos y los habitantes de esas tierras eran mexicanos. Muchos observadores de ambos países creían que las afirmaciones de Polk en el sentido de que las tierras entre el Nueces y el Bravo formaban parte de Texas eran una invención deliberada; el teniente coronel Ethan Allen Hitchcock, oficial de las fuerzas del general Zachary Taylor, lo consignó de manera repetida en su diario y, cuando el ejército recibió un nuevo mapa enviado desde Washington, escribió: «Se le han añadido [énfasis en el original] al río Grande unos límites distintos. ¡Nuestro pueblo debería ser condenado por su impúdica arrogancia y su autoritario atrevimiento!» El mexicano José María Roa Bárcena sugirió burlonamente varios años más tarde en sus escritos que la base histórica de la reivindicación sobre el río Bravo como la frontera fue tan ridícula que Estados Unidos bien podría haber afirmado igualmente que Texas se extendía hasta el estrecho de Magallanes.

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