William Ospina - Es tarde para el hombre
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- Libro:Es tarde para el hombre
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2016
- Índice:4 / 5
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Es tarde para el hombre: resumen, descripción y anotación
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Paul Valéry escribió que los dos peligros que amenazan al mundo son el orden y el desorden. Sobre el orden y el desorden de la sociedad contemporánea gira este texto. Una idea lo recorre, la de que acaso el reino del hombre ha llegado a su fin. La civilización fundada sobre la supremacía humana, sobre la idea de la superioridad de nuestra especie, deberá ceder su lugar a un orden más respetuoso, más cordial con las otras criaturas.
Quiere señalar también que el hombre sólo encontrará el camino de su propia supervivencia si abdica de su trono arrogante y se somete discretamente a los poderes que de verdad rigen la vida y sostienen el universo.
Ese retorno a la percepción de lo divino del mundo bien puede ser lo que confusamente se insinúa en el complejo desorden de este fin de siglo. Tal vez en el poder terrible de la ciencia, en el influjo abrumador de la técnica, y en esa creciente hostilidad indiscriminada del hombre hacia el hombre que llamamos industria militar y terrorismo, se hace manifiesto que la supremacía de lo humano ha perdido su justificación, que hay que buscar caminos por fuera de esa arrogancia ingenua, y que siendo algo mucho más grande lo que ahora debemos salvar, es tarde para el hombre.
Del primero de estos ensayos, “Los Románticos y el futuro”, escrito a comienzos de 1993, han nacido todos los demás.
WILLIAM OSPINA
WILLIAM OSPINA BUITRAGO (Herveo, Tolima, Colombia, 2 de marzo de 1954). Escritor, periodista y traductor colombiano. Estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad Santiago de Cali, pero abandonó la carrera para dedicarse al periodismo y a la literatura.
Ha publicado varios libros de ensayos: Aurelio Arturo (1991), Es tarde para el hombre, Años prófugos de Occidente (1994), Los dones y los méritos (1995), Un álgebra embrujada (1996), ¿Dónde está la franja amarilla? (1997), Las auroras de sangre (1999), Los nuevos centros de la esfera (2001). Publicó cuatro libros de poemas: Hilo de arena (1986), La luna del dragón (1992), El país del viento (1992), ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995). Novelas: Ursúa (2005, El país de la canela (2008), La serpiente sin ojos (2012) y El año del verano que nunca llegó (2015).
Es del todo evidente que, a menos que se consiga hacer
más lento el ritmo colosal a que avanzamos (y no cabe
esperarlo) o bien —lo cual, por fortuna, es más probable—
que se le oponga fuerzas contrarias de magnitud
equivalente, en el sentido de la religión o la filosofía
profunda, con irradiación centrífuga opuesta a esta
religiosa tormenta centrípeta que nos arrastra al vórtice
de lo meramente humano, lo natural es que este tumulto
tan caótico, librado a sí mismo, tienda de por sí al mal,
en algunos espíritus a la locura y en otros a una
reactivación del letargo carnal.
THOMAS DE QUINCEY, 1845
It was too late for Man,
But early, yet, for God.
[Era demasiado tarde para el hombre,
Pero temprano aún para Dios]
EMILY DICKINSON
Título original: Es tarde para el hombre
William Ospina, 1994
Editor digital: oronet
ePub base r1.2
[*] Traducción de Jorge Luis Borges.
Qué le queda al hombre al final del milenio que no sea rencontrar el genuino sentido de lo sagrado y de lo bello.
¿Qué significado posee hoy la enfermedad, la muerte, la naturaleza y el tiempo libre desprovistos de la profundidad de la mirada mítica?
¿Es como escribe —con tersura William en estos seis ensayos— tarde para el hombre?
William Ospina
ePub r1.0
oronet 15.11.16
Bertrand Russell dejó escrito que el momento más alto del romanticismo europeo no había sido un poema, ni un lienzo, ni una sinfonía, sino la muerte de Byron en Missolonghi, luchando por la libertad de Grecia. Quería expresar con ello que el romanticismo no fue una mera escuela pictórica, un movimiento poético o musical, sino una actitud vital, el espíritu de las generaciones humanas a fines del siglo XVIII y a comienzos del XIX, una manera de asumir el mundo y nuestra presencia en él.
A medida que se alejan en el tiempo, los fenómenos se vuelven más visibles. Hace 50 años Hitler podía ser visto como un militar afortunado y fanático, como una indescifrable mezcla de prepotencia y de ambición; hoy empezamos a verlo a la vez como una reviviscencia de la cíclica y terrible vocación germánica por purificar el mundo —también aquí surge a veces la sensitiva idea de acabar con la pobreza matando a los pobres— y como una de las más salvajes pruebas de que el nihilismo que nos anunciaron los profetas del siglo XIX ya está entre nosotros.
El romanticismo es más visible ahora. No sólo como el más alto momento del espíritu occidental en los últimos siglos, sino como la tierra firme donde podría sustentarse el esfuerzo de nuestra época por encontrar alternativas a la barbarie que crece sobre el planeta.
A fines del siglo XVIII, los esfuerzos de la inteligencia habían cuajado en vigorosos sistemas racionales. La ilustración francesa, el empirismo inglés y el racionalismo alemán habían llevado a su plenitud el culto de la razón, la fe en el progreso humano y la confianza en la capacidad del hombre para comprender el mundo y ordenarlo a su modo. De esta luminosidad racionalista se nutrió en adelante todo el positivismo que ha terminado imponiéndose sobre Occidente. Pero la principal tendencia del positivismo es la de reducir la vasta y compleja realidad universal a un discurso utilitario que sólo acepta lo lógicamente demostrable, lo que puede ser calculado, medido claramente explicado en su origen, y que puede expresarse en fórmulas racionales. Un universo así reducido es suficiente los fines de esta civilización, dinamizada hoy por la fuerza ciega del gran capital, y empujada por el lucro como único gran propósito general de la especie.
Si esta actitud hubiera sido unánimemente aceptada por la humanidad, pocas esperanzas podríamos alentar frente al futuro. Un mundo así reducido a sus manifestaciones más evidentes y a sus mecanismos más útiles sólo promete la muerte del espíritu humano. El extravío de la humanidad en u orbe de cosas sin sentido, de materia sin significado trascendental, la confusión de todos los valores y la pérdida de todos los propósitos. El universo desacralizado en que vivimos hoy, el que nos describe el periodismo, el que nos vende la publicidad, el que nos ofrece el turismo; ese universo explorado por la ciencia, manipulado por la técnica, transformado por la industria, se va cambiando gradualmente en un reino de escombros donde sobra toda religión, donde sobra toda filosofía, donde sobra toda poesía; un mundo vertiginoso y evanescente donde todo es desechable, incluidos los seres humanos, donde los innumerables significados posibles de toda cosa se reducen a un único significado: su utilidad.
Así, como se sabe, la naturaleza se ha convertido en un banco de recursos. Fuentes de energía los astros, fuentes de energía las aguas, recursos naturales los bosques, materia prima toda la indescifrable materia, mano de obra de los seres humanos: hasta donde abarca la mirada y alcanza la comprensión, el orbe que edades más sensatas vieron lleno de divinidades, organizado en mitos, perpetrado en leyendas y celebrado en cantos, se ha pauperizado hasta ser sólo un laberinto sin centro, materia sin objeto y sin alma.
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