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Felipe Fernández-Armesto - Nuestra América

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Felipe Fernández-Armesto Nuestra América

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CAPÍTULO 1

La fuente de la juventud

Las primeras colonias en lo que sería

Estados Unidos, 1505-1763

América es un país joven con una mentalidad vieja. Ha disfrutado de las ventajas de un niño esmeradamente educado y totalmente indoctrinado; ha sido un niño sabio. Pero un niño sabio, una cabeza vieja sobre hombros jóvenes, siempre tiene un lado cómico y poco prometedor.

GEORGE SANTAYANA

Winds of Doctrine (1913)


Los primeros europeos que se asentaron en lo que es hoy el territorio de los Estados Unidos de América fueron tres cerdos y unas cuantas cabras. Corría el año 1505. El lugar era Puerto Rico.

Cuando enseñaba en la Universidad Tufts de Massachusetts, no lejos de la legendaria Roca de Plymouth donde, según una idea errónea largamente sostenida, se supone generalmente que «comenzó» la historia de Estados Unidos, se produjo una vacante para un profesor de historia del periodo colonial de lo que es hoy Estados Unidos. Hubo solicitudes de los mejores especialistas postdoctorales en ese periodo. Podíamos elegir entre la crema y nata del país. Yo hice la misma pregunta a todos los candidatos. Era una pregunta algo taimada, pero no injusta dadas las circunstancias: «¿dónde, en lo que es hoy territorio estadounidense, se estableció la primera colonia europea, todavía hoy ocupada?». Sin duda era razonable que un profesor en potencia, o profesor de hecho, del periodo colonial de Estados Unidos supiera la respuesta. Ninguno de los jóvenes que se presentaron esperanzados ante nuestro jurado cayó en el absurdo de señalar hacia la Roca de Plymouth. «Jamestown, Virginia» fue la respuesta automática de la mayoría de los candidatos, lo cual delataba el supuesto de que los colonos ingleses forjaron lo que llegó a ser Estados Unidos, y lo construyeron de este a oeste. Otros, más atentos a la posibilidad de una trampa, dijeron: «Tiene que ser en algún punto de Florida, o quizá el suroeste», y nombraron San Agustín en Florida y Santa Fe en Nuevo México. Estas respuestas, aunque no estrictamente correctas, eran sensatas. Los europeos han ocupado de forma continua San Agustín desde que los españoles lucharon contra los franceses por este lugar en 1567. Santa Fe y El Paso estuvieron en manos españolas desde 1598 —un decenio antes de que se iniciara la colonización de Jamestown— aunque Santa Fe fue evacuada brevemente durante una sublevación india del siglo XVII. La respuesta correcta a la pregunta sobre la localización de la primera colonia europea en lo que es hoy territorio estadounidense es, no obstante, Puerto Rico, fundado cien años antes que Jamestown.

Y sin embargo, nadie piensa en Puerto Rico como el lugar donde empezó la historia de Estados Unidos, en parte porque esta isla no pasó a ser territorio estadounidense hasta 1902, cuando la república tenía ya un siglo y cuarto de existencia, si contamos a partir de la Declaración de Independencia, y el país tenía ya un carácter y una Constitución a los que Puerto Rico no había hecho ninguna contribución. Evidentemente son escrúpulos válidos. Y explican por qué, en una de las versiones de Stephen Sondheim de su libreto para West Side Story,

Nobody knows

in America

Puerto Rico’s

in America.

Pero en parte, los americanos —incluidos a veces los puertorriqueños— pasan por alto o deliberadamente excluyen Puerto Rico por prejuicio: el prejuicio de que Estados Unidos es un país hecho por anglosajones blancos y protestantes, construido por colonos anglófonos, donde los conceptos de libertad y derecho se definen en función de tradiciones que se originaron en Inglaterra; donde la lengua inglesa es la base de la poca o mucha unidad cultural que pueda lograrse entre las etnias que componen la población; y donde llegas a ser «americano» —o, más exactamente, donde cumples los requisitos para ser ciudadano de Estados Unidos— cuando suscribes una versión canónica de la historia del país que comienza entre colonos ingleses de la costa este del continente.

Ninguno de estos prejuicios es incuestionable. Todos ellos se cimientan sobre supuestos históricos poco sólidos. Ningún país tiene una esencia inmutable. Lo que significa ser inglés o chino o español o indonesio o americano cambia continuamente. No hubo ningún periodo en que los americanos, o la mayoría de las personas de lo que es hoy Estados Unidos, fueran ingleses blancos protestantes. La construcción del país ha sido un esfuerzo colectivo —unas veces colaborativo y otras conflictivo— de todas las etnias y minorías religiosas que lo habitan. Los «indios» autóctonos americanos llevan más tiempo haciendo sus aportaciones que los anglos. Cuando finalizó el periodo colonial, en gran parte del sur rural los negros contaban más en términos de número y quizá también de esfuerzo que los ingleses blancos. Más del 40 % de la población de Georgia y las dos Carolinas (del Norte y del Sur) era negra cuando se firmó la Declaración de Independencia. Sin la aportación de otras comunidades de origen europeo, Estados Unidos sería hoy irreconocible. Sin los migrantes que llegados de Asia, sobre todo en tiempos recientes, el carácter y la dinámica futuros de la historia de Estados Unidos sería muy diferente y, probablemente, de menor éxito en términos convencionales —es decir, en términos de riqueza y poder— de lo que sería en caso contrario. Imagino un libro de texto de historia de Estados Unidos en un futuro no demasiado lejano que comience, no con la llegada de los puritanos a Massachusetts, o con los aventureros ingleses en Jamestown, o siquiera con los contendientes franceses y españoles en Florida, o los conquistadores en El Paso o Nuevo México, sino con tres cerdos y unas cuantas cabras en Puerto Rico. ¿Qué aspecto tendría esta reescritura del pasado estadounidense?


Colón llamó a esta isla San Juan Bautista, en honor del santo patrón del heredero de la Corona española en aquel momento. «Borinquen» fue lo que creyó más parecido a la forma en que los nativos decían el nombre del lugar donde desembarcó en noviembre de 1493. La asonancia con la palabra «rico» resultó fortuita: la isla tenía oro. Así pues, San Juan de Puerto Rico era una designación apropiada y, con el tiempo, tras el traslado de la principal ciudad a la Bahía de Puerto Rico en 1521, Puerto Rico pasó a ser el nombre perdurable de la isla.

Colón buscaba algo que pudiera reconocer como civilización —algún lugar donde pudiera dedicarse a un comercio refinado y potencialmente lucrativo y, a ser posible, encontrar evidencia de la supuesta proximidad a las tierras ricas y avanzadas de Asia oriental, como China o la India—, alguna prueba de que había cumplido la promesa hecha a sus protectores de abrir una nueva ruta a las Indias. Fue decepcionante para él descubrir que las casas eran todas de paja y madera, pero reconfortante comprobar que estaban construidas con ingenio y solidez. También estaban vacías, incluso una casa alta en la playa que Colón supuso pertenecía al jefe local a modo de lugar de esparcimiento, aunque era presumiblemente, al menos en parte, una torre vigía. El médico de la flota adivinó por qué los indios habían huido ante la presencia española. Vivían en constante temor a los ataques de los caníbales de comunidades vecinas e islas cercanas. El encuentro entre indígenas y recién llegados empezó con un malentendido y con recelos. Cada uno sospechaba canibalismo en el otro. Por lo que hacía a las perspectivas de colonización de Puerto Rico, la conducta de los indios parecía auspiciosa. Su timidez fue a corto plazo fuente de irritación, porque significó que en un principio los españoles no lograron acercarse a ellos. A largo plazo, sin embargo, sugería que se acobardaban fácilmente, que podían ser conquistados sin derramamiento de sangre, domesticados sin esfuerzo y lucrativamente explotados.

Otros españoles no compartieron la aflicción del descubridor por la aparente inaccesibilidad de China. Por el contrario, el hecho de que Colón no cumpliera las condiciones acordadas con sus financiadores y con los monarcas que legitimaron su empresa significó la pérdida de sus derechos a explotar en exclusiva sus descubrimientos. Desde 1498, las rutas que él había inaugurado se abrieron de par en par a todo tipo de intrusos. Puerto Rico estaba idealmente dotado para excitar codicia en España, siendo una isla fácilmente conquistable con abundante oro nativo. El entorno, si bien tropical y extraño para los españoles, tenía aspectos gratos, como demostraba la profusión de árboles frutales —«como los de Valencia», dijo Colón, con una elección de lenguaje claramente promocional. Uno de los oportunistas que se hizo a la mar tras la estela de Colón fue su antiguo socio, Vicente Yáñez Pinzón, que obtuvo de los Reyes Católicos la capitulación de corregidor de la isla, con derecho a conquista. Su ambición emponzoñó y retrasó la colonización, porque los herederos de Colón disputaron sus derechos. Pero el 8 de agosto de 1505 dio el primer paso para fundar una colonia: soltó esos pioneros cerdos y cabras. Era el procedimiento acostumbrado para preparar el asentamiento de nuevas islas. El plan era que la progenie de aquellos animales se multiplicara y proporcionara alimento a los colonos que llegarían en el plazo de un año o dos. Pero empezaron los litigios y los colonos no llegaron.

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