Jean-Claude Barreau - Toda la historia del mundo
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- Libro:Toda la historia del mundo
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2005
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Toda la historia del mundo: resumen, descripción y anotación
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Toda la historia del mundo — leer online gratis el libro completo
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Este libro no incluye bibliografía de manera voluntaria. Las obras históricas son, en efecto, tan numerosas que su enumeración, aunque fuera sucinta, ocuparía más páginas que el propio libro. Los autores esperan que, presos de la curiosidad, los lectores vayan a comprar esas obras, generalmente reagrupadas por épocas, a las librerías. Tampoco hay índice onomástico, pues todos los nombres aparecen en las enciclopedias.
También es voluntario el hecho de que este libro no incluya mapas. No es porque los autores desprecien la geografía, al contrario, sino porque serían necesarios centenares de mapas para ilustrar esta obra. Aunque existan pocos relatos cronológicos de la Historia del mundo, sí que hay excelentes atlas históricos y numerosos atlas universales (en su defecto, se puede consultar cualquier diccionario enciclopédico). Los autores ruegan a los lectores que si están interesados se dirijan a ellos.
Jean-Claude Barreau, nacido el 10 de mayo de 1933 en París, es un demógrafo, escritor y ensayista francés. Es conocido por sus publicaciones sobre emigración, que le han valido un gran prestigio como intelectual.
A pesar de sus orígenes judíos, Barreau se convirtió al catolicismo y se hizo sacerdote. Al cabo de un tiempo, en desacuerdo con las declaraciones del papa Pablo VI sobre el matrimonio de los sacerdotes y el uso de anticonceptivos, abandona el sacerdocio para casarse.
Su vida entonces oscila entre la publicación, el periodismo y la política. Nombrado consejero cultural de la Embajada de Francia en Argelia, se convirtió en asesor sobre asuntos de inmigración. En 1989 fue nombrado Presidente de la Oficina de Migración Internacional y Presidente del Instituto Nacional de Estudios Demográficos. Para él, la demografía ayuda a crear o destruir civilizaciones; tanto es así que aboga por la creación de un Ministerio de la Población a cargo de la familia y la «regulación de los flujos».
Guillaume Bigot (14 de noviembre de 1969), es un empresario y un ensayista francés.
Tras graduarse en el Instituto de Estudios Políticos de París, Bigot comenzó su carrera como periodista y se convirtió en editor adjunto del diario francés L’Événement du Jeudi. Tras su etapa como periodista ejerció como profesor de geopolítica en el Centro Universitario Leonardo da Vinci, cargo que ocupó durante seis años. Desde el 1 de julio de 2008 es el director de la Escuela de Negocios IPAG.
Dentro de su labor literaria, ha publicado varios ensayos, incluido El zombi y el fanático en 2002, que predice el estancamiento estadounidense en Iraq y la guerra civil en este país. Además, ha escrito dos libros junto a Jean-Claude Barreau: Toda la historia del mundo (2005) y Toda la geografía del mundo (2006), traducidos a ocho y seis idiomas respectivamente.
Los desmemoriados
En Francia, hace un siglo, todo aquel que sabía leer también sabía situarse en el tiempo y en el espacio. Un manual redactado por dos eminentes profesores, el «Malet-Isaac», mencionaba las referencias históricas y geográficas que conocían las personas que habían superado el graduado escolar. Sin embargo, esto ya no es así. La mayor parte de los franceses, y de los occidentales en general, se han convertido en personas sin pasado, en «desmemoriados» (esta palabra describe bastante bien la situación). Por una irónica paradoja, nunca se ha hablado tanto del «deber de la memoria» como en esta época de olvido; ya se sabe, solo se insiste en una cualidad cuando esta se ha olvidado.
Hasta hace poco tiempo, aún se escuchaba a los franceses quejarse cuando no se sentían contentos: «Si una vez hicimos la Revolución, podríamos volver a hacerla», manifestaban así que eran conscientes de una bonita continuidad histórica. ¿Qué encontraríamos hoy en la cabeza de sus hijos (al menos en la de los que no han cursado el tercer ciclo)? ¡Un caballero de la Edad Media con su armadura, cabalgando sobre un cohete interplanetario, a modo de caballo, en un lugar indeterminado!
La película en varias entregas El señor de los anillos, una epopeya que no se desarrolla en ninguna parte, nos proporciona con su éxito el testimonio de la ignorancia universal. La culpa no es de nuestros contemporáneos si se ha descuidado instruirles sobre hechos y lugares. Un mundo apremiante ha querido sustituir el estudio de la historia cronológica por el de los temas que cabalgan por los siglos, del tipo «Los medios de comunicación a través de los tiempos». En cuanto a los lugares, todos son iguales para los apresurados técnicos que ya no quieren tener en cuenta los parajes, las ciudades actuales alinean por todas partes las mismas torres de cristal. Dentro de este barullo, los paisajes se difuminan, las culturas se disuelven, las historias colectivas se borran.
Esta mezcolanza provoca la desaparición de aquello que permitía a los individuos efectuar el inventario de su herencia.
Si a esto se añade un tremendo desprecio por el pasado lejano y el culto a lo «inmediato», se entiende que nuestra modernidad fabrique más consumidores, «zapeadores» e hijos de la publicidad que ciudadanos responsables, deseosos de comprender y construir.
Así pues, hay que ponerse en guardia: la misión más importante de una civilización es transmitir a sus hijos un patrimonio, queda a cargo de estos últimos rechazar, dilapidar o hacer fructificar esa herencia.
Cuando en la noche de Pascua, un joven israelí interroga de manera ritual a los adultos que lo rodean sobre el sentido del rito que se celebra, estos le responden, de un modo no menos ritual, con el relato de la liberación del pueblo judío de la esclavitud egipcia. Este hecho, expresado de un modo sobrecogedor durante la cena pascual del judaísmo, constituye el acto fundamental de la educación. No fue por casualidad que Pol Pot, en Camboya, quisiera arrancar radicalmente a los jemeres de su pasado: sabía lo que se hacía.
De este modo, sin esas preguntas del discípulo al maestro, sin la transmisión de los maestros a los más jóvenes, deja de subsistir la civilización y solo queda la barbarie; ni siquiera sobrevive la especie humana, lo que subrayaremos haciendo alusión a la prehistoria.
Esta convicción nos ha empujado a intentar contar la historia de los hombres. Sabemos que numerosos profesionales, muy eruditos en tal o cual cuestión, escriben cantidad de obras, la mayoría excelentes, que se publican todos los años (por ejemplo, en esta misma editorial); pero esas historias tratan de problemas concretos, de épocas precisas y de personajes aislados. Y nuestros contemporáneos —que no han aprendido en el colegio la cronología— no encuentran ningún equivalente actual al «Malet-Isaac», (que, es verdad, se ha reeditado en bolsillo, pero ese manual daba por supuesta una enseñanza de Historia que ya no se proporciona). En la actualidad, la gente tiene dificultades para hacer un estudio comparativo de los temas, para situarse en la cadena del tiempo. Sin embargo, Malraux nos explica en sus Antimemorias que sin un punto de comparación, los problemas dejan de ser comprensibles. «Pensar es comparar», escribe.
¿Es posible, por tanto, descifrar la actualidad sin referencias históricas; los acontecimientos más actuales siempre se enraízan en un pasado lejano? ¿Cómo situar, por ejemplo, las guerras de Irak sin haber oído hablar de Mesopotamia? Sin referencias cronológicas ni geográficas, los telediarios se transforman en historias fantásticas, en episodios de El señor de los anillos
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