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Giordano Bruno - Del infinito: el universo y los mundos

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Giordano Bruno Del infinito: el universo y los mundos
  • Libro:
    Del infinito: el universo y los mundos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    1584
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Del infinito: el universo y los mundos: resumen, descripción y anotación

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En 1584 cuatro décadas después de la publicación de De Revolutionibus de - photo 1

En 1584, cuatro décadas después de la publicación de De Revolutionibus de Copérnico, Giordano Bruno propuso una nueva cosmología, una nueva metafísica y una nueva ontología acorde con la astronomía copernicana. Del infinito: el universo y los mundos sustituye el mundo ordenado y finito de Aristóteles por un universo homogéneo e infinito sin centro ni circunferencia limitadora, sin Dios creador trascendente, que pueda considerarse él mismo dotado de características divinas del infinito y que evoluciona en el tiempo y el espacio.

Giordano Bruno Del infinito el universo y los mundos ePub r10 RLull 081015 - photo 2

Giordano Bruno

Del infinito: el universo y los mundos

ePub r1.0

RLull 08.10.15

Título original: De l’infinito universo e mondi

Giordano Bruno, 1584

Traducción: Ángel J. Cappelletti

Editor digital: RLull

ePub base r1.2

DIÁLOGO PRIMERO INTERLOCUTORES ELPINO FILOTEO FRACASTORIO BURQUIO ELPINO - photo 3

DIÁLOGO PRIMERO

INTERLOCUTORES: ELPINO, FILOTEO, FRACASTORIO, BURQUIO.

ELPINO— ¿Cómo es posible que el universo sea infinito?

FILOTEO— ¿Cómo es posible que el universo sea finito?

ELPINO— ¿Pretendéis que es posible demostrar esta infinitud?

FILOTEO— ¿Pretendéis que es posible demostrar esta finitud?

ELPINO— ¿Qué extensión es ésta?

FILOTEO— ¿Qué límite es éste?

FRACASTORIO— Al asunto, al asunto, por favor. Demasiado nos habéis tenido pendientes de ello.

BURQUIO— Entrad enseguida a algún tipo de argumentación, Filoteo, porque me he de divertir escuchando esa fábula o fantasía.

FRACASTORIO— Con más modestia, Burquio. ¿Qué dirás si la verdad al fin te convenciere?

BURQUIO— Aunque esto sea verdad, yo no lo quiero creer, porque no es posible que este infinito sea entendido por mi cabeza ni digerido por mi estómago, aun cuando, por así decirlo, quisiera que fuese tal como dice Filoteo, porque si, por mala suerte, sucediese que yo me cayera de este mundo, encontraría siempre algún lugar.

ELPINO— En verdad, oh Filoteo, si queremos constituir a los sentidos como jueces o aun concederles la primacía que les corresponde por el hecho de que todo conocimiento se origina en ellos nos encontraremos probablemente con que no es fácil hallar un medio para probar lo que tú sostienes en vez de lo contrario. Pero, si os parece bien, empezad a hacerme escuchar.

FILOTEO— No hay sentido que vea el infinito, no hay sentido de quien se pueda exigir esta conclusión, porque el infinito no puede ser objeto de los sentidos, y, en consecuencia, quien pretende conocerlo por medio de los sentidos es semejante a quien quisiera ver con los ojos la substancia y la esencia, y quien negase por eso la cosa, por cuanto no es sensible o visible, llegaría a negar la propia substancia y ser. Por eso, debe haber moderación en eso de pedir testimonio a los sentidos. A esto no hacemos lugar, sino cuando se trata de cosas sensibles y aún no sin sospecha, si aquellos no intervienen en el juicio junto con la razón Al intelecto le corresponde juzgar y dar razón de las cosas ausentes y separadas de nosotros por distancia temporal o intervalo espacial. Y aquí más que suficiente testimonio tenemos de los sentidos en el hecho de que éstos no son capaces de afirmar lo contrario y evidencian además su debilidad e insuficiencia al ocasionar una apariencia de finitud gracias a su horizonte, con lo cual se ve también cuan inconstantes son. Ahora bien, así como por experiencia sabemos que nos engañan en lo que toca a la superficie de este globo en el cual nos hallamos, mucho más debemos sospecharlo en lo que respecta al límite que nos hace ver en la concavidad estelar.

ELPINO— ¿Para qué nos sirven, pues, los sentidos? Decid.

FILOTEO— Para excitar la razón solamente, para acusar, para indicar y testificar en parte, no para testificar en todo ni menos para juzgar o para condenar. Porque nunca, por más perfectos que sean, carecen de alguna perturbación. Por lo cual, la verdad proviene de los sentidos, como de un débil principio, en pequeña parte, pero no está en los sentidos.

ELPINO— ¿Dónde, pues?

FILOTEO— En el objeto sensible como en un espejo, en la razón a modo de argumentación y discurso, en el intelecto a modo de principio o de conclusión, en la mente en forma propia y viviente.

ELPINO— Arriba, pues. Haced vuestros razonamientos.

FILOTEO— Eso haré. Si el mundo es finito y fuera del mundo no hay nada, os pregunto: ¿Dónde está el mundo? ¿Dónde está el universo? Aristóteles responde: está en sí mismo. La convexidad del primer cielo es lugar universal, y tal cielo, como continente primero, no está en otro continente, porque el lugar no es otra cosa más que superficie y extremidad del cuerpo continente. Por eso, lo que no tiene cuerpo continente no tiene lugar. Pero ¿qué quieres decir tú, Aristóteles, con esto de que «el lugar está en sí mismo»? ¿Qué me das a entender por «cosa fuera del mundo»? Si dices que no hay nada, el cielo y el mundo, en verdad, no estarán en parte alguna…

FRACASTORIO— «En ninguna parte, pues, estará el mundo. Todo estará en la nada».

FILOTEO— …el mundo será algo que no se encuentra. Si dices

BURQUIO— Creo, en verdad, que sería necesario decirle a éste que, si uno extendiese la mano fuera de aquella convexidad, aquélla no vendría a estar en un lugar, no estaría en parte alguna y, por consiguiente, no tendría ser.

FILOTEO— Llego a la conclusión de que no hay entendimiento que no conciba tal afirmación peripatética como una contradicción implícita. Aristóteles ha definido el lugar no como cuerpo continente, no como cierto espacio, sino como superficie del cuerpo continente. Pero he aquí que el primero, principal y máximo lugar es aquel al cual dicha definición menos se aplica (y, de hecho, no se aplica en absoluto). Se trata de la superficie convexa del primer cielo, la cual es superficie de un cuerpo, y de un cuerpo tal que contiene solamente sin ser contenido. Ahora bien, para hacer que dicha superficie sea un lugar no se exige que lo sea de un cuerpo contenido sino de un cuerpo continente. Si es superficie de un cuerpo continente y no está unida a y continuada por un cuerpo contenido, es un lugar sin objeto ubicado, teniendo en cuenta que al primer cielo no le corresponde ser lugar sino por su superficie cóncava, que toca a la convexa del segundo. He aquí, pues, cómo aquella definición resulta vana, confusa y autocontradictoria. A esta confusión se llega por aceptar aquel desacertado juicio que quiere que nada se ubique fuera del cielo.

ELPINO— Dirán los peripatéticos que el primer cielo es cuerpo continente por la superficie cóncava y no por la convexa, y que, según aquélla, es lugar.

FRACASTORIO— Y yo añado que, entonces, se da una superficie de cuerpo continente que no es lugar.

FILOTEO— En suma, para llegar directamente a la cuestión, me parece cosa ridícula decir que fuera del cielo no hay nada y que el cielo esté en sí mismo, esté ubicado por accidente y sea lugar por accidente, esto es, por sus partes. Y entiéndase lo que se quiera en esta locución «por accidente», no puede evitar el hacer de un ser dos, porque siempre el continente es diverso del contenido, y de tal modo diverso que, según él mismo, el continente es incorpóreo y el contenido es cuerpo, el continente es inmóvil y el contenido es móvil; el continente matemático y el contenido físico., por ahora no me preocupa). Pregunto si este espacio que contiene el mundo resulta más apto para contener un mundo que otro espacio que esté más allá.

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