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Georges Dumézil - Historias romanas

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Georges Dumézil Historias romanas
  • Libro:
    Historias romanas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1996
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Historias romanas: resumen, descripción y anotación

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[pg. 89] I. CAMILO Y LA AURORA

LA FIGURA de Camilo domina el último siglo de “la historia romana antes de la historia”. Es su segundo fundador antes de que un tercero haga virar dulcemente la libertas hacia el principado. Más que fundador, Camilo es restaurador; pero ante todo es salvador, y lo es más cabalmente que Publícola durante la violenta transición del regnum a la libertas. En aquel tiempo Roma no había sido ni conquistada ni destruida; su noble adversario, el etrusco Porsena, en todo opuesto al galo Breno, había renunciado a obtener más provecho de la ventaja adquirida: incluso, al levantar el asedio, reabasteció generosamente a los romanos exhaustos.

No hay un solo episodio de la biografía de Camilo, en las escasas versiones que han llegado hasta nosotros, que no sea un exemplum y, además, lo es para las más diversas categorías de romanos: exempla en el arte militar, con su cálculo, su osadía, su astucia y su prudencia, que recorren desde la difícil toma de Veyes que el destino reservaba al fatalis dux hasta la derrota de la segunda banda de galos que quiso repetir la proeza de Breno. Pero también hay exempla de moral guerrera, porque este general eminente no está sediento de sangre: muestra lealtad hacia los enemigos faliscos y es generoso con los tusculanos descarriados. La moderación de ambas conductas resultó más eficaz que una victoria. También da exempla de moral personal: pese a disponer tan a menudo del poder absoluto no tiene más ambición que servir a Roma, incluso cuando ésta se muestra ingrata con él. Se le reprocha, en ocasión de su triunfo, un pequeño acceso de vanidad —que habría que analizar más de cerca—, pero luego, calumniado e injustamente desterrado, se abstiene de atraer con sus plegarias la cólera de los dioses contra la ciudad y sólo les pide que los romanos deploren su ausencia. Después, cuando se suscita una catástrofe que sobrepasa sus cálculos, vuelve al servicio sin ninguna arrogancia; al contrario, se asegura, en condiciones acrobáticas, la investidura por parte de los escombros del Estado que subsisten en el Capitolio. Acaso haya cedido a una antipatía personal contra Manlio; pero si es verdad que lo persigue hasta la roca Tarpeya es, ante todo, para salvar una vez más la libertas. En fin, proporciona exempla de sabiduría política: hace que entre en vigor la “nueva sociedad”, en la que la plebe no sólo será defendida por sus magistrados revolucionarios, los [pg. 90] tribunos, ni estará limitada a recurrir a magistrados subalternos, sino que participará en todos los niveles del mando. Camilo es quien le abre al pueblo las puertas del consulado, y la vida pública de este dictador termina simbólicamente con un voto y la dedicación de un templo a la diosa Concordia.

CAMILO Y LA HISTORIA

¿Hasta qué punto pertenece a la historia propiamente dicha este conjunto armonioso, esta constante demostración en actos perfectos de las virtudes necesarias para la grandeza romana? Como siempre sucede en estos casos, se ha debatido mucho sobre esta cuestión, pero con tales resultados que aún los historiadores más proclives a reconocer hechos en los bellos relatos tradicionales se han mostrado reticentes. Uno de los historiadores más grandes y de criterio más independiente, Theodor Mommsen, ha podido escribir que la gesta de Camilo se había convertido en “la más mentirosa de todas las leyendas romanas” (“die verlogenste aller römischen Legenden”):

¿Tiene el personaje de Marco Furio Camilo mucho más consistencia histórica que el de Publícola? Es lícito poner esto en tela de juicio. Sin embargo, la época de Camilo es posterior a la de Publícola en más de un siglo, pues se supone que vivió del 445 al 365 a.C., según los datos tradicionales. No obstante, la mayoría de los relatos que se refieren a él tienen un carácter legendario tan acentuado que podemos preguntarnos si en verdad existió. Es posible, empero, que un romano de este nombre se haya apoderado de Veyes hacia el año 396, aunque no es verosímil que luego haya derrotado a los galos que habían tomado e incendiado Roma.

¿En dónde comienza y en dónde termina lo que es verosímil de este personaje? Para responder a esto hay que insistir en citar las primeras frases del Libro Sexto de Tito Livio. En este texto, después de haber relatado la toma de Veyes y la ulterior destrucción de Roma, y tras haber reconstruido el patético discurso con el que Camilo impide que los romanos emigren a Veyes, el historiador hace un alto para declarar que todo cuanto él ha escrito hasta ese momento es de veracidad incierta. Y expone sus razones de este modo:

[pg. 91] He reseñado en los cinco libros precedentes todo cuanto ocurrió desde la fundación de Roma hasta que ésta fue tomada por los galos. Estos acontecimientos son oscuros no sólo debido a su antigüedad, la cual hace que escapen de nuestra mirada por la gran distancia desde la que los contemplamos, sino también por lo poco que entonces se recurría a la escritura que, no obstante, es el único medio para salvar del olvido al pasado. Pero, además, gran parte de lo que se conservaba en los libros de los pontífices, en los archivos del Estado o en las memorias de los particulares pereció en el incendio que consumió a la ciudad.

De hecho, la incertidumbre que gravita sobre la historia romana no se limita al relato de la resurrección de Roma, preñado manifiestamente, como el de su ruina, de tantos gestos edificantes. El año 390 no transforma de pronto la calidad del tema, y el Camilo posterior a esa fecha no se convierte, de la noche a la mañana, en una figura más consistente, así como tampoco sus acciones llegan a ser hechos mejor fundados en la realidad.

EL VOTO A MATER MATUTA

¿En qué se fundamenta esta bella novela que de tal manera escapa a los asideros ordinarios de la historia? Si sólo se tratara de este personaje, la pintura de sus virtudes y de sus méritos podría considerarse una creación ex nihilo que obedece a una intención educativa, una imagen edificante de “el romano tal como debería ser”. Pero también existen acontecimientos —sucesos inciertos— que forman parte de su novela o que el personaje crea; hay, en la manera en que sufre, atraviesa por o domina estos acontecimientos muchas precisiones, a veces extrañas, que carecen de valor moral. ¿De dónde procede este rico material que constituye un repertorio tan coherente como el de las virtudes que le sirven de escenario?

Durante muchos años he buscado en vano para ver si las enseñanzas de la nueva mitología comparada, o bien los recientes avances del estudio directo de la religión romana, podían ser de provecho para una interpretación parcial o total. Los ejemplos de las vidas de Rómulo, de Numa, de Publícola, ricos en mitos transformados, me animaron a explorar la primera vía con objeto de descubrir, respecto a Camilo, un asidero de este tipo. Pero en veinte años de ensayos no he logrado este propósito. La segunda vía, el examen de la conducta religiosa de Camilo, no parecía más prometedora: el respeto que tantas veces afirma tener a los dioses capitolinos no podría caracterizarlo, excepto, [pg. 92] quizá, por oposición a Manlio, el cual no está muy lejos de considerarlos sus deudores. Las dos grandes divinidades a las que Camilo solicita favores y que lo ayudan a tomar Veyes son extranjeras: el Apolo de Delfos y la Juno de la ciudad, es decir, sin duda una interpretatio romana de alguna Uni etrusca. Al menos por lo que se refiere a Apolo, el general no hace sino seguir la política del Senado, el cual, según la leyenda, ya había asociado al dios délfico con la empresa de Veyes cuando se suscitó el prodigio del lago Albano. Aún quedaba entre los destinatarios de los votos de Camilo una divinidad propiamente romana: Mater Matuta, a quien promete, al salir de Roma rumbo al campo frente a Veyes, dedicarle un templo si regresa victorioso. Pero Mater Matuta es una diosa menor, a la que se supone que Camilo tenía una devoción particular, u ocasional, de manera privada. Más de un general romano, en plena historia, tuvo la originalidad de dirigir su voto a un protector modesto, inesperado.

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