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Glenn J. Doman - Cómo enseñar a leer a su bebé

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Glenn J. Doman Cómo enseñar a leer a su bebé
  • Libro:
    Cómo enseñar a leer a su bebé
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    ePubLibre
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  • Año:
    1964
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Cómo enseñar a leer a su bebé: resumen, descripción y anotación

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NOTA A LOS PADRES

Leer es una de las más altas funciones del cerebro humano; de todas las criaturas terrestres, solo las personas son capaces de leer.

Leer es una de las funciones más importantes de la vida, puesto que, virtualmente, todo el saber se basa en la capacidad de leer.

Es verdaderamente sorprendente que hayamos tardado tantos años en darnos cuenta de que cuanto más pequeño es un niño cuando aprende a leer, más fácil le resultará leer y mejor leerá.

Los niños pueden leer palabras cuando tienen un año, frases cuando tienen dos y libros enteros cuando tienen tres años, y les encanta.

El llegar a comprender que tienen esta capacidad y el porqué de ello nos ha llevado un largo tiempo.

Aunque realmente no hemos empezado a enseñar a leer a niños chiquitines en El Instituto hasta 1961, un equipo de varios especialistas había invertido veinte años en comprender cómo funciona un cerebro humano (lo cual era necesario para indicar la posibilidad de que aquello se podría hacer).

Este equipo, formado por investigadores del desarrollo infantil —médicos, educadores, alfabetizadores, neurocirujanos y psicólogos—, había comenzado su trabajo con niños de cerebro lesionado, y esto les llevó a un estudio de muchos años sobre la forma de desarrollarse el cerebro de un niño normal. Lo que, a su vez, dio lugar a una nueva y asombrosa información sobre cómo aprenden los niños, lo que aprenden y lo que pueden aprender.

Cuando este equipo investigador vio que muchos niños enfermos cerebrales leían, y leían bien, a los tres años y aún más pequeños, resultó obvio que algo no iba bien en lo que ocurría con los niños normales. Este libro es uno de los diversos resultados de aquellas observaciones.

Lo que dice este libro es exactamente lo que hemos venido diciendo a los padres de los niños enfermos y de los normales desde 1961. Los resultados de habérselo dicho han sido francamente gratos, tanto para los padres de los niños como para nosotros mismos.

Se escribió este libro debido a la insistencia de dichos padres, que desean tener en forma de libro lo que dijimos, para ellos mismos y para otros padres.

CAPÍTULO 1

Tommy y los hechos

Les he estado diciendo que leía. Sr. Lunski

Esta amable revolución comenzó espontáneamente. Lo extraño de ella es que llegó a su final casualmente.

Los niños, que son los pequeños revolucionarios, no sabían que podrían leer si se les daban los medios, y los adultos dedicados a la industria televisiva, quienes finalmente se los proporcionarían, ignoraban que los niños tenían capacidad para ello y que la televisión procuraría los medios que traerían consigo dicha revolución.

La falta de medios es la razón por la cual tardó tanto tiempo en ocurrir, pero ahora que ha sucedido, nosotros, los padres, debemos cooperar para fomentar esta espléndida revolución; no para hacerla menos amable, sino para lograr que sea más rápida, de modo que los niños puedan recibir antes su recompensa.

Es realmente asombroso que los niños no hayan descubierto el secreto mucho antes. Es un milagro que los niños, con toda su vivacidad —porque vivaces sí que son—, no lo hayan captado.

La única razón de que algún adulto no les haya revelado el secreto a los niños de 2 años es que nosotros, los adultos, tampoco lo sabíamos. Claro que si lo hubiéramos sabido jamás habríamos permitido que permaneciera en secreto, ya que es demasiado importante tanto para los niños como para nosotros.

Lo malo es que hemos hecho la letra demasiado pequeña.

Lo malo es que hemos hecho la letra demasiado pequeña.

Lo malo es que hemos hecho la letra demasiado pequeña.

Es posible incluso hacer la letra demasiado pequeña para el complicado camino visual —que incluye el cerebro— que sigue el adulto para leer.

Es casi imposible hacer el tipo de letra demasiado grande para leer.

Pero, en cambio, es posible hacerla demasiado pequeña, y esto es lo que hemos hecho.

El camino visual desde el ojo a través de las áreas visuales del mismo cerebro, insuficientemente desarrollado en los niños de 1, 2 o 3 años, hace que estos no puedan diferenciar una palabra de otra.

Pero ahora, como hemos dicho, la televisión ha desvelado todo el secreto a través de los anuncios comerciales. El resultado es que cuando el locutor dice Gulf, Gulf, Gulf, con voz clara y afín, y en la pantalla aparece la palabra GULF con letras claras y grandes, todos los niños aprenden a reconocer la palabra, cuando ni siquiera conocen el alfabeto.

La verdad es, pues, que los niños pequeñitos pueden aprender a leer. Se puede decir, con toda seguridad, que los niños, especialmente los más pequeños, pueden leer, con la condición de que, al principio, se les hagan las letras muy grandes.

Ya sabemos ahora ambas cosas.

Y puesto que las sabemos tenemos que hacer algo porque lo que ocurrirá cuando enseñemos a leer a niños muy pequeñitos será muy importante para el mundo.

Sin embargo, ¿no le resulta más fácil al niño entender una palabra hablada que una escrita? En absoluto. El cerebro del niño, que es el único órgano que tiene capacidad de aprender, «oye» las palabras claras y en voz alta de la televisión a través del oído y las interpreta como solo el cerebro puede hacerlo. Simultáneamente, el cerebro del niño «ve» las palabras de la televisión grandes y claras a través del ojo y las interpreta exactamente de la misma manera.

No hay diferencia alguna para el cerebro entre «ver» una forma u «oír» un sonido. Entiende los dos igualmente bien. Lo único que se requiere es que los sonidos sean suficientemente claros y altos para que el oído los pueda oír y las palabras suficientemente grandes y claras para que el ojo las pueda ver y así el cerebro pueda interpretarlas. Lo primero lo habíamos hecho, pero en lo segundo fallamos al no hacerlo.

Probablemente, la gente siempre ha hablado a los niños en una voz más alta que la que usa con los adultos, y seguimos haciendo eso, dándonos cuenta de forma instintiva de que los niños no pueden oír y entender simultáneamente el tono normal de conversación de los adultos.

Nadie pensaría en hablar a los niños de 1 año en una voz normal: prácticamente les gritamos.

Si intenta hablarle a un niño de 2 años en un tono normal, hay muchísimas probabilidades de que no le oiga ni le entienda. Si el niño está de espaldas, es casi seguro que ni siquiera le prestará atención.

Incluso un niño de 3 años, si se le habla en un tono normal de conversación, es difícil que lo entienda, o que ni siquiera lo escuche si hay otros sonidos u otra conversación en la habitación.

Todo el mundo habla a los niños en voz alta, y cuanto más pequeño es el niño, más alto hablamos.

Supongamos, como hipótesis para probar este argumento, que los adultos hemos decidido hace tiempo hablarnos con unos sonidos lo suficientemente suaves como para que ningún niño pueda oírlos ni entenderlos. Supongamos, sin embargo, que estos sonidos son lo bastante fuertes como para que el camino auditivo del niño de 6 años se haya perfeccionado lo bastante para oír y entender esos sonidos suaves.

Bajo este conjunto de circunstancias, probablemente aplicaríamos a los niños de 6 años unos tests de «aptitud auditiva». Si veíamos que «oía» pero no entendía las palabras (lo que ciertamente ocurriría, puesto que su camino auditivo había sido incapaz de distinguir los sonidos bajos hasta esa edad) es posible que lleváramos ahora a comprender el lenguaje hablado, enseñándole primero la letra A, luego la B y continuando así hasta que aprendiera el alfabeto antes de empezar a enseñarle cómo suenan las palabras.

Así se llega a concluir que quizás hubiera un buen número de niños con problemas para «oír» palabras y frases, y que quizá hubiera también un libro llamado Por qué Pipo no oye.

Lo que acabamos de exponer es precisamente lo que hemos hecho con el lenguaje escrito. Lo hemos escrito tan pequeño que el niño no lo puede «ver y entender».

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