El doctor palestino Izzeldin Abuelaish nació y creció en un campo de refugiados de la franja de Gaza. Este territorio que separa a israelíes y palestinos, en el que viven hacinadas centenares de personas, ha sido su lugar de trabajo y su hogar. Aquí tuvo lugar el asesinato de tres de sus hijas en enero de 2009 durante la incursión de Israel en Gaza. Su reacción y su postura frente a la tragedia lo convirtieron en noticia y lo hicieron merecedor de galardones humanitarios en todo el mundo. Su nombre figuró en 2010 en las listas de los candidatos al Premio Nobel de la Paz.
No voy a odiar es el testimonio de un hombre que decidió recorrer el camino de la paz y de la dignidad en lugar de seguir odiando. Una odisea enternecedora y humana que nos enseña que la fuerza del diálogo y el abandono del rencor son la solución de concordia en uno de los puntos más conflictivos del planeta.
Izzeldin Abuelaish
No voy a odiar
Título original: I Shall Not Hate
Izzeldin Abuelaish, 2010
Traducción: Ana Isabel Robleda, 2011
Revisión: 1.0
25/02/2020
A la memoria de mis padres, mi madre,
Dalal, y mi padre, Mohammed.
A la memoria de mi esposa, Nadia,
de mis hijas Bessan, Mayar y Aya,
y a la de mi sobrina Noor.
A la de los niños de todo el mundo cuyas
únicas armas son el amor y la esperanza.
Autor
IZZELDIN ABUELAISH es un doctor palestino nacido y criado en Jabalia, un campo de refugiados de la franja de Gaza. Recibió una beca para estudiar Medicina en El Cairo y se diplomó en el Instituto de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Londres. Completó su residencia en el hospital Soroka en Israel y cursó una subespecialidad en Medicina Fetal en Italia y Bélgica. Más tarde cursó un máster en Salud Pública en la Universidad de Harvard. Antes de que sus tres hijas fueran asesinadas el doctor Abuelaish trabajó como investigador en el Instituto Gerner en el hospital Sheba de Tel Aviv. En la actualidad vive con su familia en Canadá, donde es profesor asociado en la escuela Dalla Lana en la Universidad de Toronto.
Prólogo por el doctor Marek Glezerman
A principios de la década de 1990, cuando yo era jefe del Servicio de Obstetricia y Ginecología en Soroka Medical Center de Beerseba, Israel, el doctor Izzeldin Abuelaish se puso en contacto conmigo para hacerme una consulta sobre unos pacientes a los que estaba tratando en la Franja de Gaza. A partir de aquel momento comenzó a traerme a sus pacientes a mi consulta después del trabajo. Eran en su mayoría parejas con problemas de fertilidad a las que yo atendía normalmente de forma gratuita. Con el tiempo llegué a conocer bien a Izzeldin, médico dedicado y ser humano compasivo, y quedé impresionado por la profunda empatía que llegaba a tener con sus pacientes. También descubrí que su modo de enfrentarse y de entender la vida y el mundo en general era excepcional. Viajar desde Gaza al hospital Soroka no es fácil. Nunca se sabe si la frontera va a estar cerrada ni si podrás salir después. Dado que tanto él como sus compatriotas palestinos experimentan esta frustración a diario, me parecía extraordinario que Izzeldin nunca extendiese de modo general sus quejas. Nunca lo oí condenar las injusticias que había sufrido de un modo genérico, sino siempre específico, dirigiendo sus críticas a una situación en concreto. Esta postura también se refleja en su actitud optimista de enfrentarse a la vida: parece incapaz de albergar un pesimismo existencial o clase alguna de desesperanza. Jamás se regodea en pensar «lo que podría haberse hecho en el pasado», sino que solo piensa en lo que se podrá hacer en el futuro. Es un hombre que siempre mira hacia el porvenir, que siempre está lleno de esperanza, algo bastante difícil en este mundo y particularmente en el suyo.
Otro de los rasgos de carácter más notables en Izzeldin es su deseo constante de ampliar sus conocimientos. Siempre ha intentado completar su formación y nunca se ha cansado de aprender y desarrollar sus capacidades. Cuando lo conocí, había estudiado obstetricia y ginecología en Arabia Saudí, pero soñaba con hacer su residencia en Israel. Para mí fue un gran reto conseguir que fuese el primer médico palestino que completara su residencia en nuestro país. Los programas para la residencia de los médicos en Israel son muy intensos y alcanzan elevadas cotas de calidad. Teniendo en cuenta todas las dificultades a las que tenía que enfrentarse viviendo en Gaza, el mayor obstáculo no era si tendría formación suficiente para hacerse acreedor del puesto, sino si sería capaz de llevarlo a buen término, dado que nunca iba a poder estar seguro de si cruzaría o no la frontera para encargarse de las tareas que lo esperarían aquí.
En 1995, más o menos cuando yo pasé a ocupar un puesto de responsabilidad en otro hospital, Izzeldin fue admitido en el programa de residencia en obstetricia y ginecología en Soroka Medical Center. Se trataba de una residencia diseñada a medida y destinada no a aprobar un examen sino a ampliar el currículum. Contra todo pronóstico consiguió completarla con todas sus rotaciones en distintos servicios, con los problemas fronterizos diarios, la barrera del idioma y el inconveniente de los horarios. Por ejemplo: si un interno no se presenta a la hora debida, alguien debe hacer el turno por él apenas sin tiempo para organizado, y a nadie le gusta hacer eso. En función de lo que ocurriera en la frontera había ocasiones en las que Izzeldin y otros palestinos de Gaza al igual que él no podían entrar en Israel. Otras veces, después de haber hecho el turno de noche, no se le permitía volver junto a su familia en Gaza. Pero él nunca se rindió. Completó el programa de seis años, adquirió un dominio absoluto del hebreo y consiguió llegar a ser un competente ginecólogo y obstetra.
Izzeldin tenía todas las razones del mundo para sentirse frustrado, desilusionado y ofendido por el entorno en el que le ha tocado vivir, pero él no es así. A pesar de todo lo que ha visto y ha tenido que soportar, su creencia en la coexistencia y en el proceso de paz entre palestinos y judíos sigue firme. Él no considera a Israel como una entidad monolítica en la que todo el inundo es igual. Conoce a muchos israelíes, algunos de los cuales han llegado a ser amigos suyos, que no desprecian a todos los palestinos por considerarlos terroristas, y conoce a muchos palestinos que de la misma manera no califican a todos los israelíes como ocupantes de la extrema derecha. Izzeldin cree que hay dos pueblos que quieren vivir en paz y que están hartos de guerra y sangre. Tiempo atrás la gente corriente de ambos lados era más militante y los gobiernos se sentían quizá más inclinados a buscar una solución. Sin embargo, él cree que la situación presente es la contraria: la gente, tanto israelíes como palestinos, quiere vivir en paz, tener una vida decente, un techo sobre la cabeza y seguridad para sus hijos. Son sobre todo los líderes de sus comunidades los que se empeñan en seguir peleando las batallas inconclusas de ayer.
Hemos seguido manteniéndonos en contacto a lo largo de los años. Lo he visto en conferencias y, qué duda cabe, hemos hablado sobre el conflicto en Oriente Próximo y las posibilidades de que llegue la reconciliación. Ambos somos optimistas. Ni él ni yo creemos que los obstáculos ideológicos que nos impiden encontrar un ámbito común en el que construir un futuro decente sean insuperables. Cuando nuestros líderes hablan ahora de paz, sus discusiones se centran en el establecimiento de las futuras fronteras geográficas entre Israel y el estado palestino emergente. Y este enfrentamiento puede, debe y será resuelto un día. Sin duda, lo que estoy diciendo peca de simplismo. No podemos obviar el hecho de que muchos fanáticos de ambos lados siguen haciendo todo lo que está a su alcance para tratar de imponer su visión extremista. Pero están en minoría. La verdadera tragedia de nuestros pueblos radica en que prácticamente todo el mundo sabe cuál será el resultado final y, sin embargo, son pocos los que están dispuestos a admitirlo y a actuar en consecuencia: dos estados vecinos, Jerusalén como ciudad con un estatus especial, el regreso simbólico de unos cientos de miles de refugiados y la compensación por aquellos que no volverán. La tragedia radica en que la necedad de ambos bandos sigue inexorablemente su curso en dirección opuesta a este acuerdo y deja en el camino multitud de bajas tanto judías como árabes. Cuando me preguntan si mi optimismo nace del idealismo o del realismo, les digo que de una mezcla de ambos. Hay que ser realista aunque se sea un idealista. Y se tiene que ser idealista para poder soportar la realidad en que vivimos aquí. Si se juzgaran nuestras vidas solo por lo que ha ocurrido ayer u hoy, sería imposible levantar la cabeza y mirar hacia el futuro. Y si, por otro lado, solo miráramos hacia delante, no dejaríamos de tropezar y caminar en círculos.