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Kilian Jornet - Correr o morir

Aquí puedes leer online Kilian Jornet - Correr o morir texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2011, Editor: ePubLibre, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Kilian Jornet Correr o morir

Correr o morir: resumen, descripción y anotación

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Kiss or kill Besa o mata Besa la gloria o muere en el intento Perder es - photo 1

Kiss or kill. Besa o mata. Besa la gloria o muere en el intento. Perder es morir, ganar es sentir. La lucha es lo que diferencia una victoria, un vencedor. Un fuera de serie. Un héroe. Una persona extraordinaria.

Kilian Jornet es el actual campeón mundial de skyrunning, una de las pruebas físicas más duras del planeta. Ha subido y bajado el Kilimanjaro más rápidamente que cualquier otra persona en todo el mundo. Ha fulminado todos los record mundiales en cada reto que se ha propuesto: la Ultra-Trail del Mont Blanc, la Transpirenaica, la vuelta al lago Tahoe…

Correr o morir es el diario de un ganador, una filosofía de vida, una lección ejemplar para todos nosotros.

Kilian Jornet Correr o morir ePub r10 Big Bang 130115 Título original - photo 2

Kilian Jornet

Correr o morir

ePub r1.0

Big Bang 13.01.15

Título original: Correr o morir

Kilian Jornet, 2011

Editor digital: Big Bang

ePub base r1.2

A Núria por enseñarme el camino e iluminarlo cuando oscurece KILIAN - photo 3

A Núria, por enseñarme el camino
e iluminarlo cuando oscurece

KILIAN JORNET I BURGADA Sabadell Barcelona España 27 de octubre de 1987 - photo 4

KILIAN JORNET I BURGADA (Sabadell, Barcelona, España, 27 de octubre de 1987) esquiador y corredor de montaña español.

Es hijo de Eduard Jornet y Núria Burgada. Su padre es guía de montaña y guarda del refugio de Cap de Rec, en los Pirineos ilerdenses. Su madre es profesora de deportes de montaña y se ocupa del Centro de Tecnificación de Esquí de Cataluña. Su hermana pequeña, Naila, forma parte del equipo español de esquí de montaña.

Con tres años subió a su primer «tresmil», al Tuc de Molières, en el Valle de Arán. Con cinco ya coronó la cumbre de los Pirineos, el Pico Aneto. Con seis hizo su primer «cuatromil» subiendo al Breithorn, en los Alpes de Italia y Suiza. A los diez hizo la travesía de un lado a otro de los Pirineos. Desde 2004 se le considera «Esportista d’Alt Nivell» por el Consejo Catalán de Deportes y el Consejo Superior de Deportes en la categoría de Montaña y Escalada.

Ha obtenido numerosos premios en distintas competiciones como «Esquiador de montaña», «Corredor de montaña», «Ultrarunning», «Summits», y «Skyrunning», tanto en España como en el resto del mundo. Ostentando varios records en «Kilómetro vertical».

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¿QUÉ QUIERES SER DE MAYOR?

Contador de lagos. ¡Yo, de mayor, quiero ser contador de lagos!

La profesora apartó la mirada de la pizarra, donde confeccionaba una lista con las profesiones que los niños de la clase deseábamos ser de mayores, y la dirigió hasta mi mesa.

—Sí, contador de lagos. Pero solo quiero contar cuántos hay. Yo iré por el monte y, cuando encuentre un lago, miraré cuán profundo es lanzando una piedra en mitad del agua atada a una cuerda, miraré cuántos pasos mide de longitud y de anchura. Los ríos que llegan a él, de dónde vienen. Y los que del lago salen, hacia dónde van. Miraré si hay peces, o ranas, o renacuajos. Y si el agua está limpia o no. —Rosa me miró aún con mayor asombro, puesto que no es el trabajo más común que suelen desear los niños de cinco años, pero yo estaba convencido de ello. Era mi destino.

Entre esto y el hecho de que, durante todas las ascensiones y excursiones que realicé desde que tengo conciencia, siempre regresaba a casa con al menos una piedra del pico o punto más alto que habíamos alcanzado, una costumbre que todavía hoy conservo —colecciono piedras de todas clases y colores: volcánicas del Kilimanjaro y de la Garrotxa, granitos de los Pirineos y de los Alpes, ocres de Marruecos y de la Capadocia, azules del Erciyes, losas del Cerro Plata…—, creo que estaba predestinado a ser geógrafo o alguna profesión similar. Predestinado a descubrir las entrañas de la Tierra buscando piedras en todas las cumbres y cuevas, a conocer sus paisajes y a desvelar cómo había sido capaz de erigir unas construcciones tan complejas como las cordilleras, con sus montañas, los valles, los lagos… Y cómo todo eso, de una u otra manera, funcionaba a la perfección, cual reloj suizo, sin que nada ni nadie, ni siquiera los hombres más poderosos, pudiera detener su ritmo vital.

Creo que aquella fue de las pocas veces que he dicho «yo quiero ser». Siempre he sido más bien una persona de aquellas que dicen «intentaré…». He sido una persona tímida y siempre he pensado que hay que dejar que transcurra el tiempo, que al final las cosas se pongan en su sitio. Y el tiempo fue colocando mi destino en el lugar que le correspondía.

Mi infancia fue la de un niño normal. Me pasaba el tiempo fuera del colegio jugando alrededor de la casa de mis padres, solo, con mi hermana o con amigos del colegio que venían a pasar alguna tarde. Jugábamos al escondite, a pillarnos, construíamos cabañas y fortalezas, y transformábamos el entorno en parajes imaginarios de imágenes de cómics o películas. Jamás he sido una persona de aquellas que se encierran en su casa y tuve la fortuna de que mis padres vivían en un refugio de montaña, donde mi padre trabajaba de guarda, situado a 2.000 metros de altitud, en la vertiente norte de la Cerdaña, entre picos fronterizos con Francia y Andorra. Mi terreno de juego nunca ha sido una calle o un patio, han sido los bosques del Cap del Rec, las pistas de esquí de fondo y las cumbres de la Tossa Plana, la Muga, el puerto de Perafita… Allí fue donde empecé a descubrir el fascinante mundo de la naturaleza.

Al volver del colegio, aún no habíamos dejado las mochilas en el comedor y ya estábamos fuera encaramándonos sobre las rocas o colgados de la rama de un árbol en verano, o brincando por campos cubiertos de nieve con los esquís de fondo en invierno.

Todas las noches, antes de acostarnos y con el pijama puesto, mi hermana, mi madre y yo salíamos a dar un paseo por el bosque a oscuras, sin frontal. Evitábamos los caminos y así, poco a poco, cuando nuestros ojos se adaptaban a la oscuridad y nuestros oídos al silencio, éramos capaces de escuchar cómo respiraba el bosque y de ver el terreno a través de los pies. Tenemos el sentido de la vista sobrevalorado y, cuando carecemos de él, nos sentimos desprotegidos e indefensos ante los peligros del mundo. Sin embargo, ¿qué peligro puede esconder un bosque pirenaico por la noche? En realidad, los únicos depredadores naturales, lobos y osos, escasean desde hace años. En cuanto a los demás animales, ¿qué peligro puede suponer cruzarse con un zorro o una liebre para un animal diez o quince veces mayor? ¿Y los árboles? Con el oído aprendes a escuchar cómo el viento mece sus hojas y así los puedes ver. ¿Y el terreno? Los pies nos indican si hay ramas, hierba, barro o agua. Si sube o baja, o si de repente viene un desnivel.

Y así fueron pasando rápidamente los años, entre juegos alrededor del refugio y excursiones los fines de semana y durante las vacaciones. Siempre que gozábamos de dos o más días los aprovechábamos para ir a explorar un monte nuevo. Cuando ya andábamos, empezamos a subir las montañas que nos quedaban más cerca, los picos próximos al refugio. Y progresivamente fuimos buscando nuevas aventuras más lejos. Con tres años había coronado ya la Tossa Plana, el Perafita y la Muga. Y en cuanto a las cumbres del Aneto, con seis años hice mi primer cuatro mil, y con diez, completamos la travesía de los Pirineos en cuarenta y dos días… Pero jamás hacíamos estas excursiones siguiendo los pasos de nuestros padres. Cierto que eran ellos quienes nos llevaban hasta la cima y nos guiaban, pero éramos nosotros los que debíamos descubrir el camino, buscar las señales y entender por qué el camino transcurría por aquí y no por allí. No éramos simples observadores de lo que ocurría en nuestro entorno, sino que el monte adquiría un significado más amplio que el de terreno de ocio. Era un terreno con vida, que debíamos conocer para poder desenvolvernos por él con seguridad, para poder interpretar y prever sus peligros. En fin, teníamos que adaptarnos al terreno en el que habíamos nacido. Y así fue como nuestros padres nos enseñaron a amar la montaña: haciendo que nos sintiéramos parte de ella. Porque en el fondo una montaña es como una persona: para amarla, primero hay que conocerla, y una vez conocida, puedes saber cuándo está enfadada y cuándo contenta, cómo tratarla, cómo jugar con ella, cómo cuidarla cuando le hacen daño, cuándo es mejor no molestarla…, pero la diferencia con cualquier persona es que la montaña, la naturaleza, la tierra, es inmensamente mayor que tú. No hay que olvidar nunca que tú solamente eres un pequeño punto, un puntito en el espacio, en el infinito, y que es ella quien decide en cualquier instante si quiere borrar o no este punto.

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