A Uma y Benito, escribo por, para y gracias a ustedes, con amor infinito. Por la revolución de lxs hijxs y para que la disfruten.
A Huayra y León, para que siempre sea domingo y bailemos. Son la alegría y el orgullo.
A Silvana y Daniela, por la hermandad y los colibríes que aletean nuestra historia y unen nuestro futuro.
LENGUAJE LIBERTARIO
Este libro intenta contener un lenguaje inclusivo y no sexista. Pero la pretensión es no caer en estereotipos discriminatorios ni en manuales fríos o letras correctas y de laboratorio. La búsqueda es de una libertad dinámica que transpire cambios y pueda ser cambiada. Por eso se intercambian femeninos, masculinos, x , todas y todos o barras de ellos/ellas en la corazonada de letras que convoquen a ser leídas y a abrir fronteras sin corsets ni reglas fijas.
INTRODUCCIÓN
La revolución del deseo
Las mujeres hicieron una revolución. La hacen todos los días. Pero la toma de la Bastilla de la igualdad no equilibró los cambios y se espera de ellas que bajen de su propio Granma, pero que esperen un llamado, como si la bella durmiente no hubiera despertado nunca.
El deseo es el núcleo de la autonomía femenina. El deseo de no aguantar la violencia que no solo no cesa, sino que toma revancha hacia el “no” de las mujeres o hacia sus decisiones: irse con alguien, no irse, empezar a trabajar, salir a bailar, vestirse, desvestirse, ser madres o no serlo. El feminismo crece, avanza, se expande y se hace notar en la calle, en las redes y en los medios.
La represalia es al deseo. La revancha machista de los que tocan el culo en la calle; de los que queman mujeres o matan a sus hijos porque ellas los dejaron o los denunciaron en la justicia; la revancha de los que buscan obligar a las mujeres que no quieren tener sexo con ellos a que lo tengan por la fuerza o las que quieren tener con uno y son violadas anal o colectivamente, porque ante el goce buscan las formas del dolor; la revancha de los abusadores que mandan carta documento como bozales legales contra las chicas a las que les hacían tocar los genitales y ya no se callan más; la revancha de los que exhiben su poder en el set con las manos y las lenguas que no están en otra letra que no sea la letra recrudecida del machismo; la revancha de los que desaparecen chicas como si sus cuerpos no tuvieran presencia; la revancha de los que matan cuerpos feminizados de mujeres, travestis y/o trans o las mutilan, las empalan, las cortan, las tiran en bolsas de basura.
Nos gusta el durazno y no nos bancamos la pelusa
La revancha también es contra los cuerpos y contra las mujeres libres. No importa si deciden ser madres o abortar. “Si te gusta el durazno bancate la pelusa” es la frase por la que me hice periodista feminista. Es la frase que les decían, una y otra vez, a las madres de cinco, nueve, once hijos, que iban en San Miguel o San Martín a pedir que después de su parto les ligaran las trompas y les decían que no. Es también los que les decían a las mujeres que iban a parir y tenían dolores, gritaban o querían esperar los tiempos de sus bebés y es lo que siguen diciendo quienes se oponen a la conquista del aborto legal, seguro y gratuito con el argumento que por abrirse de piernas pierden sus derechos.
¿Será que la diferencia es abrirse? ¿Será que los varones no se abren?
La gran conquista de las mujeres no es solo que les guste el durazno (los y las que le gustan a cada una, que ya no hay una sola fruta ni una sola forma de ser mujer), sino que ya no hay por qué bancarse la pelusa.
En 2002 se aprobó la Ley de Salud Sexual y Procreación Responsable (25.673) y los anticonceptivos son gratis; en 2006 la Ley que establece el derecho a la ligadura de trompas de Falopio (26.130); La Ley de Parto Humanizado (25.929) se sancionó en 2004 y se promulgó en 2015; la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) se aprobó en 2006 (aunque su implementación no es total y efectiva); en 2010 se consiguió el matrimonio igualitario; en 2012 la Ley de Identidad de Género (26.473) legitimó que la autopercepción alcanza y sobra para ver cómo se quiere figurar en el DNI y que el sexo biológico ya no es un destino de por vida: en 2013 se le dio vía libre a la Fertilización Asistida Igualitaria (26.862), entre muchas otras conquistas.
El corazón de todos los avances normativos es que las mujeres, lesbianas, gays, bisexuales, travestis y trans tienen derecho a sus deseos. Y no tienen que pagar costos por obtenerlos. La revolución es la revolución del deseo.
“Mi cuerpo es mío”, “Más orgasmos, menos violencia”, “Me visto como quiero y me desvisto con quien quiero”, son algunos de los lemas, pintados en el cuerpo de las mujeres en marcha o con carteles sobre sus manos que grafican un movimiento político que, de una manera inédita, puso el cuerpo en la lucha y conquistó el cuerpo como placer público.
La revancha contra esa lucha y la gran cantidad de conquistas no es solo el machismo clásico, sino un machismo exacerbado. La violencia tiene una contracara. No igual ni comparable. El maltrato no es equivalente al destrato. Sin embargo, también se levanta como una forma de desaire. Es más difuso. Pero también dispara como un dardo sobre la autoestima: la indiferencia sistemática cargada de desprecio de los vistos celulares, que destejen la independencia femenina en dependencia del varón deseado pero, esencialmente, del propio deseo vuelto (tan contradictoriamente como la época) un enemigo imprevisto para las mujeres heterosexuales. Algo así como que si vos decís que tu deseo es tuyo yo te corro la cara para que sepas que con tu deseo solo no vas a cambiar el mundo.
Por eso, aunque no todas las feministas sean o puedan ser (en momentos de tantos cambios nada es estático sino móvil) bisexuales o lesbianas, la potencia y prepotencia del feminismo lésbico abrió la puerta para sacar la mirada del deseo sobre los varones (en lo privado, público, político y cultural) y, sin dudas, generó un paso adelante en la autonomía pública del movimiento de mujeres.
En ese sentido, contar qué pasa con las mujeres heterosexuales no es dar por hecho que las mujeres son hetero, sino –por el contrario– ver qué dardos se tiran sobre las que están expuestas a un deseo de varones que, en el mejor de los casos, intentan vínculos más equitativos, deconstruirse y construir nuevas formas de pareja; en muchos casos no saben qué hacer frente a la revolución íntima y política de las mujeres y, en los peores, maltratan o, aunque sea menor, destratan como forma de mantener el poder (aunque sea el poder del deseo).
En relación a los varones no se trata de un ataque. Por supuesto que no son aceptables los violentos, acosadores o abusadores. De eso, no hay dudas. La revolución es un sismo que genera –muchas veces como el erotismo o el amor– fricciones, desencuentros, destemporalidades y dolores, pero también habilita nuevas formas de encuentro. El desafío principal es que los varones estén dispuestos a escuchar y a ser parte del cambio. No hay posiblidad de una sociedad in continuum que haga como si no pasara nada. Pero el feminismo del goce también es una revolución (que exige, a veces, dar un paso al costado y renunciar a algunos privilegios) y que da más libertad, placer y posibilidad de exploración a los muchachos.
Las formas de resistencia también son una forma de algarabía: la diversidad sexual, las identidades móviles, el erotismo lésbico, la curiosidad como forma de habitar la intemperie, el amor compañero, las nuevas familias, la militancia gordx, el orgullo de los cuerpos plurales, los tetazos, el poliamor, la crítica al amor romántico, la felicidad autogestionada y un feminismo que no pide ser mirado, sino que se mira en marea para reclamar cambios políticos y sociales, en las calles y en las camas. Porque el feminismo del goce se opone a la violencia y al abuso, a los cuerpos delineados en uniforme y al sexo y la comida como pecado. Y, en cambio, rescata probar, comer, escribir, besar, escuchar, bailar y marchar como formas de rebelión y de disfrute. La intimidad es política. Y la revolución también. Incluso para pedir más chape y menos visto.
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