PRÓLOGO
Está surgiendo un movimiento nuevo y apasionante en nuestra sociedad: el altruismo efectivo. Numerosas organizaciones estudiantiles se están estructurando en torno a él y suscita vivos debates en medios y redes de comunicación social, así como en las páginas de importantes diarios como el New York Times y el Washington Post .
El altruismo efectivo se basa en una idea muy sencilla: deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos para mejorar el mundo. Ya no basta con acatar las normas esenciales de no robar, no engañar, no hacer daño o no matar a nadie, o al menos no nos basta a los que tenemos la inmensa suerte de vivir de una manera desahogada, que no tenemos que preocuparnos de que nos vaya a faltar, a nosotros o a nuestras familias, alimento o vivienda, y que disponemos de suficiente tiempo y dinero. Llevar una vida mínimamente aceptable desde el punto de vista ético implica dedicar una parte importante de los recursos que nos sobran a hacer del mundo un lugar mejor. Llevar una vida plenamente ética implica hacer el máximo bien que podamos.
Aunque los agentes más activos del altruismo efectivo suelen ser los llamados millennials (es decir, la primera generación que ha alcanzado la edad adulta en el nuevo milenio), hay filósofos anteriores —entre los que me incluyo— que llevan debatiendo sobre el altruismo efectivo desde antes de que recibiera este nombre o se convirtiera en un movimiento como tal. La rama de la filosofía conocida como ética práctica ha desempeñado un papel fundamental en el desarrollo del altruismo efectivo, el que a su vez reivindica la importancia de la filosofía y demuestra que ésta puede cambiar, a veces de forma muy radical, la vida de quienes la tienen en consideración.
La mayoría de los altruistas efectivos no son santos, sino personas corrientes como tú o como yo, así que son muy pocos los que pretenden llevar una vida plenamente ética. La mayor parte de ellos están en un punto intermedio entre una vida ética aceptable y una vida ética plena. Eso no quiere decir que estén siempre sintiéndose culpables por no ser moralmente perfectos. Los altruistas efectivos no creen que sentirse culpable sirva de gran cosa. Prefieren concentrar su atención en el bien que hacen. Algunos se dan por satisfechos con saber que de alguna manera contribuyen a lograr que el mundo sea un sitio mejor. Muchos otros, no contentos sólo con eso, se retan a sí mismos a conseguir hacer un poco más este año que el anterior.
El altruismo efectivo es digno de atención desde varios puntos de vista, que analizaré detalladamente en las siguientes páginas. En primer lugar hay que destacar que está marcando una diferencia en el mundo. La filantropía es una industria enorme. Sólo en Estados Unidos, hay más de un millón de oenegés y otras organizaciones, sin ánimo de lucro, que recaudan aproximadamente un total de 200.000 millones de dólares al año, sin contar los 100.000 millones donados a congregaciones religiosas. Una pequeña parte de tales organizaciones son claramente fraudulentas, pero el principal problema radica en que muy pocas son lo bastante transparentes como para que los donantes puedan juzgar si de verdad están haciendo el bien. La mayor parte de esos 300.000 millones de dólares se donan tras las reacciones emocionales suscitadas ante las imágenes de las personas, animales o espacios naturales a los que la organización ayuda. El altruismo efectivo pretende cambiar esta situación, ofreciendo incentivos para que las organizaciones benéficas demuestren su efectividad. El movimiento está ya derivando millones de dólares a aquellas organizaciones que con más éxito están reduciendo el sufrimiento y la muerte que ocasiona la pobreza extrema.
En segundo lugar, el altruismo efectivo es una forma de dar sentido a nuestras propias vidas y hallar plena satisfacción en lo que hacemos. Muchos altruistas efectivos dicen que, al hacer el bien, se sienten bien. Los altruistas efectivos ayudan directamente a otros, pero, indirectamente, también se ayudan a sí mismos.
En tercer lugar, el altruismo efectivo arroja una nueva luz sobre una vieja pregunta filosófica y psicológica: ¿son fundamentalmente nuestras necesidades innatas y nuestras respuestas emocionales las que nos mueven, mientras que nuestras capacidades racionales hacen poco más que dar una capa de barniz justificativo a acciones que estaban predeterminadas antes de que empezáramos siquiera a razonar sobre qué hacer? ¿O puede la razón desempeñar un papel decisivo a la hora de determinar cómo vivimos? ¿Qué es lo que nos mueve a algunos a considerar, más allá de nuestros propios intereses y los de nuestros seres queridos, los intereses de desconocidos, de generaciones futuras y de animales?
Por último, el surgimiento del altruismo efectivo y el entusiasmo e inteligencia evidentes con que muchos millennials , en los inicios de su carrera, lo abrazan, da pie al optimismo sobre nuestro futuro. El escepticismo respecto a si la preocupación altruista por los demás puede verdaderamente motivar a las personas viene de antiguo. Ha habido quien pensaba que nuestra capacidad moral alcanza únicamente a nuestros seres queridos, a aquellos con los que estamos, o podríamos estar, en relaciones de beneficio mutuo, y a los miembros de nuestro grupo tribal o sociedad a pequeña escala. El altruismo efectivo aporta pruebas de que no es así. Demuestra que podemos ampliar nuestro horizonte moral, llegar a tomar decisiones basadas en una generosidad de amplio alcance y usar nuestra razón para valorar las probables consecuencias de nuestras acciones. En este sentido, nos permite albergar esperanzas de que las próximas generaciones serán capaces de hacer frente a la responsabilidad ética de una nueva era en la que nuestros problemas serán de ámbito global, y no sólo local.
AGRADECIMIENTOS
Hallé la inspiración para escribir este libro en todos aquellos que practicáis el altruismo efectivo: vosotros sois la prueba de que se puede refutar la afirmación cínica según la cual el ser humano es sencillamente incapaz de vivir como si el bienestar de los desconocidos le importara lo más mínimo. Vuestra mezcla de preocupación por los demás y compromiso para actuar basándose en la razón y los hechos es lo que ha generado el movimiento en torno al cual se ha estructurado este libro.
Agradezco a todas aquellas personas que menciono en el libro que me hayan permitido compartir sus historias con un público más amplio. Investigaciones llevadas a cabo evidencian que las personas se muestran más predispuestas a ayudar a desconocidos cuando saben que hay otras personas que también lo hacen.