Durante eones, las mentes más grandes de la humanidad han carecido de respuestas confirmables a las preguntas que definen y explican el significado de la existencia humana: qué somos y qué nos creó. En Génesis, el célebre biólogo Edward O. Wilson examina la historia evolutiva y nos ofrece una descripción reveladora de los profundos orígenes de la sociedad.
Al afirmar que las creencias religiosas y las cuestiones filosóficas se pueden reducir a componentes puramente genéticos y evolutivos, y que tanto el cuerpo como la mente humanos poseen una base física que obedece a las leyes de la física y la química, Génesis demuestra que el único modo que tenemos para comprender el comportamiento humano es estudiar las diversas historias evolutivas de las especies no humanas. Wilson demuestra que se han observado al menos diecisiete (entre ellas la rata topo desnuda africana y el camarón que deja sus huevos en una esponja) que han desarrollado sociedades avanzadas basadas en niveles de altruismo y la cooperación parecidos a los humanos.
Ya sea escribiendo sobre dípteros que «bailan como acróbatas» o bancos de anchoas que se apiñan como medida de protección para parecer «un pez gigantesco», Edward O. Wilson elabora una obra innovadora sobre la teoría evolutiva con las observaciones biológicas y humanísticas por las que es conocido y admirado.
El origen de las sociedades
Edward O. Wilson
Traducción de Pedro Pacheco González
Ilustraciones de Debby Cotter Kaspari
Agradecimientos
Quiero dar las gracias a todas las personas que han colaborado en la creación de este libro, y especialmente a Kathleen M. Horton, de la Universidad de Harvard, y a Robert Weil, de Liveright Ht Publishing Corporation, por su asesoramiento y apoyo; y a James T. Costa por su indispensable resumen de los diferentes pasos de la evolución de los artrópodos que condujeron a la etapa eusocial de la evolución.
Prólogo
Todas las preguntas que plantea la filosofía sobre la condición humana se pueden resumir en tres: qué somos, qué nos creó y qué queremos llegar a ser. La importantísima respuesta a la tercera pregunta, el destino que anhelamos, requiere que hayamos contestado correctamente a las dos anteriores. Por lo general, los filósofos no han aportado respuestas verificables a las primeras dos cuestiones, las que tienen que ver con el pasado humano y prehumano, por lo que siguen siendo incapaces de responder a la tercera pregunta, la que se refiere a nuestro futuro.
Dado que me estoy acercando al final de una larga carrera durante la cual he estudiado la biología del comportamiento social tanto en animales como en humanos, me hallo en una mejor posición desde la que comprender la razón por la cual estas cuestiones existenciales desafían incluso a los pensadores más sabios, y, aún más importante, por qué los dogmas religioso y político se han apoderado de ellas tan fácilmente. La razón principal es que, mientras que la ciencia y su tecnología asociada han crecido de forma exponencial, con un tiempo de duplicación de entre una y varias décadas dependiendo de la disciplina de que se trate, ha sido tan solo recientemente que han empezado a interesarse por el significado de la existencia humana de una forma objetiva y convincente.
Durante la mayor parte de la historia, las religiones organizadas han reclamado su soberanía sobre el significado de la existencia humana. Para sus fundadores y líderes, el enigma ha sido relativamente fácil de resolver. Los dioses nos pusieron sobre la Tierra y luego nos dijeron cómo debíamos comportarnos.
¿Por qué personas de todo el mundo continúan creyendo en una fantasía en concreto de entre las más de cuatro mil que existen en toda la Tierra? La respuesta es el tribalismo, y, tal como mostraré, el tribalismo es una consecuencia de la forma en la que se originó la humanidad. Todas y cada una de las religiones, organizadas o no, de todo el mundo, al igual que decenas de ideologías pseudorreligiosas, constituyen una tribu, un conjunto muy unido de personas que se ha creado gracias a una razón concreta. La historia y las lecciones morales que contiene, a menudo pintorescas e incluso extrañas, son aceptadas como verdades inalteradas y, lo que es aún más importante, superiores al resto de las historias opuestas. Los miembros de la tribu se sienten inspirados por el estatus especial que les otorga la historia en la que creen, no solo en este planeta, sino en la multitud de planetas presentes en el trillón de galaxias que se cree que componen el universo conocido.
Y, lo mejor de todo, esa fe cósmica es lo único que se les exige para garantizarles la inmortalidad.
En El origen del hombre (1871), Charles Darwin situó ese tema dentro del ámbito de la ciencia al sugerir que la humanidad descendía de simios africanos. Aunque fue todo un escándalo en su época, y aún sigue siendo inaceptable para muchos, se ha demostrado, sin embargo, que su hipótesis es correcta. Y la comprensión de cómo la gran transición que se produjo de simio a hombre ha ido mejorando constantemente, principalmente gracias al trabajo conjunto de investigadores de cinco disciplinas modernas: paleontología, antropología, psicología, biología evolutiva y neurociencia. Y como resultado de los trabajos combinados de los especialistas de estas disciplinas, hoy en día tenemos una idea cada vez más clara de cuál fue la auténtica historia de nuestra creación. Sabemos bastante sobre el origen de la humanidad, cuándo y cómo se produjo.
Esta historia fáctica de la creación ha resultado ser enormemente diferente a aquella en la que creían no solo los teólogos, sino también muchos científicos y filósofos. Es coherente con las historias evolutivas de otras líneas no humanas, diecisiete de las cuales, hasta el momento, se ha visto que poseían sociedades avanzadas basadas en el altruismo y la cooperación. Estas constituirán la temática de los primeros capítulos.
En las páginas posteriores hablaré de un tema estrechamente relacionado, cuya investigación también se halla en una fase temprana. ¿Cuál fue la fuerza que nos creó? ¿Qué fue exactamente lo que reemplazó a los dioses? Intentaré abordar esta cuestión, que sigue siendo una fuente de discusión entre los científicos, de una forma amplia e imparcial.
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La búsqueda de nuestra génesis
La clave para la supervivencia de la humanidad a largo plazo depende de que comprendamos completa y apropiadamente, no solo los últimos tres mil años de historia, ni los diez mil años de civilización que empezaron con la revolución neolítica, sino también los doscientos mil años anteriores durante los que apareció el