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Felipe Martínez Marzoa - Ser y diálogo

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Felipe Martínez Marzoa Ser y diálogo

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La cuestión que se debate en este libro es la de cómo tomar el texto de Platón. Se discute la consistencia del tipo de lectura que busca las «tesis de» Platón, poniendo de manifiesto tanto en qué consiste, para el decir general, el carácter relativamente secundario o tardío de lo enunciativo y de la prosa doctrinal, como también cuál es la peculiarísima ubicación de Platón en ese proceso. Por esta vía se investiga en qué sentido y de qué modo la marcha misma del diálogo es el verdadero contenido.

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La cuestión que se debate en este libro es la de cómo tomar el texto de Platón. Se discute la consistencia del tipo de lectura que busca las «tesis de» Platón, poniendo de manifiesto tanto en qué consiste, para el decir general, el carácter relativamente secundario o tardío de lo enunciativo y de la prosa doctrinal, como también cuál es la peculiarísima ubicación de Platón en ese proceso. Por esta vía se investiga en qué sentido y de qué modo la marcha misma del diálogo es el verdadero contenido.

Felipe Martínez Marzoa Ser y diálogo Leer a Platón ePub r10 Titivillus - photo 2

Felipe Martínez Marzoa

Ser y diálogo

Leer a Platón

ePub r1.0

Titivillus 21.03.17

Felipe Martínez Marzoa, 1996

Diseño de cubierta: Joaquín Gallego

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Prólogo Cada vez que abordamos algo lo hemos tomado ya de una u otra manera - photo 3

Prólogo

Cada vez que abordamos algo, lo hemos tomado ya de una u otra manera, lo hemos situado de antemano en una u otra perspectiva, lo hemos tomado «como» esto o aquello, «como» este o aquel tipo de cosa. Este previo «tener por» es, desde luego, merecedor de continua revisión; lo que nunca ocurre es que no lo haya, pues, si no hubiésemos tomado de una u otra manera la cosa en cuestión, sencillamente no estaríamos en relación alguna con ella y nada sabríamos ni nos plantearíamos a propósito de ella. El que el mencionado «tener por» sea «previo» no significa en modo alguno que sea posible una previa exposición de él; por el contrario, si lo fuese, estaríamos en un regressus in infinitum. Sólo en el trabajo mismo con la cosa puede ocurrir —y ocurre si el trabajo es especialmente serio— que el previo «tener por» se ponga de manifiesto e incluso que llegue a poder ser discutido. La seriedad del trabajo con algo se mide por la capacidad de someter a continuada autocrítica el previo «tener por».

Pues bien, aquí la «cosa» o el «algo» es el diálogo de Platón. De un trabajar sobre los diálogos de Platón este libro pretende destacar aquel hilo que el autor considera como la expresión de un cierto caso de eso que acabamos de designar como el que el previo «tener por» alcance relevancia y, por lo tanto, capacidad autocrítica. Se trata, pues, de, en un cierto trabajo sobre el diálogo de Platón, hacer notar en especial la cuestión de «como qué» ha de ser tomado el diálogo; no de plantear esa cuestión por separado, planteamiento que ya hemos declarado imposible, sino simplemente de hacerla resaltar.

Con esto queda ya dicho, también, que aquí no se trata de manera especial ningún concreto diálogo o grupo de diálogos, ni tampoco cuestión o círculo alguno particular de cuestiones temáticas, y que, en cambio, se pretende que lo que aquí se dice es relevante para la lectura de cualquier diálogo y para el tratamiento de cualquier cuestión concerniente al decir y el pensar de Platón. Asimismo, dicho queda que el libro está pensado para una lectura continuada, de comienzo a final, y no para que en él se busque en particular el tratamiento de este o aquel punto.

El que en el texto aparezca una considerable cantidad de expresiones en lengua griega no constituye en sí mismo especial problema, pues es fácil ver que, si esas expresiones aparecen en griego, ello se debe precisamente a que en el texto se discute su significado, razón por la cual el substituirlas por una traducción no sólo no facilitaría la lectura, sino que la dificultaría gravemente. Ahora bien, la experiencia del autor en estas lides lo ha llevado en este caso a emplear el procedimiento llamado exactamente «transliteración», que es el que se emplea cuando se quiere escribir griego y, por unas u otras razones, no se quiere o no se puede emplear los caracteres griegos; se emplean entonces caracteres latinos, pero no de cualquier manera, sino tratando de que ningún dato lingüístico relevante quede por ello en la sombra, lo cual exige, por ejemplo, romper con el vicio, desgraciadamente frecuente, de intentar reflejar con valores castellanos de las letras latinas la pronunciación escolar habitual entre nosotros del griego. Indicamos a continuación los recursos del sistema de transliteración que hemos adoptado, bien entendido que las transliteraciones pretenden ser claras y útiles también para aquel lector que, por no ser lingüista, no esté capacitado para discutir la legitimidad de tales recursos.

Los grafemas b, d, g representarán los fonemas consonantes oclusivos sonoros; p, t, k, los correspondientes sordos; los oclusivos aspirados, cada uno de los cuales es un solo fonema, se representan mediante los dígrafos ph, th, kh. El grafema s representa el fonema silbante sordo. Es obvio lo que representan m, n, l, r. Más problemático es z por el hecho de que representa algo que en ciertos respectos se comporta como un doble fonema; cabe imaginárselo como un silbante sonoro marcado. Lo que representamos por u se pronunciaba en el dialecto ático, en los casos en que era centro de sílaba, de manera próxima a la «u» francesa, pero tenemos que mantener el grafema u porque lo representado es en todo caso funcionalmente identificable con el elemento que en otras posiciones suena (incluso en ático) como la «u» latina normal. Los dígrafos ei, ou representan, por una parte, algo que funcionalmente es diptongo de primer elemento breve, pero, dado que ese diptongo pasa desde VII-VI a. C. a pronunciarse como, respectivamente, «e» y «o» largas cerradas, los citados dígrafos representan también dichas vocales largas cerradas cuando el texto es de un habla que (como los dialectos del grupo jónico-ático) las distingue de una «e» y una «o» largas abiertas. Por lo demás la cantidad de las vocales, que en principio es relevante siempre, en el alfabeto griego se refleja para «e» y «o», y aquí sólo la indicaríamos (con un trazo horizontal encima para la larga) en el caso de que, no haciéndolo, el contexto permitiese confundir la expresión con otra. Escribiremos los acentos tal como se escriben con los caracteres griegos usuales. El lector debe saber que en griego los diptongos tienen siempre i o u como segundo elemento y que es mera convención gráfica el que el acento sobre el diptongo se escriba sobre dicha segunda vocal. Las secuencias para las que la grafía griega usual entre nosotros emplea la llamada «iota subscrita» son funcionalmente diptongos (de primer elemento largo) y como tales los escribimos, haciendo, por lo que se refiere a la cantidad del primer elemento, lo que ya hemos dicho; en el caso de que uno de esos diptongos lleve acento, escribimos éste sobre la vocal centro de sílaba. Finalmente, h representa una aspiración.

Lo que acabamos de decir no es de aplicación a los nombres propios que aparecen formando parte de nuestro propio texto castellano, ya que éstos no se transliteran, pues la transliteración comporta que la palabra en cuestión sigue estando en griego, y no es ese el caso con los nombres propios, del mismo modo que, en general, tampoco escribimos en su lengua original los nombres propios de otros orígenes. En cuanto a cómo se pone en castellano cada nombre propio griego, es cierto que de hecho hay por ahí impresas las cosas más sorprendentes, pero sólo por ignorancia de la propia lengua castellana, la cual tiene de suyo excelentes recursos para hacer frente a esta tarea.

1. La articulación apofántica

Empezaremos definiendo cierta estructura de la que haremos uso en nuestra propuesta de lectura de Platón, pero empezaremos definiéndola sin presuponer el uso que haremos de ella, incluso sin presuponer nada acerca de cuál es el tipo de uso ni, consiguientemente, acerca de si esa estructura tiene algún papel y cuál en el pensamiento de Platón. Significa esto que sólo después se verá qué papel desempeña en nuestro trabajo la definición que en este capítulo introduciremos y cuál es la justificación que tenemos para introducirla en los particulares y, como se verá, nada obvios términos en que lo hacemos. De entrada, lo único de lo que sí podemos y debemos adelantar una especie de justificación, aunque de momento sólo podrá ser genérica, es este mismo modo de proceder expositivo al que acabamos de referirnos, el empezar por dedicar un capítulo a la definición de cierta estructura sin prejuzgar nada sobre su ulterior empleo. Genéricamente, la justificación de este proceder está en la necesidad de enfatizar lo peculiar de la definición que va a hacerse, y esta necesidad deriva de que, sin remedio, en esa definición habrán de emplearse algunas fórmulas que, perteneciendo a la cultura filosófica usual, sin embargo tienen en el presente contexto un sentido bien distinto del usual; fórmulas a las que, como se verá, no sería aceptable renunciar, pero que, a la vez, sólo son empleables si se consigue encontrar en ellas algo antes o por debajo o más allá de su presencia en el repertorio técnico consabido. Así, emplearemos la expresión «algo de algo» o «algo como algo», donde, como es sabido, en el paso de una a la otra variante, el orden de aparición de los dos «algo» se invierte, digamos: «algo-1 de algo-2» o «algo-2 como algo-1»; si Teeteto ríe, la risa es algo-1 y Teeteto es algo-2; de algo, a saber, de Teeteto, acontece o se dice algo, a saber, la risa; algo, Teeteto, acontece o se dice como algo, esto es, como riente. Emplearemos esta fórmula y, sin embargo, pronto se verá que no se entendería nada de lo que queremos decir si tal empleo se remitiese al significado técnico usual de la misma. Igualmente, para designar la estructura o articulación dual que hay en ese «algo de algo» o «algo como algo», emplearemos desde luego las conocidas expresiones que remiten al verbo griego

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