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Mariano Fernández Enguita - Educar en tiempos inciertos

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Mariano Fernández Enguita Educar en tiempos inciertos

Educar en tiempos inciertos: resumen, descripción y anotación

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Pasó el tiempo en que los fines individuales y colectivos de la educación, desde la perspectiva del alumno o del profesor, estaban claros o podían darse por sentados. La pluralidad de objetivos de los sectores implicados, la rápida sucesión de las reformas institucionales, las incertidumbres respecto del cometido profesional - por no hablar ya de la diversidad individual y colectiva - las crecientes demandas de libertad y experimentación, la multiculturalidad sobrevenida o la globalización rampante dibujan un nuevo escenario a la vez atractivo y amenazador, pleno de oportunidades pero trufado de riesgos. El cambio social sobrepasa el ritmo del cambio escolar; el valor del trabajo se tambalea en la sociedad del conocimiento; el derecho a la ciudadanía se ve abocado a un inevitable forcejeo con los límites del Estado-nación; familia y escuela no consiguen hallar el camino del diálogo; los criterios sociales de igualdad y justicia encuentran difícil acomodo en la escuela; las organizaciones escolares chirrían ante las turbulencias de su entorno; la profesión docente se debate en busca de una identidad satisfactoria. Esta obra propone examinar con distancia, pero con profundidad, los procesos de cambio en que se hallan inmersas la institución escolar y la profesión docente para, así, devolver a ambas el papel activo que antes tuvieran en el desarrollo social

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Prólogo

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento?

¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?

T. S. ELIOT, The Rock.

Hubo un tiempo en que la tarea de educar aparecía ante sus protagonistas —lo mismo profesores que alumnos— como algo pleno de sentido. No hace tanto de ello, hasta el punto de que sólo lo recuerden los viejos del lugar o los hijos de aquellos apóstoles de la cultura, sino que todavía abundan quienes creen que así es y seguirá siendo, ayer, hoy y siempre. Es decir, quienes ven en la educación el mejor y principal instrumento para ayudar a las personas a prepararse para una vida plena, una ciudadanía participativa, una posición económica digna y suficiente, una convivencia no conflictiva, una apreciación adecuada de la cultura y unas relaciones sociales en constante proceso de cambio. Sin embargo, proliferan —y, a veces, ruidosamente— los que aseguran que ya no es tal. Nadie proclama, claro está, que educar sea algo abiertamente inútil, contraproducente ni errático, pero menudean los tópicos más o menos parciales que, reunidos, darían como resultado ese diagnóstico. Así, por ejemplo, sería inútil estudiar cuando se extienden el desempleo y el subempleo entre los jóvenes, se descualifica masivamente el trabajo o gana más un fontanero que un licenciado. O resultaría incoherente educar para la convivencia, la solidaridad, la paz, etcétera, cuando, en torno a la escuela, la sociedad se muestra individualista, competitiva o agresiva. O sería un empeño absurdo tratar de fomentar hábitos de trabajo, y de reflexión cuando la televisión y otros medios de masas incitan tan eficazmente al disfrute inmediato y al consumo de lo efímero. O saltaría a la vista la poca importancia concedida por las familias a la educación, su escaso reconocimiento de la labor docente, su empeño en utilizar las escuelas como aparcamiento o correccional para unos hijos a los que no pueden o no saben educar. Se plantearían, en fin, demandas excesivas, contradictorias y cambiantes a la institución, expresadas en una inacabable sucesión de reformas indicativas del desconcierto de la sociedad y de las autoridades políticas y causantes del desconcierto de los docentes.

Cualquiera de estos tópicos podría ser fácilmente rechazado por inadecuado, pero lo esencial es desvelar el hilo conductor que los traspasa todos: el derrumbe de las viejas certezas en torno a la educación. El desmoronamiento de la creencia en la asociación entre educación y empleo, de la confianza en la sintonía entre los valores escolares y los valores sociales, de la fe en la capacidad de la escuela para modelar a los niños y a los jóvenes, de la tranquilidad proporcionada por la aquiescencia incondicional de las familias o de la simple idea de que las autoridades, la institución y los agentes del proceso educativo sepan lo que persiguen o que persigan, siquiera hasta cierto punto, una misma cosa. Sin embargo, no seña difícil construir un rosario de argumentos de signo contrario: una economía crecientemente basada en la información y el conocimiento, una sociedad más democrática y más abierta de lo que lo había sido nunca, unos medios de comunicación cada vez más potentes, unas familias crecientemente preocupadas —por no decir obsesionadas— por obtener más y mejor educación para sus hijos, una atención pública a las políticas educativas en aumento. ¿Por qué, pues, ese desconcierto generalizado? Porque el cambio se ha extendido, intensificado y acelerado en todos los ámbitos de la vida social, de modo que la educación ha pasado de vivir de su gestión (educar es cambiar, sea consciente o inconscientemente) a verse arrollada por su movimiento, como en un torbellino.

En este breve trabajo intentaremos exponer algunas de las líneas fundamentales de esos procesos de cambio, en la medida en que afectan particularmente a las instituciones escolares y a la tarea educativa. En el Capítulo Primero nos centraremos en el cambio mismo o, más exactamente, en las consecuencias de su mera expansión y aceleración, con independencia de su contenido. Los tres siguientes están dedicados al tratamiento más específico y detallado de los grandes cambios que rodean al sistema educativo, concretamente en la economía, la política y la familia. En lo que concierne a la economía, prestaremos particular atención al nuevo papel de la información y del conocimiento y a las transformaciones en la organización del trabajo. En lo relativo a la política, nos detendremos en el paso de las naciones homogéneas a las sociedades multiculturales y la economía global. En cuanto a la familia, examinaremos las consecuencias de los cambios en su estructura y en la distribución de papeles en su interior. El Capítulo V se ocupa de la compleja relación entre educación e igualdad. Por último, los Capítulos VI y VII están dedicados a las consecuencias e implicaciones de todo esto para la organización de los centros de enseñanza y para la profesión docente.

MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA Zaragoza España 1952 Es catedrático de - photo 1

MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA (Zaragoza, España, 1952). Es catedrático de Sociología y director del Departamento de Sociología y Comunicación en la Universidad de Salamanca. Dirige asimismo el Observatorio Social de Castilla y León (OSCYL) y encabeza el Grupo de Análisis Sociológicos (GAS). Ha sido profesor o investigador invitado en las universidades de Stanford, Wisconsin-Madison. Berkeley, Lumière-Lyon II, el London Institute of Education y la London School of Economics, así como conferenciante en decenas de otras universidades. Es o ha sido asesor de la ANEP, la CICyT, el CES, el CIDE y otros organismos dedicados a la investigación y a la educación, al igual que en diversas otras instituciones y organizaciones.

Autor de una veintena de libros, entre los que cabe destacar La profesión docente y la comunidad escolar, Alumnos gitanos en la escuela paya, Economía y Sociología y La jornada escolar y ¿Es pública la escuela pública? Ha publicado también un centenar de artículos en revistas académicas y capítulos en obras colectivas.

En la actualidad investiga sobre educación y desigualdades, sobre la organización de los centros de enseñanza y la profesión docente, inmigración y protección social

A Jesús M. Sánchez Martín y Graça Ramos,

con el mayor afecto.

Título original: Educar en tiempos inciertos

Mariano Fernández Enguita, 2001

Diseño de la cubierta: Equipo Tárame

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Notas 1 He tratado esto con mayor detalle en FERNÁNDEZ ENGUITA 2000a 2 - photo 2
Notas

[1] He tratado esto con mayor detalle en FERNÁNDEZ ENGUITA (2000a).

[2] Concretamente por Derek FREEMAN (1983), quien, siguiendo como fiel admirador los pasos de Mead unos decenios después, se encontró con que ni la realidad tenía mucho que ver con lo por ella descrito ni las condiciones de su trabajo de campo habían sino precisamente ejemplares. Pero eso no importaba mucho, porque Mead vino a decir lo que, en ese momento y en medio de la polémica entre hereditaristas y ambientalistas, se quería oír, en particular por los educadores: que la forma de educación era crucial. Y también que una educación más plácida, más tolerante, etcétera, produciría mejoras efectos. Como reza el refrán italiano: se non é vero, é bene trovato.

[3] Dicho sea de paso, el chamán, que es a la vez brujo, curandero, hombre de la lluvia, oráculo y guardián de los mitos, es el precursor de un buen puñado de profesiones: curas, médicos, economistas, sociólogos y maestros, al menos.

[4] La reciente moda de cantar las excelencias de que los niños sean educados por los abuelos es otro ejemplo de pío deseo tan irreal como interesado. Por un lado, idealiza la demanda de sus servicios como canguros, evitando su crudeza. Por otro, olvida que el mayor activo de los abuelos es la experiencia, pero su experiencia suele ser extemporánea. Por lo demás, ciertamente, hay abuelos y abuelos.

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