A Pablo, mi apoyo y mi refugio
Agradecimientos
Quiero agradecer a Concha de Haro y Francesca Spattaro, por su gran ayuda en la investigación del material.
A Pablo, mi esposo, por su incondicional apoyo.
A Adriana Arbide por su creatividad para las ilustraciones.
A Paola Quintana, Guadalupe Gavaldón, Carla Cue y Andrea Berrondo, por su asesoría y atinada crítica.
A mis editores, Armando Collazos, Vicente Herrasti y Karina Simpson, por su gran apoyo. Y a Alejandra Romero por su dedicación.
Introducción
“Cortesía entrega cortesía”, dice el proverbio japonés. Cuando somos atentos con una persona, aun con el extraño en el teléfono, esa persona se comporta también atenta con nosotros. De pronto, dos seres humanos se sienten bien con ellos mismos y contagian esa sensación de bienestar a los demás.
Es imposible ser felices estando solos. Vivir en sociedad es una necesidad de todos los seres humanos. El apoyo y el cariño de los demás son esenciales en nuestra vida. Nos relacionamos con nuestra pareja, los amigos, la familia, el jefe, el cartero, la secretaria, el extraño con el que nos topamos, etcétera. Saber vivir en compañía de otros no es un lujo de pocos, es necesidad de todos; hacerlo con cortesía, respeto, tolerancia y flexibilidad convierte la convivencia en todo un arte.
Convivir significa compartir. Es el punto de encuentro de lo que cada uno lleva en el interior. Cuando por azares del destino nos toca ser parte de una vida ajena y cuando otros participan de la nuestra, la convivencia se convierte en una prueba en la que demostramos muchas cosas: nuestra manera de ser, educación, carácter, inteligencia y sensibilidad. Sobre todo, muestra el respeto que sentimos hacia los demás.
Si todos buscamos vivir en un mundo mejor, un buen punto de inicio es trabajar en nosotros mismos, en nuestra casa. Es en el hogar donde los niños aprenden, con el ejemplo, cómo tratar a otros, y será lo que ellos pondrán en práctica en el futuro. El doctor Enrique Rojas dice atinadamente: “La convivencia es la escuela donde se ensayan, forman y cultivan las principales virtudes humanas: la naturalidad, la sencillez, el espíritu de servicio, la generosidad, la paciencia, la fortaleza, la sinceridad… y un sinfín de elementos que configuran un trato delicado que le da armonía a la convivencia.”
La informalidad de los tiempos que vivimos, de momento nos puede parecer muy cómoda; sin embargo, se nos olvida que los actos de amabilidad y cortesía son precisamente los que hacen que la convivencia se aligere y se vuelva armónica.
Las buenas relaciones no se dan por sí solas; son resultado del esmero y cuidado entre las personas que siguen una serie de reglas básicas de cortesía y educación. El arte de convivir no significa cumplir las normas estrictas del protocolo sin equivocarnos; es aplicarlas de manera que surjan del carácter y del corazón.
Tratar al otro como nos gustaría ser tratados, tener buenos modales, ser amables, saber conversar, escuchar, no sólo son actividades que se desarrollan para brillar en sociedad o se guardan para determinadas ocasiones. Saber convivir es fundamental para alcanzar una vida agradable y debe ser parte de nuestra cotidianidad.
Conocer y recordar ciertos lineamientos y seguir algunas reglas nos hace ser mejores y nos ayuda a desenvolvernos con mayor seguridad. Con actos sencillos podemos pulir, limar y rectificar aquellos aspectos que quizá dificulten o impidan nuestra relación con los demás. Los detalles cotidianos reflejan la altura, amplitud y profundidad que como individuos tenemos.
Las recomendaciones que ofrezco en este libro, de ninguna manera pretenden ser absolutas, rígidas o inflexibles. Son simplemente consejos que he aprendido sobre la marcha, al sentir en ocasiones angustia o incomodidad por no saber qué hacer en determinados momentos de la vida.
Mi intención es que no experimentes esa incomodidad de ¿cómo debo comportarme? ¿Qué es correcto hacer? ¿Cómo debo vestir? Son preguntas que todos nos hemos hecho y que en los colegios y universidades pasan por alto; sin embargo, el saber las respuestas adecuadas nos da seguridad y nos permite crecer como personas. Detalles y conductas casi imperceptibles, que harán que seamos bien recibidos por los demás.
El tema es sumamente amplio y fue necesario que lo desarrollara en tres libros distintos, que servirán como manual de consulta para saber cómo actuar en diferentes situaciones sociales. Confío en que este trabajo te dé el servicio que a nuestros padres y abuelos prestó el Manual de Carreño.
Este primer libro abarca todos los aspectos de recibir en casa, a quién invitar, cómo disponer de los espacios, cómo poner la mesa según la ocasión, y así seguimos hasta llegar a las grandes fiestas de la vida como bautizos, primeras comuniones y bodas.
Segura estoy que como yo, te interesa vivir en un mundo mejor, y considero que el cambio necesario empieza precisamente por uno mismo. De ahí la importancia de que todos pongamos nuestro granito de arena y le demos nuestro toque humano a este planeta, para hacer del convivir todo un arte.
El arte de recibir y de ser recibido
No hay una sola muestra de cortesía que
no tenga una profunda base moral.
GOETHE
INVITAR
R ecibir en casa es una actividad importante en nuestra vida. Es una excelente razón para convivir, reír y compartir. Reunirnos nos hace crecer, nos distrae, nos relaja, nos acerca y mejora; estar cerca de los amigos o de la familia nos hace más humanos. Sin embargo, la vida tan acelerada que llevamos, las presiones, el elevado costo de los satisfactores materiales, los horarios de trabajo, las distancias y el tráfico, se han convertido en razones para que las reuniones en casa no sean frecuentes.
Recuperemos esa costumbre. Cualquier pretexto es bueno para invitar a cenar, desayunar o a un coctel.
Parte importante de toda reunión es la comida. La satisfacción de preparar una buena comida o una sabrosa cena es indescriptible. Esto no implica grandes lujos; es, simplemente, pensar en los otros, atenderlos, ocuparse de que estén contentos. Significa una pequeña entrega, una acción positiva que se transforma en bienestar personal.
Ya sea que nos corresponda ser los invitados o los anfitriones, somos responsables del éxito de una reunión. En ambos casos, quedar bien es sólo cuestión de seguir ciertas reglas.
Cuando éramos niños, siempre nos decían: “¡Ponte derecho!”, “No hables con la boca llena”, “Mira a los ojos cuando hables”, “Baja los codos de la mesa”. Ahora, como adultos, comprendemos que todo lo que aprendimos tiene sentido.
¿POR QUÉ INVITAMOS?
Las respuestas son innumerables. Unas veces es para halagar, otras para lograr un objetivo, para corresponder a una invitación, para agradecer, ojalá las más sean para compartir excelentes momentos con los que más queremos.
Nos reunimos con gente de nuestro trabajo, los papás de los compañeros de la escuela de nuestros hijos o nuestros vecinos, para presentarnos o conocernos mejor. Algún día invitaremos al jefe o cliente más importante para agradecerle o buscar una oportunidad; otro día, quizá, al médico que nos operó para así darle nuestro reconocimiento.
Cuando decidimos invitar, es probable que nos preocupe no tener todo lo necesario, no ser los mejores cocineros, el rayón en la pintura de la pared, la falta de ayuda y el trabajo tan grande que implica. Sin embargo, si queremos que nuestra cena, comida o coctel sea un éxito, podemos organizarnos con algunos pasos prácticos.
El éxito de una fiesta no tiene nada que ver ni con la decoración de la casa, ni con la cuchillería, ni la cantidad de dinero que se gasta en el menú. Lo importante es crear una atmósfera armónica y acogedora. Es hacer sentir cómodos a los demás.
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