Equipo de Ciencias Médicas DVE
CURARSE
CON LOS CÍTRICOS
EDITORIAL DE VECCHI
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
© Editorial De Vecchi, S. A. 2016
© [2016] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-68325-159-0
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Índice
Introducción
Quien imagine tener entre sus manos un libro radicalmente naturista, un exaltado cántico a las excelsas virtudes terapéuticas de la naranja, el limón y los restantes cítricos que tan pródigamente nos ofrece la naturaleza, va a sufrir una profunda decepción.
No pretendemos creer, con ese desaforado optimismo de los adeptos a la medicina natural, que sus zumos y pulpas son capaces de curar de forma radical cualquier enfermedad o molestia, desde la calvicie hasta los pies planos, y no caigamos en la exageración de considerarlos una panacea universal apta para el tratamiento de cuantos achaques afligen a la humanidad doliente. Pero no nos situemos tampoco en el extremo opuesto, considerándolos completamente inútiles o incluso contraproducentes en todos los casos. Todas las actitudes extremas suelen ser erróneas y, por regla general, la eficacia, la razón y la verdad se encuentran en un equilibrado término medio.
Durante siglos —mejor diríamos milenios— las plantas, ya fueran en su totalidad o en partes determinadas de ellas (hojas, flores, raíces, frutos), fueron las únicas armas con las que contaron los galenos en su arsenal médico para combatir cualquier tipo de enfermedad.
Luego, con el progreso, con el Siglo de las Luces, llegó la ciencia. En la asepsia de los laboratorios se han logrado aislar en elevado grado de pureza muchos principios activos de las plantas que, una vez conocida su fórmula, se han sintetizado. Con ello se ha pretendido relegar al olvido y al descrédito los productos naturales, los mal llamados «simples», que frecuentemente son de composición harto compleja.
Ya desde los inicios de este proceso, algunos espíritus inquietos y curiosos se plantearon la siguiente pregunta: las propiedades, los efectos de los principios activos aislados, aun administrados conjuntamente, ¿son los mismos que los que ha suministrado la planta nacida de la tierra, crecida al aire, bajo el sol y la lluvia, sometida a los efectos de los rayos lunares? La respuesta es un rotundo no.
¿Cómo podemos aceptar que un producto sintético posea idénticas cualidades y propiedades terapéuticas que el que ha nacido de la tierra? En la composición de las drogas simples —y ya hemos señalado que algunas son extraordinariamente complejas, como es el caso del opio, integrado por numerosos alcaloides— existen principios activos cuya presencia se nos escapa, y los efectos obtenidos con las preparaciones galénicas que representan la planta entera son diferentes a los de los principios activos aislados.
En capítulos sucesivos tendremos ocasión de ver la composición química de los agrios; sus porcentajes, las relaciones existentes entre ellos, su acción terapéutica, su riqueza en ácidos y vitaminas. Pero no se dude ni un momento en que por grandes que sean los progresos científicos, difícilmente el más sofisticado de los laboratorios podrá poner en nuestras manos ese fruto amarillo o dorado que nos ofrece el limonero o el naranjo. Tampoco las virtudes de las más sabias mezclas igualarán los efectos de sus zumos y sus pulpas. La razón es sencilla: carecen del elemento vital; esa vida que sólo puede otogarles la tierra, el sol, el aire que han permitido su crecimiento y desarrollo.
Como decían los antiguos médicos, todo cuanto nos ofrezca el laboratorio no deja de ser un caput mortuum, una cabeza muerta, limitado en su constitución y sus efectos: algo que sólo tiene apariencia de vida.
Alimentación y salud
Alimentación sana
Como es habitual, en cuanto se roza un tema más o menos científico —y en la actualidad dietética hemos pasado a convertir nuestra alimentación basada en la idea de un exquisito arte culinario donde cabían todas las fantasías, en una ciencia rigurosa, bastante exigente y adusta— no todos los tratadistas están de acuerdo ni coinciden en qué consiste una alimentación sana y equilibrada.
Procurando mantener siempre un equilibrio y no caer en excesos de ningún género, deberá aceptarse como buena la opinión de la inmensa mayoría de dietólogos, que consideran que la supervivencia y la salud del ser humano requieren la ingestión diaria de un número determinado de calorías; calorías que se encuentran sujetas a variación de acuerdo con la edad, el sexo, la estatura, el tipo de trabajo, el medio ambiente y, en especial, la temperatura. Estas calorías las proporcionan tres tipos de sustancias, que son fundamentales: hidratos de carbono, proteínas o prótidos y grasas o lípidos, además de las imprescindibles vitaminas y sales minerales que, aun tratándose de cantidades mínimas, manifiestan su carencia con graves trastornos orgánicos.
Como ejemplo elemental pero muy clarificador, aunque científicamente no resulte exacto puesto que el organismo está capacitado para transformar unas sustancias en otras, podemos comparar nuestro cuerpo con un edificio que se debe levantar —infancia, adolescencia— y luego mantener en buen estado —juventud, madurez— ya que, como toda construcción, nuestro físico precisa para su desarrollo unos materiales y una mano de obra o energía.
La mano de obra, la energía, es proporcionada por los hidratos de carbono —pan, féculas, azúcares—; los materiales de construcción son las proteínas —carnes, pescados, aunque también existen en relativa abundancia en ciertos vegetales y en la actualidad se encuentra en estudio aumentar su porcentaje en ciertas hortalizas, especialmente el guisante—; como materiales de reserva pueden considerarse las grasas o lípidos, a los que puede acudirse en casos de necesidad o déficit.
Hidratos de carbono, proteínas y grasas son, junto con las sales minerales y las vitaminas, los factores imprescindibles para una alimentación sana y equilibrada cuando se ingieren en las cantidades adecuadas.
En realidad, una alimentación adecuada a la edad, el sexo, la actividad laboral y el medio ambiente donde se desarrolla la existencia de cada individuo, es una de las mejores garantías para la conservación de la salud.
Los medios de comunicación y, más concretamente, la televisión, popularizaron hace algún tiempo la frase que titulaba un programa de carácter médico: Más vale prevenir... Y el lugar más indicado para evitar trastornos en nuestra salud, para prevenir numerosas enfermedades es, precisamente, el fogón. La cocina es uno de los más eficaces colaboradores en la no aparición de dolencias y achaques.
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