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Semana 2. Pon en pausa las preocupaciones: ¡planifica la
felicidad!
No puedes ordenarle a un sentimiento
que se haga más fuerte o que desaparezca,
de igual forma que no puedes ordenarle a la mente
hablar o callar.
D AVID S ERVAN -S CHREIBER
E l pensamiento —puede que ya lo hayas intuido— está sobrevalorado. En efecto, en nuestras cabezas se localiza un importante centro de control, del cual casi nada escapa de ser registrado. Sin embargo, esta cantidad de información está lejos de llegar a nuestra consciencia, pues solo cerca del 1% de la capacidad cerebral alcanza nuestros pensamientos. La mayor parte de los cientos de miles de informaciones que se vierten en nosotros cada día se almacena y desaparece en el inconsciente. «El corazón tiene razones que la razón desconoce», escribió el matemático y filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) sobre este conocimiento oculto.
Pascal era contemporáneo de René Descartes (1596-1650), a quien se debe la frase «Pienso, luego existo», misma que le llevó a una fama similar a la de una estrella de rock. Hace 400 años esta era ya una declaración revolucionaria, pues Descartes estaba más dispuesto a dudar de Dios que de su propia capacidad de conocimiento. A pesar de todo, hoy sabemos que nuestra existencia es posible aun antes de crear pensamientos. Los sentimientos, por ejemplo, se nos manifiestan de manera repentina, incluso antes de que podamos traducirlos en pensamientos claros al respecto. Los sentimientos son los que dan forma a nuestros pensamientos y marcan nuestro comportamiento.
En el campo de la medicina, todos los días nos encontramos con esta situación: podemos apelar a la conciencia de nuestros pacientes, por ejemplo, para que cambien con urgencia su dieta, pero no sirve de nada si no logramos que ellos mismos quieran hacerlo, o, mejor dicho, que «eso» quiera ocurrir en ellos. Si los pacientes no tienen esperanza de mejorar, si las verduras verdes les recuerdan una infancia sin amor, si tan solo no les gusta la granola y no encontramos algo que les prometa satisfacción, entonces no tendrá ningún sentido indicarles que cambien su estilo de vida, porque van a fracasar.
Los sentimientos influyen no solo en nuestro comportamiento, sino que también cambian nuestros cuerpos. Si bien no sabemos con exactitud cómo funcionan, es fascinante ver cómo algunas terapias destinadas a algún síntoma físico en particular de pronto liberan los sentimientos. Me han dicho que los futbolistas más duros se ponen a llorar en los vestidores, en manos del fisioterapeuta, no solo porque el masaje de los músculos fatigados es doloroso, sino porque la agresión acumulada, la decepción y el estrés se imponen. En nuestra clínica, una y otra vez sucede que detrás de un síntoma —por ejemplo, una hernia discal— se esconde una experiencia traumática, de la cual el paciente no es consciente. «La terapeuta en realidad no hizo nada, solo me tocó a la altura del corazón», comentó un paciente, un físico de unos 30 años, quien requería urgentemente una cirugía en las cervicales, pues se temía la posibilidad de que quedara parapléjico. «De pronto rompí en llanto. Y, después de eso, ¡el dolor de cuello desapareció por completo durante algunas horas!».
Este libro no se trata de curaciones milagrosas que se realizan mediante el contacto físico, sino del papel que los sentimientos desempeñan en nuestra salud. Y sobre cómo lidiamos con nuestras emociones, de qué modo las percibimos como un aspecto de nuestra vida y cómo quizá también podríamos programarlas para mantenernos sanos o recuperar la salud.
Siento, luego existo . Este libro te lleva por el laberinto de las redes nerviosas y las cascadas de neurotransmisores que inundan nuestro cuerpo, y por la tormenta de destellos de las neuronas. Es una invitación a un viaje a nuestro interior; a lo que percibimos como amor, odio, enojo o nostalgia; a lo que nos duele o nos relaja.
Los sentimientos cambian la vida, ya sea la increíble felicidad de traer al mundo un hijo, las mariposas en el estómago cuando nos enamoramos, o bien el duelo y el miedo de perder un compañero, la ira y la impotencia de estar a merced, por ejemplo, del cambio climático o del coronavirus. Todas estas experiencias se imprimen en nosotros como una red de la memoria corporal, y son decisivas para sentirnos bien y estar saludables.
Muchas personas visitan a su médico de cabecera cargando sentimientos que no han confrontado. Estos sentimientos se esconden detrás de síntomas físicos para los cuales no hay una explicación fisiológica adecuada. El médico anota en su ficha diagnóstica «sobreestimulación del sistema nervioso vegetativo» o «somatización». Entonces, estos pacientes reciben tratamiento contra el dolor de cabeza o de estómago, contra inflamaciones agudas o contra fatiga crónica. Pero este tratamiento no ayuda, porque con frecuencia las raíces emocionales de los padecimientos no se descubren, e incluso pueden quedar encubiertas por los medicamentos.
Para mí, uno de los aspectos más interesantes que he observado en nuestra Clínica de Medicina Natural Integrativa en la ciudad de Essen, en Alemania, es que las terapias de medicina natural y las terapias holísticas no solo tienen efectos en las molestias físicas, sino también en el estado psíquico de nuestros pacientes. Después de una semana de descanso, con terapias de estímulo-reacción y meditación, los pacientes presentan cambios evidentes. Sus síntomas han mejorado, entre otras cosas, porque han liberado sus emociones y han tomado conciencia de ellas. Sin duda un terapeuta también podría ayudar a estas personas, pero las barreras para llegar a una consulta con un psicólogo o un psiquiatra son considerables. Hay que esperar meses para una cita disponible, y con frecuencia los afectados ni siquiera se dan cuenta de que tienen un problema emocional. Si se tiene un cuadro leve o moderado de depresión, el cual por lo común acompaña muchas enfermedades crónicas, habrá una mejoría más notable con las terapias de medicina natural y con los cambios en el estilo de vida que con fármacos psicotrópicos, porque, a diferencia de estos últimos, no habrá efectos secundarios. Si bien estas alternativas funcionan más lentamente, lo hacen de manera más duradera.
Así pues, el objetivo de este libro es brindar una nueva perspectiva sobre la salud emocional del ser humano. Si bien no abordaremos las enfermedades psicológicas como tales, pues para ellas hay otras especialidades, nos concentraremos en examinar el potencial que nuestros sentimientos tienen en nuestro cuerpo.
¿Cómo podemos seguir el rastro de las emociones que a menudo están enterradas? ¿Cómo lidiar con ellas de forma «madura», sin dejarnos someter por ellas o caer atrapados en espirales de pensamientos negativos?
Te invito a una emocionante expedición que no solo abarca nuestra psique, sino también el mundo de las emociones, que se refleja en cada pequeña parte de nuestro cuerpo y nos acompaña a lo largo de nuestras vidas.
E n el principio estaban los sentimientos. En primer lugar, los sentimientos transforman nuestros cuerpos, de máquinas biológicas en organismos reactivos y adaptables. Qué tan conectados están los sentimientos con el ser humano es algo que se muestra en los mitos de la creación de la humanidad. En el caso de la India, por ejemplo, el dios primordial Brahma medita, y de su meditación surge la aurora matutina. Él y los diez ancestros divinos, también creados por él, comienzan a sentir. Enseguida Brahma crea al dios de la alegría y el amor divino y le ordena: «Mantendrás la creación en marcha permanente». La biología moderna confirma de forma contundente esta función existencial de los sentimientos. Mucho antes de que nuestro cerebro esté completamente formado y de que podamos pensar en absoluto, ya experimentamos sensaciones intensas. Esta fase comienza desde el útero, hacia las 32 semanas de gestación. Durante la mayor parte de esta etapa temprana de su vida, el feto duerme. En ocasiones cae en estado de sueño profundo, pero también presenta fases REM (sueño con movimientos oculares rápidos), mismas que se observan en los adultos. Entonces, sus ojos se contraen detrás de los párpados cerrados y muchos neurocientíficos asumen que está soñando con varias de las sensaciones que ha experimentado en el vientre materno: el pulso del corazón, los ruidos intestinales o incluso los ruidos fuertes que lo rodean. Puede suceder que se asuste con un portazo y como reflejo patee la zona abdominal de la madre.