Diseño de cubierta: Departamento de Diseño Grupo Planeta
© Laura Romero Angarita, 2019
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2017
Calle 73 Nº 7-60, Bogotá, D. C.
Primera edición: octubre del 2017
ISBN13:978-958-42-7769-5
ISBN10:958-42-7768-5
Impreso por:
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.
A los maestros del amor, del gozo,
del disfrute y del placer…
gracias por ser mi inspiración
¡EMPECEMOS!
LA INTENCIÓN DE ESTE LIBRO
A ntes, mucho antes de escribir este libro, yo no sabía cómo habitarme; no sabía cómo habitar mi cuerpo, mi ser y mucho menos mi luz o mi alma. Me sentía incómoda, quería vivir mi vida, no en el escenario, sino tras bambalinas. No quería hacer mucho ruido: cuanto más bajo perfil, mejor.
Cuando comencé en el año 2013 con lo que hoy es mi proyecto de vida, Qué Buena Salud (QBS), nunca dije que era yo la persona que estaba detrás de las publicaciones. QBS inició como una cuenta de Instagram que solo mostraba fotos de comida y reflexiones sin autor, porque me daba pánico exponerme; me daba pánico ser juzgada, pero sobre todas las cosas me daba pánico ser atacada. En ese momento de mi vida me encontraba estudiando Derecho en Bogotá, Colombia, y en mis clases era igual: guardaba en silencio las preguntas que quería hacer por vergüenza de ser yo. Intentaba parecer invisible para que nunca me llamaran a preguntarme cuestiones jurídicas. Sudaba mucho solo pensando en la posibilidad de que me llamaran. No quería ser vista. Y menos aún quería ser ridiculizada. Todo menos eso. En presentaciones públicas la voz me temblaba y la gente se reía, quizás de nervios o quizás por burla. Las manos y axilas me sudaban. No sabía cómo pararme a hablar mi verdad, no sabía cómo usar mi voz.
Tuvieron que pasar años de mucha autoobservación, psicoanálisis, terapia espiritual y sobre todo dosis extra de compasión conmigo misma para darme cuenta de que nada de eso era yo. Fueron años complicados porque es horrible vivir sin saberte habitar. En el fondo sabía que algo especial o mágico había en mí, pero el problema era que no sabía cómo acceder a eso y tampoco me lo terminaba de creer. Lo bueno fue que los años me dieron la respuesta y hoy puedo decir que habito más mi luz que mi oscuridad. Habito más mi alegría que mi tristeza. Habito más mi capacidad de crear que mi frustración. Habito más descansar sin sentir culpa. Habito más ser yo. Y la intención de este libro es justamente esa: darte herramientas e inspirarte para que puedas habitarte mejor, para que (te) goces más.
Ya basta de la pelea con el cuerpo, con la comida, con la mente, con el merecimiento, con el perfeccionismo, con el amor bonito, con descansar. Dicen que solo podemos ayudar desde nuestra propia experiencia, y eso es lo que pretendo hacer en este libro. Entre otras cosas, en estas páginas hablo de cómo me curé a mí misma de diez años de estreñimiento, de cómo pasé de una relación de odio con la celulitis de mis muslos a la aceptación amorosa de mi cuerpo, de cómo logré transformar mi mente rígida y perfeccionista y aprendí a relajarme y a soltar el control, y de cómo dejé de caer en relaciones de pareja tóxicas. Además, comparto herramientas, tips, rituales y ejercicios que me han ayudado en mi proceso evolutivo y que, estoy segura, te ayudarán a ti también en tu camino.
Creo firmemente en que a este mundo no vinimos a sufrir. Vinimos a sanar(nos). Vinimos a ser felices. Vinimos a presenciar y a cocrear milagros. Vinimos a visualizar y a manifestar. También vinimos a darnos cuenta de una verdad más grande y es que somos seres infinitos, intachables, ilimitados y perfectos tal y como somos. Que no hay nada más que tengamos que hacer, es solo ser, pero ¡cuánto nos cuesta en estos tiempos!…
Vamos a conectarnos con el gozo, con el ser, con el soltar, con el amar(nos), con el estar en paz con nosotras y con la vida misma.
¡Empecemos!
Capítulo 1
EN PAZ CON LA DUALIDAD
LA NECESIDAD DE SENTIR DOLOR
H ubo un tiempo en que creía que el dolor me iba a salvar. Aprendí a ser su amiga, a encontrarle un “beneficio”. Sabía que el dolor me traía malestar energético, físico, mental y emocional, pero por alguna razón también pensaba que, gracias a que sentía dolor, podía atraer la atención de alguien que me interesaba. Evidentemente, yo estaba carente de atención, sobre todo de atención propia. No sabía cómo atenderme a mí misma, cómo atender mis emociones, mi necesidad de gozar. No sabía, entre otras cosas, cómo liberar tensión y sacar tiempo para mí.
Durante mucho tiempo coqueteé con la idea de que alguien viniera a salvarme. “Es que alguien tendrá que salvarme –me decía–, nadie es tan inhumano para no ver este dolor que yo siento”. Creía que cuanto más grande, fuerte y destructivo fuera el dolor que sentía, más visible sería. Como si mi visibilidad radicara en mi dolor y no en mi luz.
Aún me pasa: me como las uñas hasta que me las deformo y me sale sangre. Tengo episodios de ansiedad y me cues-ta mucho respirar. Me centro en lo negativo y siento mi vida caer en un hueco negro profundo de donde no quiero salir. A ratos pienso en dejarlo todo e irme lejos, muy lejos; abandonar todas las responsabilidades que he asumido. Algunas veces, después de bañarme, no encuentro fuerzas y me quedo sentada en la cama, mirando al horizonte, como esperando que alguien venga por mí a cambiarme, lavarme los dientes, ponerme perfume y recordarme que la vida vale.
La vida no vale nada
Si no es para perecer
Porque otros pueden tener
Lo que uno disfruta y ama…
Mi novio me canta esta canción cuando estoy en ese estado, porque sabe que me saca una risa y me lleva a un lugar mental más bonito. Y en este caso la pongo aquí porque me sirve para explicar cómo es que a veces siento yo el dolor.
Muchas veces quise creer que ese dolor era en realidad una depresión y que tal vez lo mejor que me podía pasar era que me medicaran con pastillas, así ya no tendría que ocuparme de mi felicidad. Me parecía divertido, novedoso y una forma fácil de abordar la vida. Ya me había exigido bastante en el colegio, pensaba, para sacar las mejores notas académicas y cumplir con las actividades extracurriculares que me tensionaban y me sacaban espasmos en la espalda desde los 12 años. Necesitaba una salida fácil y me parecía que con un diagnóstico de depresión quizás no tendría que ocuparme de mi futuro, de mi éxito o de mi fracaso. Ya tendría una excusa, solo tendría que tomarme las pastillas y ser juiciosa para tener dosis garantizadas de felicidad.
Al ego le seduce el facilísimo. Está en búsqueda constante de recetas fáciles, de respuestas afuera. Le parece aburrido lo lento. Le parece aterrador un proceso. Le produce estrés tener que observarse, estar en quietud y en silencio así sea por tres minutos, mirar sus emociones, anotarlas, preguntarse. Le parece mejor tomarse la pastilla, aunque esta no sea sostenible para el alma. Y, por suerte, mi alma me decía de forma insistente que nadie afuera de mí ni nada externo como una pastilla me podía salvar, así como yo tampoco podría salvar a nadie. Con el tiempo entendí que yo solo me puedo salvar a mí, así como solo tú te puedes salvar a ti.
PAUSA…
Cierra los ojos e intenta ir al primer momento de tu vida en el que sentiste un apego al drama o al sufrimiento. ¿Aprendiste esa conducta de alguien? ¿En qué momento has sentido la necesidad de sentir dolor? ¿Por qué se sentía bien quedarse en el dolor? Si lo hacías, ¿obtenías la atención de un ser querido? ¿Ganabas un premio o un permiso para no ir a trabajar o estudiar?
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