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Sinopsis
Estamos atravesando uno de los períodos de más ansiedad que cualquiera de nosotros pueda recordar. Ya sea que enfrentemos problemas tan públicos como una pandemia o tan personales como trabajar y tener los niños en casa, actualmente muchos de nosotros nos sentimos abrumados y fuera de control.
En este libro tan oportuno, Judson Brewer explica cómo erradicar la ansiedad de raíz utilizando técnicas basadas en las últimas investigaciones sobre el cerebro y pequeños trucos al alcance de cualquiera.
Pensamos en la ansiedad como en un todo, desde una leve inquietud hasta el ataque de pánico en toda regla. Pero la ansiedad es la que impulsa los comportamientos adictivos y los malos hábitos en los que caemos cotidianamente para combatirla (comprar compulsivamente, comer por estrés, procrastinar o sumergirnos en las redes sociales). La ansiedad vive en una parte del cerebro que se resiste al pensamiento racional, por lo que nos atascamos en bucles de hábitos de ansiedad que no podemos evitar usando la fuerza de voluntad para superarlos.
El Dr. Brewer nos enseña a conocer nuestro cerebro para descubrir los factores desencadenantes de nuestra ansiedad, a desactivarlos con la práctica simple pero poderosa de la curiosidad y a entrenar nuestros cerebros utilizando la atención plena y otras técnicas que su laboratorio ha demostrado que funcionan.
Con más de 20 años de investigación y trabajo práctico con miles de pacientes, incluidos atletas y entrenadores olímpicos, y líderes en el gobierno y los negocios, el Dr. Brewer ha creado un programa claro y muy práctico que cualquiera podrá utilizar para sentirse mejor.
Deshacer la ansiedad
La nueva ciencia que te ayudará a romper el ciclo de preocupación y miedo que domina tu mente
Judson Brewer
Para Adicta a Amazon
Introducción
La ansiedad e stá en todas partes. Siempre lo ha estado. Sin embargo, en los últimos años ha dominado nuestras vidas como nunca lo había hecho antes.
Mi propia historia con la ansiedad se remonta muy atrás en el pasado. Soy médico: psiquiatra, para ser exactos. Años después de esforzarme por ayudar a mis pacientes a superar su ansiedad y sentir que estaba perdiéndome algo importante en su tratamiento logré relacionar la ansiedad, la investigación en neurociencia de mi laboratorio, centrada en el cambio de hábitos, y mis propios ataques de pánico. Fue entonces cuando todo cambió. Tuve un momento de revelación cuando advertí que una de las razones por las que la gente no sabe que padece ansiedad es porque esta se oculta en los malos hábitos. Creo que ahora hay más individuos ineludiblemente conscientes de su ansiedad, tanto si intentan superar un hábito como si no.
Nunca pensé en convertirme en psiquiatra. En realidad, no sabía qué tipo de médico quería ser cuando empecé a estudiar en la Facultad de Medicina. Tan solo sabía que pretendía unir mi amor por la ciencia con mi deseo de ayudar a los demás. Los programas combinados de licenciatura y doctorado en Medicina están diseñados para que el estudiante pase los dos primeros años en la Facultad de Medicina, donde conoce los datos y los conceptos. A continuación, cursa los dos años de doctorado y se centra en un campo científico específico, en el que aprende a investigar. Luego regresa al punto de partida y acaba el tercer y el cuarto año de facultad antes de acceder a la residencia, momento en el que se especializa en un campo concreto.
Cuando empecé en la facultad, no estaba obcecado por convertirme en determinado tipo de médico. Me fascinaba la complejidad y la belleza de la fisiología y la cognición humana, y quería saber cómo funcionamos. Normalmente los dos primeros años de la licenciatura en Medicina aportan a los estudiantes el tiempo y el espacio necesarios para descubrir la predilección por una u otra especialización. Más tarde, durante las rotaciones en los centros hospitalarios de tercer y cuarto año, confirmarán dicha decisión. Completar un programa combinado de licenciatura y doctorado en Medicina lleva unos ochos años, así que supuse que tenía mucho tiempo para descubrir qué era lo que más me atraía, y me concentré en aprender todo cuanto pude. Completar el doctorado me llevó cuatro años, el tiempo suficiente como para olvidar lo aprendido en los dos primeros años en la facultad.
Por lo tanto, concluido el doctorado, al regresar al punto en el que lo había dejado en la facultad, elegí psiquiatría como primera rotación, a fin de volver a aprender todo lo que había olvidado en mis años de doctorado respecto a cómo tratar a los pacientes. Nunca había pensado en convertirme en psiquiatra, dada la imagen generalmente negativa con la que el cine los representa, y en la facultad circulaba la broma de que la psiquiatría es para «trastornados y haraganes», es decir, que se convierte en psiquiatra el demente o el perezoso. Sin embargo, aquella rotación en psiquiatría me abrió los ojos a lo que más tarde entendí como una confluencia entre casualidad y oportunidad. Descubrí que me encantaba trabajar en el centro hospitalario y que conectaba muy bien con los problemas de mis pacientes psiquiátricos. Supe que era perfectamente feliz al intentar ayudarlos a comprender su mente y que pudieran afrontar sus problemas con una mayor eficacia. Aunque me gustaron la mayor parte de las rotaciones, nada me interesó tanto como la psiquiatría, y por eso me decanté por esta especialidad médica.
Al licenciarme y empezar el programa de residencia en Yale, descubrí que no solo la psiquiatría era una buena elección para mí, sino que había desarrollado un vínculo aún más profundo con los pacientes que se enfrentaban a adicciones. Empecé a meditar nada más iniciar la carrera, una actividad que mantuve diariamente a lo largo de los ocho años de formación de licenciatura y doctorado. En cuanto conocí con más detalle los problemas de adicción de mis pacientes, comprendí que eran idénticos a los que había conocido en mi propia formación en meditación: problemas vinculados al ansia, la avidez, el deseo de aferrarse a las cosas. Para mi sorpresa, descubrí que compartíamos un lenguaje y un campo de batalla.
La residencia también fue el periodo en el que se manifestaron mis ataques de pánico, alimentados por la falta de sueño y la sensación de no estar preparado, junto a la incertidumbre de estar de guardia y no saber si se me iba a estropear el busca en mitad de la noche y qué desastre me estaría esperando al llamar al control de enfermería. Todo ello causó un estrago generalizado en mi psique. ¡Y no hablemos de empatizar con mis pacientes ansiosos! Por suerte, mi práctica de meditación me resultó de gran utilidad. Fui capaz de aplicar mis conocimientos de mindfulness para superar los ataques de pánico que me quitaban el sueño. Mejor aún, y en ese momento no sabía por qué, estas destrezas me ayudaron a no añadir combustible al fuego del pánico: aprendí a trabajar la ansiedad y el pánico, y a no preocuparme ni perder los nervios si me sobrevenía otro ataque, lo que mantuvo la ansiedad a raya y evitó que desarrollara un verdadero trastorno del pánico. También descubrí que podía enseñar a los demás a ser conscientes de las emociones incómodas (en lugar de acostumbrarse a evitarlas); podía ofrecerles un método para gestionar y trabajar sus emociones que no consistiera en prescribirles una simple pastilla.