Oribe Peralta - Mi once ideal: Principios y estrategias para triunfar en la vida y el futbol

Wembley, 11 de agosto de 2012, justo a la hora del té británico. Oribe Peralta, junto al equipo mexicano, buscaba la medalla de oro en la catedral del futbol ante el Brasil de Neymar. Minuto 74:12, ponle play: tiro libre para México que es importantísimo, puede ser fundamental, puede ser el título. Llega entonces el centro, remate: “¡Oribe! ¡Gol, gol de oro, gol de oro, gol de Oribe!” Minuto 74:19: Oribe Peralta, todavía sin saberlo, se había transformado en una leyenda viviente del futbol mexicano después del monumental cabezazo que liquidó al arquero Gabriel.

El México futbolero jamás vibró como esa mañana. La anotación de Peralta, la segunda de ese partido, decretaba, incluso ante Brasil, un triunfo que no podía escaparse. Oribe, aquel muchacho de La Partida en Torreón, Coahuila, que aprendió a jugar en la tierra del “Jalisco”, una cancha bautizada así porque los juegos se detenían para que cruzaran los rebaños de chivas que habitaban la zona y, de paso, para dar un descanso a los guerreros del campo bajo el temible y agobiante calor lagunero, nos lo había hecho sentir.

Pero ese logro, que tanto Oribe como el país entero celebraron, no fue su punto más alto a nivel individual; más allá de que la medalla de oro sea el logro más ostentoso que reside en los anales de la Federación Mexicana de Futbol, para el atacante nacional su olimpo particular lo vivió cuando anotó el gol del triunfo frente a Camerún en Natal, Brasil. En aquella ocasión bajo un aluvión y ante dos goles mal anulados para el equipo azteca, esa tarde al noreste de Brasil, el sueño de un niño se hizo realidad, porque meter un gol en una Copa del mundo mata póker.

Este libro, escrito desde la perseverancia, la resistencia, el orgullo, el afán, la entrega y el trabajo, abre las puertas para que cualquiera se atreva a perseguir su quimera en pos de querer distinguirse en su labor, en sus aspiraciones y en la búsqueda de un anhelo sin muros. Para llegar hasta donde logró subir Oribe se necesita comer mucha tierra, y no sólo la de los terregales desde donde comenzó a construir su destino, sino la tierra en forma de hechos y palabras que tratan, durante el recorrido de un futbolista, de minar el camino para transformar la ilusión de trascendencia detrás del balón en una simple utopía.

La peripecia de un muchacho orgulloso de los suyos, que nunca desistió de querer ser por más que los mensajes en su contra fueran duros y constantes antes del debut y también durante el profesionalismo, ya que cada día parecía que la gloria deportiva le deseaba ser esquiva. Por eso aquella frase de “Te llegó tarde el futbol” cuando alcanzó su clímax futbolístico y de trascendencia, era un mensaje, un sentimiento de murria lanzado por nosotros, los de afuera, los que veíamos en Oribe la jerarquía, el sitio, la explosión y la categoría que sólo te da la madurez dentro de un campo, ya que son los años los que te entregan la serenidad en la toma decisiones y en buscar el bien común de tu equipo. Sabíamos que el mejor momento de Peralta estaba entre nosotros pero que por un orden cronológico de vida no nos duraría todo lo que muchos quisiéramos. Porque el futbol para el que lo practica es muy cruel, pues cuando mejor sabe jugarlo y conoce todos sus secretos, las piernas le empiezan a decir basta y lo invitan a que viva la otra mitad de su vida sin, quizá, lo que más quiere: jugar profesionalmente a la pelota.

Mi once ideal nos introduce de manera ágil pero muy detallada en la lucha de un guerrero de La Laguna en busca de cumplir con talante su designio a pesar de los impactos que la vida le pone como rémoras.

Sólo he hablado cinco veces con Oribe Peralta; en la última, durante un minuto, para preguntarme si quería participar en su libro, y acá estamos agradecidos por el privilegio. En dos ocasiones fue para Los protagonistas, el día en que México estaba a horas de jugar en los olímpicos de Tokio ante Brasil; otra ocasión también para el mismo programa cuando anunció su retiro. Una más, a lo largo media hora, para el podcast Exceso de Humo; y la primera vez que nos cruzamos fue por 35 segundos en la sala de espera de un aeropuerto. Oribe se acercó y me dijo: “Señor Martinoli, le quiero agradecer todo lo bien que se expresa de mí”. A lo que respondí: “N’hombre, Oribe, te lo mereces, podemos sacarnos una foto para que se justifique que te conozco, ya ves que dicen que me pagas”. Y terminamos riendo para después no volvernos a cruzar en persona jamás. Por eso agradezco nuevamente que me haya tomado en cuenta para este importante suceso en su vida, y que sigan los éxitos.

Sólo puedo darle las gracias por las memorias y por los instantes de emoción irrepetibles que nos hizo vivir desde su pasión y amor por el juego. Gracias, Oribe, suerte en lo que emprendas y “no te mueras nunca, Peralta”.

CHRISTIAN MARTINOLI