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AA. VV. - Nuestra casa está ardiendo

Aquí puedes leer online AA. VV. - Nuestra casa está ardiendo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2019, Editor: ePubLibre, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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AA. VV. Nuestra casa está ardiendo
  • Libro:
    Nuestra casa está ardiendo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Nuestra casa está ardiendo: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

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Gracias por la ayuda, la energía y la inspiración a:

Anita y Janne von Berens, Anna Melin, Camilla Berntsdotter Lindblom, Hanna Askered y Lära med Djur [Aprende con Animales], Björn Meder, Jiang Millington y Barn i Behov [Niños con Necesidades], Pär Holmgren, Nils Erik Svedlund y el Centro de Trastornos Alimentarios de Estocolmo, Svenny Kopp, Kevin Anderson, Isak Stoddard, el personal del Servicio de Psiquiatría Infantil y Juvenil de Kungsholmen, Magdalena Mattson, Kerstin Avemo, Fredrik Kempe, Lina Martinsson, Helen Sjöholm y David Granditsky, Jenny Stiernstedt, Hundar Utan Hem [Perros sin Casa], Leif Blixten Henriksson, Pernilla Thagaard, Stefan Sundström, Mårten Aglander, Jonas Gardell y Mark Levengood, Mina Dennert, Mats Bergström, Janne Bengtsson, Petronella Nettermalm, Sten Collander, Ola Ilstedt, Stina Wollter, Anders Wijkman, Özz Nûjen, Fredrik Marcus, Karin af Klintberg, Johan Ehrenberg, Alexandra Pascalidou, Staffan Lindberg, Björn Ferry, Heidi Andersson, Maja Hellsing, Jeanette Andersson, Mattias Goldman, Helle Klein, Nisse Landgren, Vicky von der Lancken, Kent Wisti, Anna Takanen, Cecilia Ekebjär, Rosanna Endre y Greenpeace Suecia, el personal de Oatly Suecia, Martin Hedberg, Malin Tärnström, Hanna Friman, Christoffer Hörnell, Susanna Jankovic, Tomas Törnkvist, Frida Boisen, Carl Schlyter, Rebecka Le Moine, Svenska Stråkensemblen, Oskar Johansson, Anders Amrén, Peter Edding, Helena Lex Norling, Djurens Rätt [El Derecho de los Animales], Vi Står Inte Ut [No Aguantamos], WWF Suecia, Naturskyddsföreningen [Asociación sueca de Protección de la Naturaleza] y nuestras familias.

Un agradecimiento especial a Jonas Axelsson, Annie Murphy y a todo el equipo de la editorial Polaris.

Así como, naturalmente, a Elias Våhlund y Tom Goren, y a Sirkka Persson y al personal del colegio Kringlaskolan en Södertälje.

Escena 95. El tercer día

Escena 95

El tercer día

Estamos pendientes del estado de ánimo de Greta tanto como nos resulta posible. Pero por muchas vueltas que demos al tema, no logramos identificar ninguna señal de que no se encuentre bien. Parece incluso que se encuentra mejor que bien. Pone el despertador a las 6.15 y se levanta. Monta en bici contenta cuando se va al Parlamento y al regresar a casa sigue contenta.

Durante las tardes se pone al día con los deberes y mira las redes sociales.

Se acuesta a su hora, se duerme enseguida y descansa tranquila toda la noche.

La comida, en cambio, va regular. Al menos durante las horas de la huelga.

—Hay demasiada gente y no me da tiempo. Todo el mundo quiere hablar conmigo a todas horas.

Se lleva siempre pasta de soja cocida, pero es difícil que se la coma.

A cambio nos aseguramos de que meriende el doble cuando llega a casa por la tarde.

—Tienes que comer —dice Svante—. Esto no funcionará si no comes.

Greta no dice nada.

La comida es un asunto delicado. El más difícil de todos. Así ha sido durante años y no hay ninguna verdadera solución en el horizonte.

Sin embargo, durante el tercer día ocurre algo.

Ivan, de Greenpeace, se pasa otra vez por allí para verla. Lleva una pequeña bolsa blanca de plástico en la mano.

—¿Te apetece comer algo, Greta? Son noodles. Comida thai —dice—. Vegana cien por cien. ¿Quieres?

Le tiende la bolsa a Greta, que se inclina hacia delante y se estira para coger el envase de la comida.

Quita la tapa y olfatea unas cuantas veces.

Escanea los noodles con la nariz.

Después toma unos pocos. Y luego otros pocos más. A nadie le llama la atención, claro. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué iba a llamar la atención que una niña esté sentada en el suelo, entre un montón de gente, comiéndose un pad thai vegano?

Greta sigue comiendo. No se trata ya de unos cuantos bocados, sino de casi toda la ración, y la escena que se desarrolla allí sobre esos adoquines delante del cartel de la huelga escolar lo cambia todo. El manual se tira a la basura y habrá que reconfigurar el mapa.

Instantes más tarde llega un hombre cargadísimo con bolsas de comida de una de las grandes cadenas de hamburguesas. Va repartiendo hamburguesas, patatas fritas, helados y refrescos a todo el que quiera.

—Son hamburguesas veganas y vegetarianas —dice todo orgulloso y coloca seis o siete bolsas de papel con el logo de la cadena en medio de los niños.

—No creo que sea una buena idea —dice Greta e intenta explicárselo a los demás. Pero habla demasiado bajo y los niños tienen demasiada hambre, así que el mensaje no llega.

Se lo comen todo.

Cuando Svante pasa por allí para comprobar que la jornada transcurre bien, ya han terminado, y el hombre está hablando alegremente con los que se han congregado en el lugar. Svante se presenta, lleva el hombre un poco aparte y le explica:

—Greta ha dicho expresamente que no quiere ningún tipo de patrocinador, así que creo que es mejor que retires las bolsas y que no invites a los niños a comer durante su huelga.

—Pero, entonces, ¿qué comerán? —pregunta el hombre.

—Eso ya se verá —dice Svante—. Hay un montón de cámaras aquí y Greta no quiere que nadie venga a colocar sus productos porque eso no está bien. Lo ha dejado muy claro.

Svante explica las líneas directrices que Greta ha decidido. Ningún patrocinio, ninguna publicidad y ningún logo de ningún partido político.

El hombre se siente un tanto molesto y se pone a hablar de lo mucho que su empresa ha apostado por alternativas vegetarianas y que sus hamburguesas son climáticamente neutras, ya que han invertido mucho en la plantación de árboles en África oriental. Cuenta que lleva más de veinte años trabajando en cuestiones de sostenibilidad.

—Ya, pero el caso es que estás aquí en tu horario de trabajo representando a una empresa cuya principal fuente de ingresos es y siempre ha sido matar vacas para vender su carne muerta en una cadena de hamburguesas que está creciendo muy rápido. Y eso no tiene nada que ver con los niños que hacen huelga en favor del clima.

—Vale —dice—. Pero la gente tiene que comer y todos somos parte del mismo sistema. —Señala el calzado de Svante—. Tú llevas zapatillas. Eso tampoco es sostenible —añade.

—Ya, pero no puedes comparar el hecho de que yo lleve zapatillas con el patrocinio por parte de una cadena de comida rápida en expansión que gana cientos de millones con la venta de comida rápida.

El hombre recoge sus bolsas y tazas y se marcha.

Tras la escena con las hamburguesas, Greta prohíbe a Svante que se acerque a la huelga. Quiere estar sola y no desea que nadie hable por ella.

Greta busca el capítulo sobre la Constitución sueca en el libro de sociales y se acomoda al lado de la blanca pancarta de la huelga.

Unos soldados del servicio militar que forman parte del cuerpo de guardia del Palacio Real se acercan a paso tranquilo. Chicos y chicas jóvenes vestidos en uniformes de camuflaje, todos con una pequeña banderita sueca cosida en lo más alto de las mangas de las chaquetas. Ven a Greta, pero miran de manera ostensible para otro lado. Como para dejar muy claro que en su mundo sigue sin haber la menor duda de quién defiende a quién.

Por la tarde, el hombre de las hamburguesas le pregunta a Greta en Instagram si realmente es verdad que no quiere que él invite a comer a los niños que hacen huelga con ella.

—Puedes invitarnos a comer con mucho gusto —contesta ella—. Pero en tal caso que no sea comida que provenga de una empresa para la que trabajas.

Él responde que por desgracia entonces le resultará difícil tener tiempo para eso.

Escena 96. Cada vez más fuerte

Escena 96

Cada vez más fuerte

Lo juro. Todos los padres cuyos niños llevan años sin hablar con la gente y no han podido comer más que unas determinadas cosas en unos pocos sitios decididos con antelación se alegran mucho cuando esas complicaciones de repente se esfuman. Juro que como madre ves ese cambio como algo muy positivo. Casi como una fábula. Como algo mágico.

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