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María Francisca Tricio Gómez - La rebelión de los mayores

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María Francisca Tricio Gómez La rebelión de los mayores

La rebelión de los mayores: resumen, descripción y anotación

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1. Por qué estamos indignados

Por qué estamos indignados

Los mayores, esos perfectos desconocidos

LOS MAYORES, ESOS PERFECTOS DESCONOCIDOS

Nadie esperaba la rebelión que las personas mayores pusieron en marcha en España a partir de febrero de 2018. De hecho, la primera reacción ante aquellas imprevistas manifestaciones de pensionistas fue de desconcierto y shock, tanto por parte de los gobernantes como de un amplio sector de la ciudadanía. Unos por desconocimiento de nuestra verdadera situación y otros por desdén hacia nuestra fuerza y capacidad de movilización, lo cierto es que pocos imaginaron ni sospecharon que los más veteranos del país pudiéramos lanzarnos a la calle, megáfono en mano, a gritar ¡basta!, ni que fuéramos capaces de atraer la atención de toda la población de aquella manera.

De repente, sin previo aviso, casi por sorpresa, miles de jubiladas y jubilados de Bilbao, Madrid, Valencia, Málaga, Barcelona e incontables ciudades y municipios de toda la geografía ocupaban los minutos más destacados de los informativos con sus marchas y llevaban a todos los hogares sus reclamaciones. En pocos días, la protesta se había convertido en el asunto más urgente del país. Éramos protagonistas de la mayor agitación social vivida en España desde los tiempos del 15-M.

Los que en un primer momento nos miraron con extrañeza e incredulidad, ni entendieron qué pedíamos ni sabían de dónde salía el cabreo que nos había llevado a armar tanto ruido con semejante vigor. Fueron muchos los que, sin salir de su asombro, se preguntaron qué querrían decir aquellos mayores marchosos con las consignas que coreaban:

«¡Gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden!».

«¡Las pensiones son un derecho ganado y pagado!».

«¡Fuera ladrones de las instituciones!».

«¡Jubilaciones dignas y blindaje constitucional!».

En realidad, esta perplejidad resulta comprensible si se tiene en cuenta el desapego, la ignorancia y en ocasiones el desprecio con que la sociedad española se relaciona con sus mayores. No existe un colectivo más grande en términos de población y más importante en cuanto a su influencia en la historia reciente del país que tenga, a la vez, menos presencia en la vida pública que el formado por los ciudadanos con más de 65 años. Los que hemos superado esta decisiva edad, ni figuramos entre los asuntos de interés social, ni aparecemos en los foros de representación pública, ni se nos espera en la agenda de cuestiones candentes pendientes de atender. Al menos, esa es la impresión que tenemos nosotros desde la posición que nos otorga nuestra edad.

Nuestras demandas no se escuchan en los debates de los políticos, salvo que se trate de época preelectoral y haya que regalar los oídos de los votantes con buenas palabras para conseguir papeletas en las urnas. Nuestras urgencias no están presentes en los medios de comunicación, salvo cuando ocurre alguna desgracia relacionada con un anciano, que normalmente es tratado con el filtro de la pena o de la culpa. Nuestros rostros no se ven en la publicidad, salvo cuando quieren vendernos algún producto fácilmente asignable al consumo de la tercera edad.

Nuestras penas y alegrías no suelen ser argumento de películas ni de series de televisión, y si aparecen en las tramas, solo lo hacen de manera colateral o repitiendo viejos tópicos del pasado que nada tienen que ver con nuestra realidad de hoy en día. No estamos en los consejos de dirección de las grandes empresas, ni en las cúpulas de los partidos políticos, ni en las tribunas del Parlamento, ni en las juntas de gobierno de las grandes entidades públicas… Sencillamente, no aparecemos. Somos, pero parece que no existimos, como si resultáramos invisibles a ojos de una sociedad que nos ignora con la arrogancia de quien se cree eternamente joven.

Sin embargo, hablamos de un grupo de población formado por 8,9 millones de mujeres y hombres. Este es el número de españoles que a principios de 2018 tenía más de 65 años. Un colectivo que hoy representa a casi el 20 % de la sociedad y que no para de crecer año a año. No sé qué pensarán los representantes públicos, pero creo que este colectivo reúne a demasiada gente viviendo, consumiendo, participando y votando para que su voz lleve tanto tiempo silenciada y sus intereses, menospreciados.

Por eso entiendo que la rebelión de los abuelos haya pillado con el pie cambiado a partidos políticos y agentes sociales de todo orden y condición. Es lo que sucede cuando no prestas la atención necesaria a la gente con la que convives ni a la que se supone que estás representando en los foros públicos. ¿Cómo vas a ser su portavoz sin haber dedicado antes un minuto a interesarte por sus preocupaciones?

Con la perspectiva de alguien que lleva casi dos décadas conociendo de cerca la situación de las personas mayores en España a través de la asociación de jubilados más amplia de España, la UPD, de la que ahora soy presidenta, y a través de la experiencia de una jubilada que hace tres años pasó a formar parte del grupo de pensionistas de este país, me planteo reducir a lo largo de estas páginas esa brecha de ignorancia e indiferencia que separa a la sociedad de sus mayores.

A los que hoy siguen mirando con condescendencia y paternalismo a los más veteranos de la sociedad, cuando no con puro desprecio, me gustaría hacerles ver la pluralidad que hoy entraña la condición del mayor para que comprendan que todas las formas de envejecer merecen reconocimiento y respeto. Que entiendan de una vez que los jubilados de principios del siglo XXI no nos sentimos representados por la imagen que antiguamente había de nosotros. Que los mayores de hoy estamos decididos a ser actores de la vida en sociedad y ya no nos conformamos con seguir siendo simples espectadores que aguardan en silencio y actitud pasiva la llegada de la muerte. Que si el mundo ha cambiado, nosotros también lo hemos hecho. Y que en justa correspondencia con ese cambio, exigimos que nuestra relación con la sociedad también sea distinta. Reclamamos que nos tenga más en cuenta de lo que se nos ha tenido hasta ahora. Reclamamos nuestro sitio en el mundo de hoy.

Esta petición se expresa de muchas maneras. Demandando pensiones justas, y de dinero hablaré bastante en este libro, pero también exigiendo que se nos trate con el respeto que merecemos y con la atención que requiere un sector de la población tan amplio, variado y delicado como el nuestro. Tal vez, conociendo cuál es nuestra realidad, con nuestras luces y nuestras sombras, con nuestro potencial y nuestras flaquezas, y sobre todo con nuestras carencias, los que se han llevado las manos a la cabeza al vernos movilizados en las calles de toda España comprendan cuál es la indignación que pone en marcha nuestra rebelión. La nuestra es una indignación que no se jubila.

A los que han superado los 65 años, espero que este libro les sirva para sentirse reconocidos, empoderados y afirmados en el deseo de vivir este tiempo que nos espera de otra manera muy diferente a como lo vivieron nuestros abuelos. Con más voluntad de ser, actuar y disfrutar de la vida, exigiendo el respeto que merecemos y plantando cara al sentimiento de indolencia y rendición que arrastrábamos. Conscientes de nuestra dignidad y sabedores de todos los derechos que nos corresponden, y a los que no vamos a renunciar. Siendo, como somos, exponentes de una nueva tercera edad que ha venido para quedarse y que no va a parar hasta conseguir lo que reclama. Es de justicia.

Las razones de un cabreo con arrugas

LAS RAZONES DE UN CABREO CON ARRUGAS

Todo incendio, desde el que acaba arrasando un bosque al que pone en pie de guerra a una comunidad o a un país entero, acostumbra a arrancar de un chispazo inicial que desencadena todo lo que viene después. Normalmente, debajo de él, o anticipándolo, hay factores que han estado calentando el terreno durante tiempo y que explican que el fuego prenda tan rápido. El monte no arde si antes no se dan ciertas condiciones de temperatura, humedad y viento. Tampoco los colectivos humanos suelen montar una revolución porque sí, de la noche a la mañana, sin un motivo previo.

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