Presentación
Todos los años ven la luz cientos de nuevos libros, revistas, artículos, monografías, tesis, atlas, mapas, diccionarios, concordancias, comentarios y un sinnúmero de herramientas que procuran esclarecer cada vez más el sentido de las Sagradas Escrituras.
Pero, lamentablemente, estos estudios no suelen llegar a la mayoría de los fieles, a los catequistas, a los grupos bíblicos, o a los profesores de religión.
En primer lugar, porque esa abundante literatura suele publicarse en gruesos y costosos volúmenes, a los que la mayoría de la gente no tiene posibilidades de acceder; o no tiene tiempo de hacerlo. Por eso muchas veces esos estudios duermen en los anaqueles de las grandes bibliotecas y librerías.
En segundo lugar, porque se trata de investigaciones demasiado técnicas, escritas en un lenguaje difícil, a veces específicamente científico, exclusivo de ciertos círculos de estudiosos.
Esto ha ido generando una brecha cada vez más profunda entre los peritos de la Biblia, por un lado, que día a día hacen progresar el estudio de la Palabra de Dios con sus investigaciones, y el común de la gente, por otro, que ha quedado relegada a las viejas interpretaciones, sin enterarse demasiado de los progresos bíblicos.
El presente libro pretende poner al alcance del público no especializado algunos temas de los modernos estudios bíblicos, a la vez que acercar a la gente a los nuevos aportes de la actual exégesis, algunos no tan nuevos, pero sí quizá poco difundidos. Busca así llenar ese vacío y establecer un puente entre los exégetas y el pueblo de Dios, con el fin de acercar a este a las investigaciones de aquellos.
Los estudios bíblicos nunca están acabados. Los expertos de cada generación tienen siempre algo novedoso que aportar. Gracias a ello, los cristianos van comprendiendo cada vez mejor el significado de la revelación. Lo afirmaba en 1993 el entonces cardenal Joseph Ratzinger en el prefacio del documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia, cuando decía: «[El estudio de la Biblia] no está nunca completamente concluido: cada época tendrá que buscar nuevamente, a su modo, la comprensión de los libros sagrados».
Pero además de los exégetas, hace falta también la presencia de los divulgadores, cuya tarea es la de hacer accesibles esos estudios y ponerlos al alcance de todos los creyentes. Por eso el papa Juan Pablo II, en su discurso de presentación del mencionado documento, pedía a los divulgadores bíblicos que utilicen «todos los medios posibles –y hoy disponen de muchos– a fin de que el alcance universal del mensaje bíblico se reconozca ampliamente y su eficacia salvífica se manifieste por doquier» (nº 15, § 5).
En este volumen se recogen veinte temas bíblicos, en los que se intenta exponer las cuestiones exegéticas, filológicas, arqueológicas y teológicas que otros autores ya han propuesto, pero ahora en un lenguaje llano y comprensible para los no iniciados. De esta manera se quiere colaborar con la marcha del pueblo de Dios hacia una comprensión más plena de la palabra divina, de la que nos hablaba Jesús cuando decía que el Espíritu Santo nos llevará poco a poco hacia la verdad total (cf. Jn 16,13).
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¿Quién era la serpiente del Paraíso?
E L DISFRAZ DEL MAL
Un enigma que siempre ha intrigado a los lectores de la Biblia, y que tiene que ver con el relato del primer pecado de la humanidad, es el de la serpiente que tentó a la mujer en el Paraíso. ¿A quién representaba aquel reptil?
El Génesis afirma que se trataba de un simple animal del campo, uno más de los que Dios había creado (Gn 3,1). Pero poco después vemos que la serpiente conversa con Eva. ¿Cómo pudo hablar, si era una víbora? ¿Y cómo podía tener una inteligencia superior a la del hombre, como se dice más adelante? (Gn 3,5) No puede ser evidentemente un animal real. ¿Quién era entonces?
Algunos defienden la postura de que era una víbora auténtica, pero que estaba poseída por el Diablo con el fin de engañar a Eva. Pero si la serpiente era solo un instrumento del Diablo, ¿por qué entonces Dios la castiga a ella haciendo que se arrastre sobre su vientre y que coma polvo por el resto de su vida (Gn 3,14), en vez de castigar al Diablo? ¿También Dios se dejó engañar?
Una segunda creencia, la más común entre los lectores de la Biblia, es que aquí la serpiente no era un animal real, sino un símbolo del Diablo, una imagen, un disfraz literario del autor para referirse a Satanás, el verdadero personaje que se oculta tras el ofidio, y que fue el verdadero tentador de la primera pareja en el Paraíso.
S IN UN DESVÍO SEXUAL
Pero esta solución choca con una gran dificultad, y es que en ninguna otra parte del Génesis se menciona al Diablo. ¿Cómo el lector del relato podía descubrir que se trataba de él? Más aún, el Diablo (o Satanás, que es lo mismo) no aparece jamás en ningún texto bíblico antiguo: ni en el Pentateuco, ni en los libros históricos, ni siquiera en los libros proféticos. No, al menos, como lo entendemos hoy nosotros. Es evidente entonces que el autor del Génesis no estaba pensando en él. Por lo tanto, como afirman hoy los estudiosos bíblicos, aquí no se trata del Diablo.
Una tercera propuesta sostiene que la serpiente no es ningún personaje concreto, sino un símbolo general de los malos deseos y de los placeres sensuales. Así, el autor del Génesis habría querido decirnos que el primer pecado consistió en una transgresión de tipo sexual; y la serpiente no sería sino un símbolo de esa sexualidad desviada. Por eso se insiste tanto en que Adán y Eva «estaban desnudos».
Pero esta hipótesis es inadmisible, pues el mismo Génesis dice que Dios santificó y bendijo el matrimonio cuando le ordenó a la primera pareja: «Sean fecundos y tengan muchos hijos, llenen el mundo y gobiérnenlo» (Gn 1,28). No hay, pues, connotaciones sexuales en el pecado de Adán y Eva.
¿Quién es entonces esta serpiente?
L A CONFUSIÓN DE LA FRUTA
El enigma de la serpiente nos lleva a plantear un segundo problema: ¿qué pecado cometieron Adán y Eva en el Paraíso? Popularmente, se cree que comieron una manzana prohibida. Pero conviene notar, ante todo, que en ninguna parte del relato se menciona manzana alguna. La idea de esa fruta viene de cuando la Biblia estaba escrita en latín. En esa lengua, «manzana» se dice malus y «mal» se dice malum. Y como Adán y Eva comieron el fruto del mal (malum), se pensó que habían comido una manzana (malus). Hoy, que las Biblias ya no están en latín, sino en castellano, vemos que no comieron una manzana, sino «un fruto» malo.
Volvamos entonces al planteamiento. ¿Dios atormentó con duros castigo a aquellos primeros hombres por comer un simple fruto? De haber sido así, lo que sucedió en el Paraíso no fue sino ¡un fatal error gastronómico!
Como sabemos que la serpiente es un símbolo (ya que no puede tratarse de un animal real), también el fruto prohibido tiene que ser otro símbolo. Pero ¿un símbolo de qué?
P OR ARRASTRARSE EN LA TIERRA
Lo primero que debemos tener en claro es que la serpiente tiene que representar a un personaje o realidad comprensible para los lectores de aquella época. Si no, estos se habrían quedado sin comprender el mensaje. Ahora bien, gracias a los modernos estudios bíblicos y arqueológicos sabemos que la serpiente, en aquel tiempo, era el símbolo de la religión cananea.
¿Por qué los cananeos emplearon como símbolo de la divinidad a la serpiente, cuando para nosotros es un animal dañino y peligroso? Porque los pueblos antiguos veían en ella tres cualidades.