Papa Francisco - Las enseñanzas de María
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- Libro:Las enseñanzas de María
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Las enseñanzas de María: resumen, descripción y anotación
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Papa Francisco
Las enseñanzas de María
Por un Jubileo de misericordia
Origen
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Queridos hermanos y hermanas, he pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual, y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año santo de la misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la Palabra del Señor: “Sed misericordiosos como el Padre” (cfr. Lc 6, 36). Esto especialmente para los confesores: ¡mucha misericordia!
Este Año santo iniciará con la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia del Padre. Encomiendo la organización de este Jubileo al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, para que pueda animarlo como una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de llevar a cada persona el Evangelio de la misericordia.
Estoy convencido de que toda la Iglesia, que tiene una gran necesidad de recibir misericordia, porque somos pecadores, podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo. No olvidemos que Dios perdona todo, y Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón.
Encomendemos desde ahora este Año a la Madre de la misericordia, para que dirija su mirada sobre nosotros y vele sobre nuestro camino: nuestro camino penitencial, nuestro camino con el corazón abierto, durante un año, para recibir la indulgencia de Dios, para recibir la misericordia de Dios.
P APA F RANCISCO
Basílica vaticana, 13 de marzo de 2015
LA MADRE DE LA MISERICORDIA
Desde hace 30 años o más, hasta ahora, vivimos en tiempo de misericordia. En toda la Iglesia es tiempo de la misericordia. Ésta fue una intuición de Juan Pablo II. Él tuvo “el olfato” de que éste era el tiempo de la misericordia. Pensemos en la beatificación y canonización de la hermana Faustina Kowalska; luego introdujo la fiesta de la Divina Misericordia. Despacito fue avanzando, siguió adelante con esto.
La etimología de la palabra “misericordia” es miseris cor dare, “dar el corazón a los miserables”, a aquellos que tienen necesidad, a aquellos que sufren. Esto es lo que hizo Jesús: abrió su corazón a la miseria del hombre. El Evangelio es rico en episodios que presentan la misericordia de Jesús, la gratuidad de su amor para quien sufre y para los débiles.
De las narraciones evangélicas podemos deducir la cercanía, la bondad, la ternura con las que Jesús se acercaba a las personas que sufrían y las consolaba, las aliviaba y a menudo las curaba. Con el ejemplo de nuestro Maestro también nosotros estamos llamados a acercarnos, a compartir la condición de las personas que encontramos. Hace falta que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras actitudes demuestren la solidaridad, la voluntad de no permanecer ajenos al sufrimiento de los demás, con calor fraterno, pero sin caer en alguna forma de paternalismo.
¿Cuál es el sitio donde Jesús estaba más a menudo, dónde se le podía encontrar fácilmente? En las calles. Parecía no tener hogar, porque siempre estaba en la calle. La vida de Jesús estuvo en la calle. Sobre todo, esto nos invita a sentir la profundidad de su corazón, lo que Él siente por la muchedumbre, por la gente que encuentra: viendo a la gente, tiene una actitud interior de “compasión”, sintió compasión. Porque ve a las personas “cansadas y agotadas como ovejas sin pastor”. Hoy podemos pensar la Iglesia como un “hospital de Campo”. ¡Se necesita curar las heridas, muchas heridas! ¡Muchas heridas! Hay mucha gente herida, por los problemas materiales, por los escándalos, incluso en la Iglesia. Gente herida por las falacias del mundo. Misericordia significa, ante todo, curar las heridas.
La cizaña es un término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre “Satanás” y remite al concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un “sembrador de cizaña”, aquel que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores quisieran quitar inmediatamente la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta razón: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo” (Mt 13, 29). Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y allí está el peligro que se confundan.
Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible, para nosotros hombres, separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo.
Y aquí pasamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los servidores y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de este lado a los buenos y del otro a los malos... Pero recordad la oración de ese hombre soberbio: “Oh Dios, te doy gracias porque yo soy bueno, no soy como los demás hombres, malos...” (cfr. Lc 18, 11-12). Dios en cambio sabe esperar. Él mira el “campo” de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él.
La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; no se puede crear confusión entre bien y mal. Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, a alimentar la esperanza con el apoyo de una firme confianza en la victoria final del bien, es decir, de Dios.
Al final, en efecto, el mal será quitado y eliminado: en el tiempo de la cosecha, es decir del juicio, los encargados de cosechar seguirán la orden del patrón separando la cizaña para quemarla (cfr. Mt 13, 30). Ese día de la cosecha final el juez será Jesús, Aquél que ha sembrado el buen trigo en el mundo y que se ha convertido Él mismo en “grano de trigo”, que murió y resucitó.
Al final todos seremos juzgados con la misma medida con la cual hemos juzgado:
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