Varios - Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 13

[1] Talleyrand...

[2] Lo peor, para Austria, fue que tuvo que ceder el Tirol al reino de Italia es decir, de hecho, al propio Napoleón.

[3] El duque de Enghien.

[4] Lo que, sin embargo, no reveló la comisión investigadora es el empleo, a bordo del Maine,de la llamada “pólvora B", que entonces se usaba en cm «odas las marinas de guerra, cuya inflamación espontánea en las bodegas provocaba en Francia, por el mismo tiempo, la explosión de los acorazados lém y Liberté en el puerto de Toulon.

[5] Que en aquella época poseía las islas Marianas, las Samoa y paite át Nurva Guinea.

[6] Lola Montes acabará en un circo americano, donde se dejará besar por un dólar los labios besados por un rey”.

[7] Es la rama segundóna, de donde saldrá la reina Isabel de Bélgica, son duques en Baviera y no de Baviera.

[8] En español se pierde el sentido oculto de esta frase. Piénsese que dentro del sentido erótico y autorrepresivo de estas líneas, la palabra COUSSIN (al¬mohadón, cojín) tiene el valor de un acto fallido, puesto que, en francés, primo se escribe COUSIN.

[9] Propone además a sus ministros innumerables sentencias de muerte, que éstos, por supuesto, no hacen ejecutar.

Varios Autores

Los grandes enigmas históricos de antaño 13

Esta edición está reservada para

LOS AMIGOS DE LA HISTORIA

Sánchez Díaz, 25 Madrid-17

© Editions de Crémille Genéve

Talleyrand y el Congreso de Viena

La guerra teledirigida de Cuba

La desaparición del Rey Loco —

Con la colaboración de:

Claude Guillaumin

Claude Couband

Christian Houllion

Introducción

Viena, 1814: los cuatro aliados, Prusia, Rusia, Austria e Inglaterra, están reunidos para reconstruir Europa y repartírsela a placer. Napoleón está vencido; nada podrá estorbarles. Sin embargo, hay un hombre que pondrá todo en entredicho gradas a su habilidad, cinismo, sentido de la diplomacia y también ausencia de escrúpulos. «No deseo nada —dirá Talleyrand a sus interlocutores—; un gran respeto es todo lo que quiero para Francia.» El antiguo ministro de Napoleón obtendrá mucho más; será la vedette del Congreso de Viena. En un primer momento conseguirá hablar en pie de igualdad con los antiguos adversarios de Francia, para imponerles después sus propios modos de ver las cosas. Por añadidura Talleyrand será d artesano de la dislocación de la coalición aliada. ¿Cómo explicar esta victoria francesa en el Congreso de Viena? Cuando se le pida razones de su éxito inesperado, Talleyrand responderá sencillamente: «Cojeé.»

El que será llamado «diablo cojo» y al que dirá Napoleón «Sois un poco de m... envuelta en seda» comenzará su prodigiosa carrera en las filas del clero. Obispo de Autún, llegará a ser diputado del clero en los Estados Generales de 1789. Aquí comienza su vida de hombre político, que durará cerca de cincuenta años.

Talleyrand sobrevivirá a todos los regímenes. Sus servidos serán tan buenos bajo la Legislativa como con d Directorio, di Consulado, el Imperio, Luis XVIII, Carlos X, Luis Felipe Justo antes de extinguirse del todo, Talleyrand murmurará: «Sufro torturas de condenado», a lo que Luis Felipe habría replicado sin más: «¡Por fin!»

Con todo, Talleyrand nunca tendrá la impresión de traicionar a su señor de turno; siempre se dirá estar al servicio de Francia, lo que le proporcionará una excusa para todas sus traiciones y compromisos. Su vida privada será tan sorprendente y ambigua como la política.

¿Cómo aparecen las guerras? Algunas son el resultado de un hecho concreto que, de pronto, inflama las pasiones; otras constituyen el último eslabón de un diabólico engranaje.

¿Qué hay de la guerra hispano-americana que tuvo lugar a fines del siglo pasado en Cuba y Filipinas? ¿Era una guerra teledirigida? ¿En ese caso, por quién? ¿Qué papel jugó en el asunto la prensa americana sensacionalista del grupo Hearst? ¿Se puede hablar de una guerra de liberación y emancipación?

En realidad todo comenzará el 15 de febrero de 1898 con la explosión del acorazado americano Maine en la rada de La Habana. ¿Provocación, sabotaje o simple accidente? Tal explosión será el punto final de una larga crisis y el de partida de un conflicto.

España, que tendrá que padecer dos impresionantes Trafalgar, preferirá al final «honra sin barcos que barcos sin honra». Esta guerra marcará el final de viejo imperio español y la toma de posesión, por parte de los norteamericanos, de Cuba y Filipinas.

¿Cómo murió Luis II de Baviera, apodado el rey loco? ¿Murió suicidado o, más bien, ahogado al intentar escapar de su residencia vigilada del castillo de Berg? ¿Era efectivamente loco, como han intentado probar sus enemigos? De hecho sus extravagancias y lo que se ha llamado las taras de su vida privada nunca le impidieron comportarse con clarividencia en la política. Además, este rey romántico y misógino participará concretamente en la grandiosa hazaña de su amigo Wagner. Sin embargo, los excesos de su carácter atormentado y su inadaptación hacen más misteriosa tanto su vida como su muerte.

BERNARD MICHAL

Traducción: S. Thomás

La escena es célebre. Data del 30 de septiembre de 1814. Cuantos jefes de Estado y de gobierno, ministros y plenipotenciarios, mariscales y hermosas mujeres cuentan en Europa, se encuentran en Viena para participar o, al menos, asistir a lo que debe ser la mayor reunión diplomática y mundana a la vez de todos los tiempos: el Congreso.

Una vez Napoleón vencido, expulsado y envilecido, se trata de repartirse los despojos de sus conquistas y construir el rompecabezas «Europa» con cuyas piezas, desde hace quince años, no ha cesado de dar patadas.

De hecho, para los cuatro «aliados», Prusia, Rusia, Austria e Inglaterra —hoy se llamarían los «cuatro grandes»— este Congreso de Viena no debe tener de congreso más que el nombre. El reparto está ya hecho, los papeles distribuidos... A uno, parte de Sajonia. A Inglaterra tal colonia, a Austria tal territorio. Aquí, se rectificará tal frontera; allí, tantos miles de hombres deberán cambiar de nacionalidad... ¿No se firmó ya en París un tratado, hace algunas semanas? Esta reunión de Viena debe únicamente ser la ocasión de consumar solemnemente lo concluido en París.

Los «cuatro» tienen un interés tanto mayor cuanto que su coalición es muy frágil. No ignoran que todo el edificio puede derrumbarse y que no hay aliado hoy que no se convierta en feroz enemigo mañana.

Ciertamente, habrá sesiones plenarias para dar la impresión de que todo el mundo ha sido consultado, que todos han podido dar su opinión, pero el verdadero trabajo debe hacerse entre bastidores, «entre ellos». Se trata de una paz a la cual, en d fondo, todos aspiran, a condición de obtener lo que desean o de una guerra a la que todos se han acostumbrado tanto que los pueblos ya no se asombran de que no termine nunca.

Para guardar las apariencias, Mettemich, plenipotenciario austríaco, y los otros tres aliados convocan en la Cancillería a los representantes de Francia, Talleyrand, y de España, señor de Labrador, para ponerles al corriente de lo que en principio se ha decidido. Debe tratarse de una reunión estrictamente privada.

Mettemich y sus compañeros de alianza no sospechan que no se «convoca» al señor de Talleyrand, que no se le pone ante el hecho consumado... Sin embargo, deberían conocerle bien, considerando el tiempo que llevan tratándole. Quizá, piensan, Francia, por fin derrotada, no tiene ya voz en el cabildo, y su representante no tiene ya armas para batirse.

En la semana que lleva en Viena, Talleyrand ha visto muchas cosas, oído otras, retenido muchas y, como es costumbre en él, hablado muy poco. Sabe que los príncipes de los Estados pequeños, todos a los que se les arregla su parte sin preguntarles siquiera, están decididos a no dejarse manejar. Ellos también han pagado caras las locuras napoleónicas. También ellos quieren su parte del pastel, o al menos, una compensación financiera.