Notas
[1] Más tarde será recompensado por su acción: en 1465 le nombran conde de Kent.
[2] Luis XI lo sacó de la cárcel para esa ocasión, contento de alejar así a un noble súbdito que podía ser peligroso.
[3] El veedor tenía a su cargo, fundamentalmente, velar por el aprovisiona¬miento.
[4] Liquídámbaro: planta balsámica usada en Farmacología.
[5] Se trata de la zarigüeya, Didelpbis Azarae.
[6] Ostión: especie de ostra, de mayor tamaño y algo más bastó.
[7] Pez acantoptcrigio, muy abundante en aquellos mares, y cuyas huevas son muy estimadas.
[8] Hero: yero, planta cuyos frutos son unas vainas parecidas a las habas.
[9] Hemos copiado literalmente esta pequeña aventura de los Naufragios de Cabeza de Vaca, para que el lector aprecie la narrativa de este conquistador, con¬siderado por la Academia de la Lengua como uno de sus inmortales. La conci¬sión y precisión del texto, así como la austeridad de estilo, anunciaban el ini¬cio de la novela realista.
[10] «Este mezquiquez es una fruta que cuando está en el árbol es muy amar¬ga, y es de la manera de algarrobas, y cómese con tierra, y con ella está dulce y bueno de comer. La manera que tienen con ella es ésta: que hacen un hoyo en el suelo, de la hondura que cada uno quiere, y después de echada la fruta en este hoyo, con un palo tan gordo como la pierna y de braza y media en largo, la muelen hasta muy molida: y demás que se le pega de la tierra del hoyo, traen otros puños y échanla en el hoyo y toman otro lado a moler, y después échanla en una vasija de manera de una espuerta, y échanle tanta agua que basta a cu¬brirla, de suerte que quede agua por cima, y el que la ha molido pruébala, y si
[11] Esta frota «la machacan entre unas piedras si aun así no se puede comer, de áspera y seca».
[12] Probablemente los expedicionarios se encontraban ya en tierras de Méjico, atravesando Chihuahua y Sonora. Los indios de los que ahora habla Cabeza de Vaca deben ser del grupo de los pueblos, cuyos habitantes cultivaban, en efecto, diversos productos. De una cultura sensiblemente superior a la del resto de los indígenas conocidos, practicaban diversos cultos religiosos, casi siempre con el mismo fin, el obtener lluvia para sus campos.
[13] En el descubrimiento de Nuevo Méjico, Estebanico sirvió de guía e intér¬prete a fray Marcos de Niza.
Varios Autores
LOS GRANDES ENIGMAS HISTÓRICOS DE ANTAÑO 18
La sangrienta guerra de las Dos Rosas
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Cabeza de Vaca, explorador a la fuerza
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La conquista de Tonkin
con la colaboración de:
Edmond Bergheaud
Enrique Centeno
Francis Mercury
Introducción
Durante treinta años sin tregua, intrigas y crímenes, batallas y combates singulares van a sucederse en Inglaterra. Será la sangrienta guerra de las Dos Rosas que, en la segunda mitad del siglo XV, enfrentó a dos poderosas familias del reino: los Lancáster y los York.
En aquel brutal conflicto se jugaba el trono de Inglaterra. De un lado estaban los partidarios de la rosa roja de los Lancáster; del otro, los de la rosa blanca de los York... Millares de víctimas, acompañadas por asesinatos en serie, jalonarán sus incidencias. Esa guerra civil y sin merced, nacida en Francia cuando la guerra de los Cien Años, alcanzará cimas de tragedia. Shakespeare relatará después los episodios más dramáticos.
He aquí la verdadera historia de la guerra de las Dos Rosas, y de la sucesión de los hijos de Eduardo.
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El año 1564 moría en la ciudad de Sevilla, a los sesenta y cinco años de edad, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Sus últimos días los vivió en el olvido de todos y con la tristeza de verse injustamente tratado.
Salido del puerto de Sanlúcar de Barrameda en la expedición que mandaba Panfilo de Narváez, fue el protagonista de la aventura más extraordinaria que ningún español viviera en el Nuevo Mundo.
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¿Se conquistó Tonkin sin que lo supiera Francia? ¿Qué papel jugaron los hombres de negocio, los banqueros y la Bolsa en esta aventura, origen de crisis ministeriales? ¿Qué pretendía Jules Feny cuando se refería al «superior deber de civilización» de las naciones europeas? La historia que nos ocupa es más compleja de lo que piensan los no informados cuando la concretizan en las luchas de Francis Gamier con los Pavillons— Noirs.
La sangrienta guerra de las Dos Rosas
Uno de los más sombríos episodios de la historia de Inglaterra; un período de treinta años (1455-1485) lleno | de furor y de escándalo, con reyes, condes y barones que más bien parecían fieras ávidas y crueles; un pueblo exangüe, agobiado por los trabajos y los sinsabores...
Todo eso es la guerra de las Dos Rosas, una guerra puesta bajo el símbolo de la más suave, también de la más misteriosa de las flores: la rosa roja de los Lancáster, la rosa blanca de los York... Dos de las más altas Casas de uno de los más poderosos reinos de Occidente, reñirán un duelo sin merced que dará como resultado el crepúsculo del sistema feudal.
Guerra tan singular, serie tan cruenta de combates, de crímenes y de intrigas, sólo en parte desarrolla sus comienzos en la propia Inglaterra: en lo esencial lo hace sobre suelo de Francia. Porque su origen —lejano pero cierto— brotó en la guerra de los Cien Años, y en ella se incubó la de las Dos Rosas.
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Ingleses y franceses guerrean desde 1337, movidos por una turbia cuestión dinástica. Cuando el rey de Francia Carlos IV (último de los Capetos de línea directa), muere sin heredero inmediato, la corona pasa a Felipe VI de Valois. Eduardo III de Inglaterra no tarda en exhibir su derecho a reinar en París, arguyendo que es hijo de Elisabeth, que a su vez era hija de Felipe IV el Hermoso.
Sin embargo, bajo su apariencia de hombre bonachón y pacífico, Felipe de Valois no era de los que se inclinan fácilmente ante pretensiones extranjeras. Por otra parte, también le animaban los señores feudales que, a través de sus propios privilegios y de modo casi inconsciente, descubrían un sentimiento muy nuevo: el nacionalismo.
Por último, Felipe de Valois sube al trono de Francia con el nombre de Felipe VI, y su primera medida consiste en desafiar al rey de los ingleses, cuyos proyectos se centran en uno fundamental: adueñarse de París.
El 12 de junio de 1346, Eduardo III de Inglaterra desembarca en tierras francesas al frente de un imponente ejército: quince mil hombres, arqueros en su mayor parte. Sin embargo, para financiar la expedición ha tenido que agobiar a los ingleses con nuevos impuestos. El pueblo murmura y se pregunta sobre la razón de aquella guerra con unos franceses que, en aquella época, apenas conoce. Pero los combates parecen ir por buen camino, y Caen es tomada en muy poco tiempo. Eduardo III, satisfecho, permite que sus tropas se entreguen al pillaje; y a todo lo largo del camino hacia París, ni la más pequeña aldea se libra de la devastación y del fuego.
Los ingleses incendian y pillan, pero no toman la capital francesa. Felipe VI ha podido reclutar bastantes hombres, no sólo para defender su ciudad sino también para pasar al ataque. Es muy probable que un poco de sangre fría le hubiese permitido destruir al ejército inglés, que se retiraba hacia el Somme.
Pero Felipe VI, espoleado por sus barones, quiere una victoria espectacular. Y puesto que los ingleses en retirada han decidido plantear batalla en Crécy, en Crécy lucharán.
Aquel es el mayor desastre que nunca sufrió un ejército de los reyes de Francia. El 26 de agosto de 1346, la flor de la caballería francesa sucumbe bajo las flechas de los arqueros ingleses. Froissart, el más grande cronista de la época, escribe:
«Nuevos escuadrones llenos de ardor caían a su vez bajo la granizada de flechas, y los jinetes eran muertos o despedidos por sus caballos encabritados... La confusión ya había tomado espantosas dimensiones cuando avanzaron los hombres de la infantería...»