En una mañana lluviosa de otoño de 1415, cerca de Calais, dos ejércitos se enfrentan en un terreno inundado. Por una parte, los ingleses, guiados por su rey, Enrique V; por la otra, los franceses, dirigidos por Juan II le Maingre, llamado Boucicaut, y por Carlos I de Albret.
Extenuados y con los pies totalmente hundidos en el barro, los hombres llevan observándose y midiéndose desde hace unas horas, separados solo por unos cientos de metros. Están a punto de iniciar una batalla que marcará para siempre la historia: la batalla de Azincourt.
Todos saben que la lucha será despiadada: los dos bandos son enemigos hereditarios. En efecto, desde hace ya varias décadas, Francia e Inglaterra se libran batalla tras batalla en el marco general de la guerra de los Cien Años, que surge por las pretensiones inglesas al trono de Francia.
Aunque las condiciones meteorológicas y la configuración del terreno no son favorables a los franceses, estos cuentan con la doble ventaja de estar en aplastante superioridad numérica y de enfrentarse a un ejército debilitado tras varias semanas de caminata y tras una epidemia de disentería.
Y, sin embargo, la operación pronto se inclina a favor de Enrique V. Los ingleses aniquilan a los franceses, que asisten a la masacre de sus caballeros más audaces. Esta matanza, ordenada por el soberano inglés, dejará una profunda huella, ya que se opone a todos los principios y valores primordiales de la caballería.
Contexto político y social
La guerra de los Cien Años
En el origen del conflicto: el caso de Aquitania
Las hostilidades entre los reinos de Francia y de Inglaterra no son nuevas; de hecho, tienen unas raíces profundas y persistentes. En efecto, las dos potencias ya se enfrentan entre 1159 y 1259 en un primer periodo de conflictos largo —que a veces se denomina «la primera guerra de los Cien Años»—. No obstante, cuando acaba, terminan por encontrar un terreno común y firman una paz que se conocerá como el Tratado de París.
Aunque este acuerdo permite apaciguar las relaciones durante varias décadas, lo cierto es que no pone fin a las tensiones, que se materializan rápidamente en torno a un territorio del suroeste de Francia: el ducado de Aquitania. Este lleva mucho tiempo ocupado por los ingleses y el Tratado de París les permite conservarlo, a condición de que el soberano inglés reconozca su estatus de vasallo del rey de Francia.
Sin embargo, desde hace un tiempo, los reyes de Francia han adoptado una política de centralización que se traduce por un incremento de sus intervenciones en los asuntos de los distintos condados y ducados del territorio. Aquitania no es una excepción y, por ello, los reyes ingleses se ven obligados a soportar la injerencia francesa, algo que resulta especialmente difícil teniendo en cuenta que los soberanos franceses abusan alegremente de su poder. Por consiguiente, independientemente del tipo de litigio que los oponga a los ingleses, los franceses no dudan en recordar las condiciones del Tratado de París, reduciendo a los reyes ingleses a su estatus de vasallos.
¿Sabías que…?
En 1137, Aquitania es un ducado vasto y prestigioso situado en el suroeste del reino de Francia. Sin embargo, ese año cae en manos de Alienor de Aquitania ( c . 1122-1204), que tiene por delante un fabuloso destino. En efecto, primero se casa con el rey de Francia, Luis VII (1120-1180) y es repudiada en 1152. Ese mismo año, se casa con Enrique II Plantagenet (1133-1189), conde de Anjou y duque de Normandía. Es un matrimonio afortunado para la duquesa, ya que, según parece, este último muestra ambición: en 1154 logra acceder al trono de Inglaterra y, de hecho, se posiciona como uno de los soberanos más importantes de su época. Así, tras haber sido reina de Francia, ahora lo es de Inglaterra. Con este golpe de fuerza, Aquitania también pasa por manos de los ingleses.
Retrato de Alienor de Aquitania.
La situación no termina de mejorar, ya que los soberanos franceses, preocupados por limitar la creciente influencia de los ingleses en el continente (algunos territorios, como Bretaña o Flandes, mantienen estrechos vínculos económicos con Inglaterra), llegan a confiscar el ducado de Aquitania en varias ocasiones. Y, aunque es restituido sistemáticamente, cada vez se ve más reducido, hasta que, al final, ya no es más que una escasa franja de tierra en la costa atlántica.
El pretexto: la sucesión de Carlos IV
En este marco de tensiones, en 1327, Eduardo III (1312-1377) accede al trono de Inglaterra. Sin embargo, al año siguiente, el rey de Francia, Carlos IV (1295-1328), fallece sin dejar descendiente varón. El joven soberano inglés (que solo tiene quince años) ve en ello una señal del destino, y con razón: es el heredero más directo en la línea de sucesión al trono de Francia. Y es que su madre, Isabel de Francia (1292-1358), es la hermana del difunto Carlos IV.
Retrato de Eduardo III.
Pero, obviamente, los franceses quieren impedir que un joven extranjero y, aún más, rey de Inglaterra, rija su reino, y es Felipe VI (1293-1350), conde de Valois y primo hermano del difunto rey, quien se impone. Entonces, Eduardo III se ve obligado no solo a aceptar su exclusión, sino, además, a rendir homenaje al nuevo soberano francés de la Guyana. No obstante, ahora cuenta con una excusa válida para entrar en conflicto abierto con Francia, aunque ciertos historiadores afirman que jamás consideró realmente su ascenso al trono.
¿Sabías que…?
Aunque Eduardo III es el heredero más directo del difunto rey, solo lo es gracias a su madre. Sin embargo, el sistema dinástico francés de la época no permitía a las mujeres la transmisión de poder, a diferencia del sistema inglés.
La declaración de guerra
A partir de ahí, a lo largo de los años 1330, el antagonismo alcanza su punto culminante. Eduardo III, basándose en el pretexto de la sucesión de Carlos IV que le permite legitimar su política beligerante, sueña con reinstaurar una Aquitania fuerte y vasta e, incluso, por qué no, añadirle algunos terrenos suplementarios en el continente. Con esta intención, inicia negociaciones diplomáticas con sus relaciones continentales y se alía con el Imperio germánico y con Flandes.