AA. VV. - El peso de la historia
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Mi única cita sería la observación de Rudge en The History Boys: «La historia no es más que una puta cosa tras otra». Pronunciada en primer lugar, creo, por sir Herbert Butterfield tal vez como «una maldita cosa tras otra», o como «una puñetera cosa tras otra».
Hay dos clases de hombres: quienes hacen la historia y quienes la padecen.
CAMILO JOSÉ CELA
La historia popular tiende a concentrarse en los grandes hombres de la historia y en sus acciones, descritos a menudo como héroes dignos de alabanza, que configuraron el desarrollo de su país o de su pueblo. Sin embargo, al poner de relieve a los grandes hombres que «hicieron» esa historia, solemos con frecuencia olvidar a los hombres y a las mujeres corrientes que la han padecido a lo largo del tiempo. Como historiador militar, me interesan particularmente las experiencias humanas en el campo de batalla. Hay quien dice que la historia militar es el estudio de los generales y de cómo ejercieron su mando. Ahora bien, una cosa es analizar las campañas militares de Napoléon, Alejandro de Macedonia o Gustavo Adolfo, y hacerse preguntas sobre su mandato. Y otra muy diferente es ahondar en las experiencias humanas que acompañaron a estos acontecimientos históricos. La historia debe tratar no solo de los grandes acontecimientos de una época, sino que debe analizar también cómo estos acontecimientos configuraron la vida mental y emocional de la gente que los vivió.
A mí no me basta comprender cómo evolucionaron las instituciones militares, qué motivó a los comandantes a tomar decisiones particulares, o cómo se desarrolló el curso de la batalla a lo largo de un día. Me interesa también saber cómo afectaron estas decisiones a los soldados rasos, cómo vivieron ellos los acontecimientos de aquel día, o qué les motivó a actuar del modo que lo hicieron. Por lo tanto, en mis escritos intento explicar qué guio a los famosos pontonniers de la Grande Armée que construyeron sobre las aguas heladas del Berezina los puentes a través de los cuales el ejército escapó a la furia de los rusos; o qué sintieron o experimentaron los soldados rasos mientras se mantenían a la espera en su vivaque la víspera de la batalla decisiva. Estos análisis microhistóricos son los que enriquecen la historia y nos permiten comprender mejor el pasado.
Los ejércitos no ganan guerras con unos pocos cuerpos de supersoldados, sino gracias a la calidad media de sus unidades regulares.
MARISCAL DE CAMPO SIR WILLIAM SLIM,
Defeat into Victory
Slim reflexionaba sobre el coste de las operaciones de Chindit en Birmania, para las que se habían tomado a muchos de los mejores hombres de las unidades regulares, y advertía contra la adopción de una tendencia similar en el futuro, aunque reconocía la necesidad de unas fuerzas especiales.
El éxito del ejército británico a lo largo de los años ha radicado en solo esta máxima: que lo que cuenta es la alta calidad de las «unidades regulares», sobre todo la infantería. No obstante la actuación de las fuerzas aerotransportadas de élite en Arnhem y en las Malvinas, una y otra vez han sido los regimientos regulares, en ocasiones incluso los más «anticuados», los que han logrado esas hazañas bélicas que en tan alta consideración tienen el resto de los ejércitos.
No había nada de «élite» en los Glosters, el regimiento Gloucester, por ejemplo, en el río Imjin en Corea; ni tampoco en el Suffolk, en Malasia, que mató a más insurgentes que cualquier otro regimiento; ni tampoco en el regimiento real Príncipe de Gales en Irak, cuyos recursos y valor le hicieron merecedor de tantas medallas, entre ellas la Cruz Victoria. El ejército británico, en sus 350 años de existencia ininterrumpida, y gracias a las acciones de sus regimientos individuales, no ha dejado de elevar el listón de la «calidad media». Y es por esta razón por la que podemos decir a veces que, hoy en día, es más poderoso de lo que parece.
No me leas historia, porque sé que no puede ser cierta.
SIR ROBERT WALPOLE
Sir Robert Walpole fue el primero de los primeros ministros de Gran Bretaña y, a día de hoy, sigue siendo el que más tiempo permaneció en el cargo. Durante los veintiún años en los que ejerció el poder se mantuvo firme en su política de paz en el extranjero y de bajos impuestos en el interior del reino. Sin embargo, sus métodos la valieron muchos enemigos, y pocos se lamentaron cuando se retiró en el año 1742 con el título de conde y una de las mejores colecciones de arte de toda Europa. (Ambas se perdieron en tres generaciones). El comentario de Walpole sobre la historia era la respuesta a la pregunta que le hizo su hijo con relación a qué libro debía leer en voz alta. Deja al descubierto el dilema fundamental del historiador. Walpole no estaba afirmando que la historia es todo mentira, sino que se estaba limitando a afirmar que mucho de lo que realmente influye en la política se desarrolla entre bambalinas. Sabía que las explicaciones oficiales de las decisiones o de los momentos de gran trascendencia solían disimular una realidad mucho más serpentina. Los pequeños dramas y las bajas emociones, tales como la vanidad, la venganza o la codicia, solían tener un papel igual de importante en la designación de ministros del gobierno que cualquiera de los mecanismos formales de la política. Una generación más tarde, Georgiana, duquesa de Devonshire, comentaba que «en muy pocas ocasiones se conocen los resortes secretos de los acontecimientos, pero cuando se dan a conocer, suelen ser entonces especialmente instructivos y divertidos». Este es por lo tanto el reto al que se enfrenta el historiador: descubrir estos «resortes secretos» para que los hechos y la verdad sean uno y lo mismo.
¡La historia es la constancia que queda de ideas que han saltado por los aires!
ALMIRANTE SIR JOHN FISHER
Entre 1899 y 1902, Fisher, más tarde lord Fisher de Kilverstone, fue comandante en jefe de la flota británica del Mediterráneo. Esta frase, una típica bravata ostentosa, la dijo lord Fisher en una conferencia pronunciada ante un grupo de oficiales superiores bajo su mando. Después, pasó a desarrollar el tema de su disertación: las condiciones de la guerra naval moderna, con buques acorazados, minas y torpedos, habían modificado sustancialmente la naturaleza de la guerra, y, dadas estas circunstancias, él sería el intelecto que dirigiría cualquier campaña o batalla.
A decir verdad, el propósito de Fisher era menos evidente. Durante el tiempo que ocupó este mando, mantuvo un enfrentamiento con el Almirantazgo a causa del tamaño de su flota. Los argumentos del Almirantazgo, desarrollados y defendidos sobre todo por el contraalmirante Reginald Custance, director de los servicios de inteligencia naval, se fundamentaban en ejemplos históricos de la época de Nelson. En consecuencia, esta cita de Fisher, lejos de ser una crítica de la historia, o de Nelson, tenía el objetivo de desacreditar la utilización del pasado que hacía Custance. Fisher, que idolatraba a Nelson, le sacaría más partido al valor de la historia en la formación de los oficiales en activo que cualquier otro comandante de la Royal Navy y jefe del Estado Mayor naval.
Sir Julian Corbett, el más grande de los historiadores navales, trabajó en estrecha colaboración con Fisher, en servicio o en la reserva, durante más de una década, formando oficiales superiores y trabajando en el desarrollo de una estrategia nacional a través de la investigación histórica. El punto de vista de Fisher era claro: cualquier historia utilizada para atacar sus políticas era, por supuesto, «la constancia que queda de ideas que han saltado por los aires», pero cualquier ejemplo que eligiera tenía un gran peso.
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