Carlos Alberto Montaner
El presidente
Manual para electores y elegidos
El príncipe en el tiempo de las urnas
Debate
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Para mis amigos deRELIAL, la Red Liberal de América Latina, queluchan pacífica e incansablemente para que la libertad, la democracia y la prosperidad arraiguen definitivamente en nuestro continente.
CAM
Hace más de 500 años, en circunstancias totalmente diferentes, Maquiavelo redactó El príncipe para describir la conducta que debía tener la autoridad con el objeto de sujetar el poder. Este libro va dirigido a los presidentes y, muy especialmente, a quienes deben elegirlos. Está concebido para una época, la nuestra, en la que prevalece la democracia liberal y en la que convencer es mucho más importante que vencer.
El tiempo de las urnas
Si observa con cierto detenimiento, notará que este libro, El presidente, lleva un subtítulo: Manual para electores y elegidos. Es un libro breve, como lo fue El príncipe de Maquiavelo, aunque ambicioso. Es El príncipe en el tiempo de las urnas, cuando los ciudadanos son los verdaderos soberanos y la autoridad asciende desde la voluntad popular y legitima el ejercicio del poder.
Está dirigido a los presidentes, pero de su lectura se desprenden algunas lecciones acaso muy útiles para los votantes. En realidad, ése es nuestro objetivo: iluminar las características de la democracia liberal para que la selección de los servidores públicos contribuya a un mejor destino para todos.
La primera parte (Presidentes) es una reflexión sobre las características que debe tener esa peculiar criatura a la que entregamos la responsabilidad de dirigir los destinos del país y una descripción de cómo son y cómo funcionan los Estados más prósperos y felices del planeta.
La segunda parte (Cómo se llega a la presidencia) es una incursión en la técnica electoral. Para escribirla pedí ayuda a varios expertos en ganar comicios y les di extensamente la palabra. Ellos son los que saben. En nuestros días, para llegar al poder no sólo hace falta un buen candidato y un buen mensaje. Se requiere también organización, encuestadores y cuidar la imagen. La sustancia es importante, pero también, en gran medida, poder llegar al corazón del elector.
La tercera parte (Cómo se es un buen presidente) está llena de consejos, sugerencias y observaciones, desde cómo y por qué elegir a los miembros del gabinete hasta lecciones elementales de economía política. También incluye una advertencia contra los enemigos permanentes del buen gobierno: la corrupción y las supersticiones marxistas y populistas. Asimismo, contiene un breve capítulo sobre las inevitables crisis, para el cual pedí consejo a otro experto citado extensamente. En nuestros tiempos existen los especialistas en conflictos y hay que darles la palabra. El libro termina con un análisis de las ventajas y desventajas de la reelección. Creo que los inconvenientes son mucho mayores. Cuando lo lea encontrará por qué.
Les quedo muy agradecido a los especialistas en asuntos electorales Mario Elgarresta, Joaquín Pérez Rodríguez, Rosa Soto y Paola Ramos —una nieta muy querida— por sus contribuciones al capítulo sobre la técnica electoral. Gracias a ellos se comprenderá mucho mejor el peso de las encuestas, de la organización de los partidos, de la importancia de la imagen y de la compleja estructura de una campaña. También al ex embajador Julio Ligorría, experto en la solución de conflictos, una necesaria especialidad sin duda muy útil para todo aquel que acceda al poder. Los problemas son inevitables.
Por último, va también mi gratitud a Lillian Moro, quien tuvo la cortesía de leer el manuscrito con ojo crítico en busca de errores y gazapos. Algunos encontró y eliminó con su habitual profesionalismo. Sin embargo, ella no es responsable de las opiniones vertidas en el libro. Ésas, especialmente las desacertadas, me corresponden por entero.
I
Presidentes
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Príncipes y presidentes
E L PRÍNCIPE
La imagen que nos queda de Nicolás Maquiavelo es un retrato de Santi di Tito, pintado algunos años después de la muerte del escritor, ocurrida en 1527. Probablemente Di Tito lo copió de un original que se ha perdido, en el que se ve, de medio cuerpo, a un señor delgado, de cabeza pequeña, cabellos cortos y sonrisa irónica, con rasgos insignificantes, como de roedor, enfundado en un peto negro y una holgada camisa rojiza.
En 1513, este florentino culto y discreto, versado en lenguas clásicas, escribió El príncipe. Estaba preso por orden de los Medici, aunque les dedicó la obra (quizá lo hizo por eso). Había sido un diplomático notable en aquellos turbulentos años de batallas entre las diferentes ciudades y “repúblicas” italianas. Le tocó perder y lo apresaron y torturaron. Lo soltaron y lo volvieron a encarcelar permitiéndole, finalmente, una especie de laxo arresto domiciliario.
Nada de rasgarse las vestiduras ante estos hechos: era la práctica habitual de la época. No obstante, Maquiavelo, aunque estaba entre rejas o encerrado en una casa, tuvo la suficiente presencia de ánimo para escribir un breve tratado sobre las cualidades y conductas que debía adoptar el mandamás para ser eficaz y conservar el poder frente a los enemigos y peligros que inevitablemente lo acechaban.
No dice qué modelos de gobernante admira, pero todo parece indicar que se trataba de César Borgia o de Fernando II de Aragón, viudo —lo era cuando se escribió el libro— de Isabel I, reina de Castilla. El papa había designado al matrimonio como los “reyes católicos” por la más pueril de las razones: al de Francia lo hacía llamar “rey cristiano”. Era una cuestión de celos entre los monarcas o de la habilidad de Roma para las relaciones públicas.
Maquiavelo murió sin haber visto su libro publicado y sin imaginarse que la obra lo catapultaría a los primeros planos de la teoría política universal. Mucho menos podría haber intuido que su nombre pasaría a ser sinónimo de cinismo y ausencia de principios, cuando se limitó a describir, con una gran dosis de realismo, lo que eran las relaciones de poder en su tiempo y en su fragmentado mundillo italiano.
En todo caso, para Maquiavelo las enseñanzas de El príncipe eran la mayor cantidad de moral que admitía su época turbulenta. Hasta su muerte a los 58 años estuvo discretamente dedicado a escribir comedias y ensayos históricos, quizá arrepentido de sus incursiones en la política. Su obra más famosa fue publicada póstumamente en 1532. Desde entonces no ha dejado de reimprimirse periódicamente en una docena de idiomas europeos.
E L PRESIDENTE
Lo interesante es que esa consagración de la autoridad medieval, prolongada y terminada en el Renacimiento, fundada casi siempre en el linaje heredado, algo que no cuestiona Maquiavelo, pocas décadas más tarde comenzó a desintegrarse con la aparición de las ideas de la Ilustración y su creciente entronización en la imaginación política colectiva.