I. Introducción
El lema que tenemos este año como Rama, es un lema que debiera marcarnos profundamente: “ Familias del Padre, en el espíritu del 20 de Enero, impulsemos la gran misión de Santiago”. Por primera vez, nos estamos abocando, conscientemente, como Rama, a asimilar el 20 de Enero e incorporarnos a él. Por cierto, siempre ha estado presente entre nosotros; pero, al menos como Familia, hasta ahora, no nos habíamos abocado a una profundización sistemática del 20 de Enero. El padre lo deseaba. Ya en 1955, en un escrito suyo, manifestaba ese anhelo, al que nosotros todavía no habíamos respondido como ahora lo estamos haciendo.
Nos invitaba a subir el monte del 20 de Enero, en el sentido de la Inscriptio, para, desde esa altura, vivir más intensamente nuestra misión del 31 de Mayo. Decía que nosotros, por la profundización del 20 de Enero, tendríamos la perspectiva, la gracia y la fuerza para cumplir la gran misión de nuestro Santuario Cenáculo, el Santuario del 31 de Mayo, del cual somos hijos.
Estas son sus palabras:
“Si yo tuviera ahora, ante mí, a nuestros chilenos, o pudiera escribirles lo que pienso, les repetiría una consigna de la primera época de la Familia. Dice así: ¡Adelante! ¡Hacia arriba! ¡Nunca hacia atrás! ¡Adelante, a conquistar nuevas tierras para nuestra Familia y la Misión del 31 de Mayo! ¡Hacia la cumbre, que comienza en el 20 de Enero de l942! ¡No retroceder jamás: Ni de la cruzada de conquista ni de la ascensión! Por ahora tenemos que considerar la ascensión como lo más importante. No sólo porque los años de maduración así lo exigen, sino también, porque todos los demás medios para ganar la batalla, sin el ascenso a la montaña de la Inscriptio, no conducen hasta la meta. En esto no debemos nunca olvidar que el monte de la Inscriptio es un calvario hacia cuya cumbre el Crucificado atrae a sus predilectos, hasta su cruz y hasta la cercanía más estrecha de su corazón. Así lo han experimentado todos aquellos que han hecho la Inscriptio y que se esfuerzan seriamente por vivirla seriamente”.
Por lo que he podido percibir, ya el año pasado se ha analizado bastante la primera parte del lema: “Familias del Padre”. Pienso que la tercera parte también está asumida. Por lo menos es más fácil saber de qué se trata: queremos impulsar la vida de la Iglesia, queremos ser alma de la Iglesia de Santiago. Y esta Iglesia está empeñada en la Nueva Evangelización. Nuestro Arzobispo nos ha llamado a una misión en Santiago y nosotros queremos estar presentes en ella como Rama de Matrimonios y como Familia de Schoenstatt.
Pero queremos estar presentes con un espíritu y sello propios. No se trata sólo de participar activamente, de apoyar con nuestro trabajo la misión evangelizadora. Ciertamente queremos trabajar, apoyar –en las parroquias, en los colegios y donde se nos necesite– pero queremos hacerlo con un sello determinado. Tenemos que dar lo que hemos recibido de Dios. Y eso que recibimos de Dios se condensa en esta fecha: 20 de Enero de l942. El 20 de Enero con todo su entorno, lo que implica un tiempo de gracias y un proceso de vida.
Al iniciar nuestras reflexiones, quisiera mencionar primero dos cosas. Algo que es, sin duda, muy conocido de ustedes, pero que es bueno recordar:
Vivir Schoenstatt es vivir su historia
Vivimos Schoenstatt al vivir su historia. Schoenstatt no es una ideología, no es un conjunto de normas morales o actitudes que debamos simplemente cultivar. Tampoco consiste en cumplir una serie de prácticas religiosas. Schoenstatt es una historia sagrada. Somos una Iglesia en pequeño y la Iglesia también es historia sagrada. Ser cristiano, ser miembro de la Iglesia, implica asumir y vivir una historia.
Ser cristiano no significa sólo aceptar el Credo y cumplir los mandamientos, o realizar una serie de prácticas. Es mucho, muchísimo más que eso. El centro de nuestra vida cristiana, la Eucaristía, consiste en revivir y sumergirnos en una realidad histórica. En el hecho histórico de la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. Acabamos de celebrar ese hecho histórico en Semana Santa. Celebramos acontecimientos históricos de la vida de Cristo, tal como acostumbramos celebrar también, por ejemplo, el hecho histórico de su nacimiento, en Navidad, el 25 de diciembre. Son acontecimientos vitales y esenciales de la vida de Cristo.
También revivimos, al celebrar Pentecostés, el momento histórico en que el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles reunidos en oración con María. Ése fue un hecho histórico: el Espíritu Santo bajó sobre María, sobre los apóstoles, los transformó y los envió. Ese acontecimiento histórico se revive, afirma nuestro padre, cada vez que entramos a nuestro Santuario Cenáculo. No sólo se recuerda, sino que se vuelve a hacer actual. Ahora bien, la intensidad y eficacia con que se actualice depende de nuestra disposición de alma, de nuestra voluntad de sumergirnos y adentrarnos en ese acontecimiento histórico.
Entonces, ser cristianos significa adentrarse en la vida del Cristo histórico. No sólo recordar hechos pasados, por más importantes que éstos hayan sido. Adentrarse en ellos significa revivirlos, revivenciarlos, reactualizarlos. Decimos que la Eucaristía es el Memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Memorial es una palabra especial; no quiere decir sólo “recuerdo”, “repetición”. Va más allá. La palabra Memorial expresa el proceso de adentrarse, de asumir, de reactualizar, ahora y en forma sacramental, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, para vivir con él y en él ese misterio: “Haced esto en memoria mía”, dice el sacerdote en las palabras de la consagración. Hacemos memoria reviviendo su ofrenda en nuestras circunstancias y en un momento histórico concreto: proyectamos ese misterio a nuestro tiempo.
Somos cristianos, por lo tanto, en la medida en que nos incorporamos a una historia sagrada y salvífica.
En los últimos años de su vida, sobre todo desde su regreso a Schoenstatt, durante los años 1965 hasta 1968, nuestro padre repetía una y otra vez: tenemos que sumergirnos en nuestra historia sagrada para beber en ella, como en una fuente, la vida y las gracias que irrumpieron en los acontecimientos cumbres de nuestra historia sagrada. Así podremos enfrentar fecundamente la problemática del tiempo actual y responder a los desafíos que Dios nos plantea ahora.
Un cristianismo atemporal, ahistórico, no es cristianismo. Es colección de normas, de ideas; una ideología, un sistema, una moral, pero no vida de fe. Muchos pueden tener una moral determinada, o una ideología. Nosotros, la Iglesia, tenemos una historia sagrada. De modo semejante, también Schoenstatt es historia sagrada. “Nuestras” fechas no son simplemente algo accidental, sino algo esencial. Por lo mismo, la vida de Schoenstatt implica la reactualización de la historia sagrada de su fundador. Lo que el padre vivió con la Familia, en los momentos cumbres de Schoenstatt, en los hitos de nuestra historia, queremos revivirlo ahora, reactualizarlo en nuestros hogares, en el matrimonio y en nuestra Familia.
Un nuevo tipo de espiritualidad
Ésa es la primera observación. En ese espíritu nos acercamos al 20 de Enero y a todo lo que este acontecimiento implica.
Una segunda observación se refiere a, cómo se vive Schoenstatt y, en general, al tipo de espiritualidad cristiana. A veces se entiende la vida cristiana o schoenstattiana, como un conjunto de virtudes que deben encarnarse. Por ejemplo: ser schoenstattiano implica ser mariano, y ser mariano a su vez implica la actitud de servicio, respeto y cultivo de la interioridad; ser schoenstattiano nos pide visitar el Santuario, tener un Horario Espiritual, etc. Es decir, existe una imagen ideal del schoenstattiano que, luego, hay que tratar de hacerla vida y ser consecuente con ese ideal. Si ser schoenstattiano significa hacer tal o cual cosa, entonces tengo que esforzarme por asumir esa actitud, por conformar mi vida con ese ideal. Y para hacerlo, Schoenstatt me ofrece ciertos medios ascéticos: el Examen Particular, el Ideal Personal, etc.