utilizar en la implantación del Reino de su Hijo en nuestro medio.
1. La espiritualidad del instrumento
E n los temas anteriores nos hemos referido a nuestra vocación apostólica y a nuestra participación en la triple función de Cristo: profética, sacerdotal y pastoral.
Como instrumento, en manos de María
El camino más apto para vivir plenamente el carácter apostólico que nos confiere el bautismo consiste, para nosotros, en ponernos instrumentalmente en manos de María. El schoen-stattiano es por excelencia un instrumento mariano en cuanto busca asemejarse a María en todo. Pero es también, y esto reviste peculiar importancia, un instrumento de María: pertenencia y posesión suya, para que ella nos pueda utilizar en la implantación del Reino de su Hijo en nuestro medio.
La Alianza de Amor que sellamos con María en el Santuario nos une estrechamente a María en una íntima comunidad de corazones, de bienes y de tarea. Nuestro amor a María no se reduce al cultivo del amor personal a ella. Más bien, a partir de ese amor nos proyecta en una tarea y nos mueve a asumir el desafío evangelizador.
El P. Kentenich profundiza esta dimensión de la Alianza de Amor en la Piedad Instrumental mariana o Espiritualidad del Instrumento. En ella desarrolla las diversas actitudes que caracterizan al instrumento de María, a saber:
1. Desapego total
2. Vinculación total
3. Espíritu de conquista
4. Carácter de parusía
5. Seguridad y libertad interior
6. Fecundidad
En los temas que siguen iremos analizando cada una de las diversas facetas del instrumento mariano. Ahora nos limitaremos a dar una visión global de cada una de ellas.
2. Características del instrumento de María
L a primera característica, el desapego total, se refiere al hecho básico de que el instrumento no debe ser obstáculo para la acción de Dios. Por eso, para facilitarla debe desasirse de todo lo que lo separe de Dios.
La segunda característica es el apego o vinculación total al Señor y a María. Toda la actividad y eficacia del instrumento mariano dependen esencialmente de su unión a María y, a través de ella, a Cristo.
La tercera cualidad es el incansable espíritu de conquista que anima al instrumento. Sabe que los operarios son pocos y que el Señor lo necesita. Por eso, trabaja sin tregua en su viña.
La cuarta característica apunta a nuestra calidad como instrumentos. Si estamos unidos a María y ella actúa por medio de nosotros, entonces necesariamente habremos de transparentar su imagen . Pero también es necesario luchar conscientemente por asemejarse a ella, ya que el peso del pecado original y de nuestras infidelidades opaca en nosotros su imagen.
En quinto lugar, el P. Kentenich nombra la seguridad y libertad interior que debe poseer el auténtico instrumento mariano. Sabe que está en buenas manos, por eso está seguro y posee la libertad interior propia de los hijos de Dios, que no se afanan angustiosamente ni dependen de los poderes de este mundo .
Por último, en sexto lugar, el P. Kentenich menciona otra característica del instrumento, una rica fecundidad. Sus frutos tienen que ser abundantes y duraderos, puesto que son producto de su acción elevada por la gracia.
Está seguro
y posee
la libertad
interior
propia
de los hijos
de Dios.
3. Una marcada coloración mariana
É stas son las características del instrumento en general. Por ser nuestra espiritualidad marcadamente mariana, cada una de las características del instrumento adquiere una peculiar coloración mariana. La actitud instrumental brota de alguien que ha unido toda su vida a María en la Alianza de Amor sellada con ella en el Santuario. El apóstol schoensta-ttiano es, por eso, un instrumento de María. Como dijimos anteriormente, es mariano no sólo por las actitudes que encarna, sino porque se considera pertenencia y propiedad de María. María es para él su dueña, su madre y educadora, su reina y señora. El schoenstattiano se entrega por entero a María, consciente del papel que Dios le ha asignado a ella en el plan de la redención como Compañera y Colaboradora permanente de Cristo.
Reconocemos el señorío de María
No sólo nos encomendamos a María, sino que le damos pleno poder sobre nuestras vidas, para que pueda realizar a través de nosotros la misión que el Señor le confió. Reconocemos su señorío, su poder, su bondad, su sabiduría y su misericordia, como Madre de la Iglesia y Medianera de todas las gracias. Nos confiamos plenamente en sus manos porque todo en ella nos conduce a Cristo y al compromiso con su Reino.
Para ser instrumentos del Señor
Su poder, su bondad y su sabiduría vienen del Señor. Si él ha colmado a María de modo eximio con sus gracias, es para que nosotros, en ella y por ella, podamos conocerlo, amarlo y servirlo mejor. Nada asegura más nuestro carácter de apóstoles e instrumentos del Señor como la dependencia y entrega instrumental a María.
Despojarnos de lo que no es mariano
De ahí que –como lo hemos señalado– cada una de las características del instrumento posea el sello mariano. Si practicamos el espíritu de sacrificio y la renuncia, es para despojarnos de todo lo que no es mariano en nosotros y en nada obstaculizar la acción del Señor y nuestra total disponibilidad respecto a él. Si hablamos de unión total, pensamos en una unión total a María, como camino, expresión y garantía de nuestra unión al Señor. Cuanto mayor sea nuestra unión a ella, mayor será nuestra unión a Cristo y nuestra disposición de hijos a cumplir la voluntad de Dios Padre.
El espíritu de conquista apostólico está igualmente relacionado por nuestra pertenencia instrumental a María. Ella nos impulsa al compromiso, nos lleva a visitar al hombre de nuestro tiempo tal como ella visitó a su prima Isabel. Ella continúa diciéndonos, como a los siervos en Caná: “Haced lo que él os diga” , confiada en que el Señor transformará nuestra agua en vino.
Protegidos por su poder maternal
Si el instrumento es todo de María, entonces no puede sino reflejar su imagen y ser una verdadera manifestación suya para el tiempo actual. Si nos asemejamos a ella, es señal de que Cristo vive en nosotros y en nosotros recorre nuestro tiempo. De María también recibimos la paz y libertad interior. Quien se ha entregado a ella sabe que “un siervo suyo nunca perecerá”, porque se halla cobijado y protegido en su poder maternal. Como un niño pequeño, confía ciegamente en su poder y en su bondad. Unido a ella, se siente anclado en Dios y cimentado sobre roca. Puede así sentirse libre y gozar de esa “despreocupación de quien sabe que juega el partido de Dios”.