Caminos de Aleg r ía
Caminos de alegría
P. Rafael Fernández de A.
Editoras:
Elena Ariztía F.
Adriana Domínguez S.
Nº Inscripción: 225.029
ISBN: 978-956-246-708-7
eISBN: 978-956-246-717-9
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Ilustraciones
Alejandro Ortíz
alejandrovisual@gmail.com
P. Rafael Fernández de A.
Con inmensa gratitud,
a la querida Margarita Navarrete M.,
dedicamos este libro,
el último que ella diagramó
antes que Dios la llamara,
sorpresiva e inesperadamente,
a su Casa paterna.
Introducción
La dificultad de transmitir hoy la fe
La transmisión de la fe constituye hoy uno de los mayores desafíos que enfrentan la Iglesia y las familias cristianas. Nos encontramos desvalidos e impotentes para contrarrestar el creciente proceso de secularización, debilitamiento y pérdida de la fe, que cada día se hace sentir con mayor fuerza y que amenaza con arrebatar el don de la fe a nuestros hijos.
H ace ya decenios dejamos atrás el tiempo en que los católicos podíamos confiar que nuestros hijos mantendrían la misma convicción que heredamos de nuestros abuelos. La fe, que en los decenios pasados se transmitía por costumbre de padres a hijos, se encontraba protegida por el ambiente de cristiandad que reinaba. El prestigio de la Iglesia y las costumbres hacían que ésta no fuera mayormente cuestionada.
Hoy todo es diferente. Nuestros hijos crecen en un mundo pluralista, donde ser católico y pertenecer a la Iglesia no juega un papel relevante. Se convive con agnósticos y creyentes de los más variados credos, con ateos y con católicos que dicen creer en Dios pero no en la Iglesia, o que sustentan sin mayor problema posiciones diversas a las que propone el magisterio. Vivimos en un mundo fuertemente marcado por el pluralismo, por el relativismo moral y la tolerancia, entendida como una posición donde no hay cabida para un orden objetivo o para verdades de carácter absoluto, menos todavía a una verdad revelada.
La realidad actual de la Iglesia se ha visto empañada por diversos escándalos que han debilitado su prestigio y autoridad. Adicionalmente, las estadísticas nos muestran una gran cantidad de divorcios y de hijos nacidos fuera del matrimonio.
Todo esto nos obliga a repensar seriamente nuestro modo de transmitir la fe. La cristiandad desapareció del horizonte cultural. El cristianismo por tradición hoy tiene muy poca vigencia. El estilo de vida, las costumbres y la mentalidad reinante son cualquier cosa menos un caldo de cultivo de la fe. En medio de esta realidad cultural, la Iglesia no sólo ha perdido miembros numéricamente sino, lo que es más grave, ha disminuido la solidez y el dinamismo de la fe en sus fieles, de modo que éstos no son capaces de enfrentar un ambiente fuertemente secularizado y materialista y de impregnar la cultura con los valores evangélicos.
Se ha buscado nuevos métodos de evangelización. Se ha dinamizado la catequesis. Pero pareciera que los esfuerzos realizados no son suficientes, que la corriente contraria es más vigorosa y atrayente para una juventud preocupada de superarse profesionalmente, de gozar la vida, de “ser libre”, sin tener que dar cuenta a nadie ni sentirse obligado por prácticas religiosas o determinadas normas morales.
La Iglesia se encuentra así ante un escenario difícil. Ha hecho grandes esfuerzos por revitalizar la fe, motivando un compromiso más consecuente con Cristo Jesús. En el Documento de Aparecida, los obispos de América Latina y el Caribe han hecho un vigoroso llamado a ser de verdad discípulos misioneros de Cristo. Han convocado a realizar una “misión continental”, precisamente para encender nuestra fe y hacernos decididos pregoneros de la Buena Nueva.
El éxito de esta empresa depende del don de Dios: la fe siempre es un regalo. Pero también de nosotros: de cuán profundamente estemos injertados en Cristo. Depende del modo en que entreguemos y transmitamos la fe. Es decir, de la pedagogía de la fe que apliquemos. Si antes se enseñaba el catecismo a través de preguntas y respuestas, hoy hacer lo mismo sería impensable. Por ello, a partir del siglo XX y, específicamente, del Concilio Vaticano II, se busca otros métodos de evangelización, considerando la psicología del hombre actual y, especialmente, de la juventud a la cual queremos transmitir la fe.
La voz del magisterio de la Iglesia
Pareciera que aún no son suficientes todos los esfuerzos que hemos hecho. Los resultados no son especialmente halagadores. La Iglesia pierde terreno. En Europa lo ha perdido en forma trágica: pensemos en este sentido en España, país católico y misionero por excelencia al cual Latinoamérica tanto debe. Hoy ya no es más la España católica de antaño. Algo semejante habría que decir de Italia, Alemania, Francia, etc. países que no sólo vivían sino que “exportaban” la fe.
¿Qué sucederá con el continente señalado por los últimos Papas y el magisterio como “continente de la esperanza” para la Iglesia universal? ¿Bastará con reforzar los métodos aplicados hasta ahora? ¿Será suficiente con pedir un mayor compromiso apostólico y misionero? ¿Podremos detener el avance de las sectas y el proceso de descristianización que vivimos?
La familia, cuna de la fe
La Iglesia, a partir de Juan Pablo II, proclama que la pastoral familiar constituye una prioridad.
El futuro de la humanidad se fragua en la familia, donde la vida de fe se expresa y se nutre.
Estas reflexiones nos han conducido a revalorar la familia como “cuna de la fe” y, por otra parte, nos han hecho repensar la transmisión de la fe, considerando especialmente la preparación del terreno en el cual esparcimos la semilla de la Buena Nueva. Pareciera que ha llegado la hora de mirar más directamente a la familia como la originaria cuna de la fe.
La Iglesia, a partir de Juan Pablo II, destaca cada vez con mayor fuerza la importancia de la familia. Proclama que la pastoral familiar constituye hoy una “prioridad” dentro de la acción evangelizadora. Benedicto XVI, siguiendo la línea de Juan Pablo II, insiste en que el futuro de la humanidad se fragua en la familia. “ Las familias, afirma, ocupan el primer lugar del corazón de la misión evangelizadora de la Iglesia, pues es en la vida de la familia donde, en primera instancia, nuestra vida de fe se expresa y nutre”.
El Documento de Aparecida del CELAM, reitera esta visión. Los obispos de Latinoamérica y del Caribe abogan por auténticos discípulos y misioneros de Cristo para que nuestros pueblos tengan vida en él.
Un nuevo foco evangelizador
En el ámbito eclesial hoy existe una preocupación central por “el evangelio de la familia” (Juan Pablo II). Se la ha defendido en los foros nacionales e internacionales. La Iglesia se ha jugado por la vida que engendran los padres y por la fidelidad de los esposos, haciendo frente a corrientes divorcistas y antivida.
Pareciera que ha llegado el momento de acentuar también que la familia cristiana debe asumir decididamente el papel que le corresponde como cuna de la fe. La problemática que enfrentamos exige ir más allá del cultivo de prácticas religiosas en el hogar (que siempre se deberán dar) o de la necesidad de transmitir la doctrina cristiana a los hijos.
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