Santidad Matrimonial
Santidad Matrimonial
Formas y Grados del Amor Conyugal
P. Rafael Fernández de A.
© Editorial Nueva Patris S.A.
José Manuel Infante 132, Providencia
Fono/Fax: 235 8674 - 235 1343
Santiago, Chile.
E-mail:
Sitio Web: http://www.patris.cl
Número de Inscripción: 90.875
a edición: Septiembre, 1994 - 2 a edición: Junio, 1995
a edición: Junio, 1997 - 4 a edición: Marzo, 2001
a edición: Marzo, 2003 - 6 a edición: Abril, 005
a edición: Noviembre 2007 - 8 a edición: Agosto 2010
a edición: Abril 2011
ISBN: 978-956-246-338-6
Ilustración portada: Chagall, detalle de «Enamorados y flores».
Presentación
Esta séptima edición del libro “Santidad matrimonial”, del P. Rafael Fernández de A., responde al gran interés que han despertado las ediciones anteriores en amplios círculos.
Su contenido corresponde a un retiro realizado en Abril de 1994, en Santiago, junto al Santuario de Schoenstatt en Bellavista, organizado por la Rama de Familias del Movimiento de Schoenstatt. En esa oportunidad, el autor desarrolló cuatro charlas, en dos días de retiro. Posteriormente, el mismo retiro se repitió para otros grupos. Sus planteamientos sobre la vida conyugal se basan en el pensamiento del P. Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt.
En lo esencial, se optó por mantener la estructura primitiva de las charlas, conservando las características del tono coloquial, salvo ciertas modificaciones formales a que obliga el lenguaje escrito.
A fin de facilitar su lectura a un círculo más amplio de lectores, se introdujeron algunas citas aclaratorias de términos característicos de la espiritualidad de Schoenstatt.
El libro tiene un interés considerable ya que implica un replanteo del sentido profundo del amor conyugal, enfocado aquí con criterios muy distintos a los que suelen primar en el mundo actual.
La acabada comprensión del tema abre nuevas perspectivas a los matrimonios que aspiran a la «sanación» del vínculo matrimonial. En un mundo donde el matrimonio ha sido tan gravemente lesionado, indudablemente esto no es de pequeña importancia.
Editorial Nueva Patris
I
Introducción
Hemos invocado al Espíritu Santo rezando:
¡Ven, Espíritu Santo!
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos
el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu, Señor,
y renovarás la faz de la tierra.
Lo invocamos para que renueve la juventud de nuestro amor conyugal. Éstos quieren ser días de encuentro con nosotros mismos, de encuentro como matrimonio con el Señor y con nuestra Madre y Reina.
El tema de nuestro retiro será la santidad matrimonial.
1. El llamado a la santidad matrimonial
En el último tiempo, el Dios de la vida nos ha venido haciendo reiterados llamados a la santidad.
Es un llamado que el lema de nuestra Rama recoge al formular su anhelo: Familias santas para Chile.
Por otra parte, la beatificación y luego la canonización de Teresa de Los Andes marcaron un hito en este sentido y hoy, con la canonización del Padre Alberto Hurtado , se confirma este llamado: Dios quiere que la santidad florezca en la Iglesia chilena. Sin embargo, el llamado a la santidad no puede restringirse a la santidad sacerdotal, como es el caso del Padre Hurtado, o a la santidad en la vida religiosa, como para Teresa de Los Andes. También la santidad laical tiene que florecer en nuestra Iglesia y, más específicamente, una santidad matrimonial.
La Iglesia ya destacó el papel que cabe a los laicos en el mundo: su vocación a la santidad. El Concilio Vaticano II lo señaló claramente al afirmar que todos estamos llamados a la santidad (ver LG 41) , pero no solamente los religiosos que han elegido el «estado de perfección», sino también los laicos. Ellos están llamados a la santidad por el bautismo y su santidad debe iluminar las realidades temporales.
En el ámbito de esta santidad laical quisiéramos subrayar la santidad matrimonial o conyugal.
En el contexto de la Nueva Evangelización, proclamada por Juan Pablo II, hoy se hace particularmente urgente, para el matrimonio, el llamado a la santidad. Más todavía si se considera la situación de crisis de la familia y las fuertes corrientes divorcistas que están en boga. No se cree en la fidelidad, existe poca claridad respecto a la familia y al matrimonio y se carece de una real voluntad de compromiso.
Por todas partes se discute sobre la ley del divorcio. Estamos defendiendo los últimos bastiones antes de que se produzca el derrumbe: la fidelidad conyugal contra el divorcio, la vida contra el aborto y los medios artificiales de procreación, etc. En estas consideraciones, nuestro propósito en primer lugar es trabajar afirmando y cultivando positivamente la santidad del matrimonio y de la familia. Creemos que ésta es la respuesta más eficaz que podemos dar a los signos de los tiempos. Si luchamos sólo contra las desviaciones existentes o nos contentamos con la mera claridad doctrinal y la precisión de las normas morales, nos engañamos. Por cierto debemos tener claridad al respecto, pero ello no basta.
Estamos conscientes que no es posible detener las corrientes de disolución sólo con una ley determinada. Lo que más nos interesa es responder a la corriente divorcista y de disolución familiar con una corriente de santidad matrimonial.
El matrimonio cristiano, sellado por el sacramento, implica una vocación a la santidad. Leeré un pasaje del P. Kentenich (en este retiro citaré a menudo pasajes de una serie de pláticas suyas inéditas, dadas a matrimonios en Milwaukee, en 1961) en el que llama la atención al respecto:
Se afirma que personas casadas no pueden ser santas y grandes. Y, si hay excepciones, entonces existe el sentimiento de que él o ella se hizo santo no «porque», sino «a pesar de» ser casado. Es la creencia de muchos: a pesar de estar casados. En general tenemos el sentir –como lo experimentan los cristianos– que como personas casadas somos seres de segunda clase.
Es decir, habría diferentes estratos en la Iglesia: la jerarquía, los religiosos y los laicos. Y, según esos estratos, los laicos serían de «tercera clase». Ante esto, el Padre Kentenich reacciona decididamente:
Debemos luchar por una santidad laical y matrimonial con sus propias leyes.
Es decir, así como el sacerdote debe esforzarse por lograr la santidad con sus propias leyes, nosotros debemos hacerlo con las nuestras. Pero, para que sea así, es preciso descubrir nuestro camino original de santidad matrimonial. El camino de la santidad monacal ya existe desde hace siglos: toda una inmensa galería de santos lo ejemplifica, ya que hay una innumerable cantidad de santos que ha vivido su santidad en el convento, como religiosos, como monjas, etc.
Pero, ¿dónde están los santos laicos y, más específicamente, los matrimonios santos? Tenemos algunos: Tomás Moro, un gran laico, un político santo; san Luis, rey de Francia... Pero son pocos, y matrimonios canonizados tenemos menos aún. Ultimamente, el Papa Juan Pablo II quiso que el proceso de beatificación de los papás de Teresita de Lisieux no se condujera por separado, sino como matrimonio, precisamente por este anhelo de mostrar matrimonios santos al mundo actual.
Continúa el P. Kentenich:
Debemos luchar por una santidad laical y matrimonial con sus propias leyes. No sólo como familia, sino también como matrimonio, debemos luchar por esta santidad, con todo lo que se nos permite como matrimonio. Es decir, también el acto sexual matrimonial es básico. Se trata de cómo asumo yo todo esto para ser santo. ¿O acaso para llegar a ser santo debo renunciar a todos mis deseos sexuales y a lo que se relaciona con ellos? ¿Acaso todo esto es sólo una concesión a mi debilidad o se trata de algo que yo utilizo y debo utilizar para llegar a ser verdaderamente santo? De esto se desprende un sinnúmero de preguntas prácticas. (Plática del 23.01.1961)