E n cada persona se dan épocas de gran tensión y de paralizante cansancio, situaciones éstas que no pueden solucionarse en el momento. En tales circunstancias, se puede proceder de manera semejante a la de los principiantes en la vida espiritual: se elige un texto de oración fijo y habitual, como el Padrenuestro, el Credo, el Angelus o el Via Crucis, o se toma un libro de meditación y se va pasando serenamente de frase en frase, de párrafo en párrafo. Al hacerlo, uno puede plantearse, a modo de estímulo, las tres siguientes preguntas:
¿Qué me dice Dios a través de esta verdad?
¿Qué me digo a mí mismo? ¿Cómo he visto y vivido esta verdad hasta ahora?
¿Qué le digo a Dios?
Aquí, el alma podrá adentrarse, de manera serena, no compulsiva, en la respuesta de los correspondientes afectos. (P.K.)
L o que sigue no está pensado para una simple lectura del texto, lo cual podría llegar a atosigarnos. Se trata de mostrar, en forma concreta, cómo puede desarrollarse una meditación. Son ejercicios de meditación. Su objetivo es presentar caminos para que podamos ir nosotros mismos desarrollando y perfeccionando nuestra capacidad de meditar.
En el Acta de Prefundación de Schoenstatt, el P. Kentenich se refiere a la autoformación. Como orientación para su puesta en práctica, dice a los jóvenes: “A caminar se aprende caminando”. Podemos aplicar el mismo principio en nuestro caso: “A meditar se aprende meditando”. Es decir, haciendo ejercicios y prácticas de meditación. Y eso es lo que ahora nos proponemos.
Iniciaremos este camino practicando primero la meditación a partir de un texto, de preferencia, un texto bíblico. Luego nos abocaremos más específicamente a la práctica de la meditación de la vida.
1. Ejercicios de meditación
a partir de un texto
1.1. En general
Proponemos comenzar los ejercicios prácticos de meditación valiéndonos para ello de determinados textos. Esto ayuda a la concentración, que tanto cuesta lograr al inicio, pues se supone que aún no hemos adquirido el hábito de la meditación. Lograrlo toma tiempo. Por eso, no nos apuremos en ir quemando etapas. Lo que importa en esto no es la cantidad, sino la calidad. Poco a poco, lentamente, iremos percibiendo un avance.
Los ejemplos de meditación que aquí aducimos son eso, sólo ejemplos. No pretenden ser una norma, sino simplemente dar una idea concreta de cómo podría desarrollarse una meditación. Aconsejamos seguir al comienzo, en forma más estricta, las tres preguntas propuestas. En los ejemplos, por razones obvias, la respuesta a la tercera pregunta es la menos extensa. Precisamente se trata en ella de que aflore lo que el Espíritu Santo ponga en el corazón de cada uno.
Una última observación: la meditación puede tener como interlocutor cualquiera de las personas del mundo sobrenatural: la Trinidad, el Padre, Cristo, el Espíritu Santo, María e, incluso, algún santo al cual estemos particularmente ligados. Esto depende de la conducción del Espíritu Santo en nuestra alma.
• Una verdad que es asumida por el corazón
Escogemos, primero, textos bíblicos, porque en ellos Dios sale al encuentro a través de su Palabra viva. En ella nos habla. Se dirige a nosotros en forma personal.
Si acogemos con fe su palabra, el Espíritu Santo nos la hace llegar al corazón como un mensaje de Dios. No nos transmite sólo una verdad objetiva, “supratemporal”. Siempre es nueva, porque está dirigida a cada uno en particular. Es nueva también porque el Señor nos la dirige en una situación concreta, aquí y ahora, en las circunstancias que personalmente estamos viviendo. Muchas personas pueden leer esa misma palabra, pero con ella Dios nos comunica a cada uno algo particular. A través de esa palabra, él quiere entrar en comunicación de amor personal conmigo.
Como en toda meditación, el acento no está puesto en la reflexión doctrinal o en el análisis del texto. Por cierto es importante captar la verdad que nos transmite, pero lo que trata de hacer la meditación es acoger esa verdad vitalmente, “internalizarla” afectivamente, que la apliquemos a nuestra vida, a nuestra persona, a nuestra realidad, como un mensaje del amor personal de Dios.
Dicho simplemente: la verdad tiene que descender de la cabeza hasta el corazón. Luego, después de la meditación, tiene que pasar también a mis manos, debe plasmar la vida. Así se cierra el proceso verdad-amor-vida.
La oración antes del Evangelio de la Misa del Instrumento en el libro de oraciones Hacia el Padre, lo expresa así:
(La palabra de Dios)
es martillo que destroza
lo que en el camino estorba,
lo que nos detiene en la senda hacia Dios
y perturba y disminuye nuestro amor;
es semilla que arraiga
si cae en buen terreno;
que trae fruto centuplicado
si penetra hondo en los corazones.
Padre, purifica nuestras almas,
haz que escuchen la Palabra
y realicen dócilmente
todo lo que entonan en nosotros sus sones.
Haz que la conservemos en nuestros corazones
como lo hiciera nuestra Reina de Schoenstatt,
en quien penetró cual rocío del cielo
y que así esperemos las bodas eternas.
Y alegres la llevaremos al mundo,
que asombrado retendrá el aliento
y encontrará para siempre
la paz de Dios que anunciaran los ángeles. Amén. (HP 55-59)
• Elección de un texto apropiado
Elegimos, entonces, un texto bíblico determinado. No debe ser extenso. Podría bastar una frase. Como dijimos, no nos parece conveniente coger un párrafo al azar. Más adecuado es tomar alguno de los cuatro evangelios o alguna de las cartas de los apóstoles, o bien valernos de las lecturas del ciclo correspondiente al tiempo litúrgico, o contar con una selección de textos previamente preparada.
Podemos, por ejemplo, leer el evangelio de san Juan y marcar los párrafos, frases o imágenes que más nos llegan. De esta forma ya tenemos “materia” para varias meditaciones.
Elegido el texto, encontrándonos en el lugar y tiempo adecuados, y habiendo invocado al Espíritu Santo, comenzamos nuestra meditación, valiéndonos de las tres preguntas ya mencionadas.
QUE EL SABER SE TORNE EN VIDA
D ebemos procurar que nuestro saber se torne en vida. ¡Dicho más exactamente, que nuestro saber se torne en amor! Por supuesto, esto presupone, en primer término, que poseo un saber religioso. En segundo término, presupone que procuro que todo aquello que sé, encuentre su resonancia en el amor. Esta es, una y otra vez, la gran diferencia entre meditar, contemplar y estudiar. No obstante, siempre debe haber algún tipo de estudio. ¡Debo incorporar un mundo en mi interior! El mundo que está en los libros, o bien, aquello que Dios me ha dicho, por ejemplo, a través de la Sagrada Escritura. (P.K.)
1.2. Textos tomados de la Biblia
• Primer texto
Recordemos lo que se dijo respecto al inicio de la meditación: nos encontramos en el lugar, tiempo y ambiente adecuados. Después de hacer silencio en nuestra alma e invocar al Espíritu Santo, tomamos el texto y lo leemos pausadamente, una o más veces. Tratamos entonces de comprenderlo e imaginar la situación que describe.
Supongamos que hemos elegido el siguiente pasaje del Evangelio de san Mateo: