Stefano Mayorca
EL AURA
EDITORIAL DE VECCHI
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ISBN: 978-1-68325-382-2
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Aurum
Destellos reflejos
en el resol.
Astillas de oro
en el infinito luminoso
que lleva a la mirada
el hálito vital,
el Numen inteligente
que se aloja en el hombre.
Reflejos del aura,
humano resplandor
que oculta el cíclico devenir.
El aurum hermético.
S. M. 1997
Índice
Introducción
Según la mayor parte de las tradiciones mágico-esotéricas, todos y cada uno de los seres vivos posee una especie de doble etérico, como una vaina de energía que irradia su mismo cuerpo: los ocultistas de la escuela teosófica de principios del siglo XX se ocuparon de este tema por extenso, así como los seguidores de la teoría de la fisiología sutil y, más en general y con enfoques diversos, casi todos los teóricos de la New Age , los cuales confieren a esta vaina el sugerente nombre de aura . El término, que proviene del griego ( αὔρα ), ha conservado en nuestra lengua el significado original de brisa, soplo de viento, perfume; se trata, pues, de una emanación perceptible por los sentidos aunque, al mismo tiempo, invisible. Claro está que visible para los clarividentes, quienes —al parecer— no sólo logran verla, sino que además deducen, por su aspecto y colores, aspectos importantes sobre la salud física, mental y afectiva de aquella persona a la que pertenece.
La idea, más bien antigua, de una envoltura sutil que envuelve todos los cuerpos materiales no puede separarse de otra, aún más universal, de un espíritu que anima el cosmos entero, conocido por la tradición mágica universal como Spiritus Mundi (Espíritu del Mundo). Acaso fue esta concepción la que inspiró al médico y curandero francés Franz Anton Mesmer (1734-1815), la teoría del magnetismo animal sobre la que basó sus estudios posteriores acerca del aura. En 1779 publicó su obra fundamental Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal , que suscitó una gran controversia y una oposición cerrada en los ambientes científicos oficiales. Puede resultar útil releer algunas de las páginas que escribiera este excéntrico masón del siglo XVIII a la luz de los resultados obtenidos por la psicoterapia y la bioenergética, así como los estudios del psicoanalista Wilhelm Reich (1897-1957) y todo aquello que ha podido comprobarse a través de la acupuntura y la pranoterapia (curación por la respiración):
Existe una influencia mutua entre los cuerpos celestes, la Tierra y los cuerpos animados. Un fluido que se difunde por doquier de manera uniforme, hasta el punto de no dejar nada vacío, cuya sutileza no admite comparación y que, a causa de su naturaleza, es susceptible de recibir, propagar y comunicar todas las impresiones del movimiento [...] Esta acción recíproca está sometida a unas leyes mecánicas desconocidas hasta hoy [...] El cuerpo animal acusa los efectos alternos de este agente, que se manifiesta de modo inmediato gracias a la leve estimulación de la sustancia de los nervios [...] La propiedad del cuerpo animal que lo hace susceptible a la influencia de los cuerpos celestes y de la acción recíproca de aquellos que lo rodean, que ilustra su analogía con los imanes, me ha inducido a llamarla magnetismo animal. Este conocimiento pondrá al médico en disposición de evaluar en las mejores condiciones el estado de salud de un individuo, así como de preservarlo de las enfermedades a las que está expuesto. De esta forma, el arte de la cu ración alcanza su máximo grado de perfección.
En efecto, Mesmer aplicó sus teorías acerca del magnetismo animal en la práctica terapéutica, obteniendo ciertos resultados esperanzadores. Sin embargo, nunca logró convencer en el ambiente médico de su época, muy receloso al respecto.
Medio siglo después, el químico austriaco Karl Reichenbach (1788-1869) acometió su investigación en el mismo sentido, y con idéntico espíritu emprendedor. Así, en 1845 este autor sostuvo la omnipresencia de una energía vital y luminosa, a la cual llamaba OD , que envolvería todos los cuerpos existentes. El magnetismo mesmeriano no sería más que una de las posibles expresiones de esta energía vital.
Muchos otros autores, después de Mesmer y Reichenbach, han tratado de demostrar científicamente la existencia de un fluido vital inserto tanto en lo universal como en lo particular. Entre ellos, quizás el más célebre sea el ruso Sernion Davidovich Kirlian, un especialista en electricidad que en 1939 construyó un aparato —conocido por tal motivo con el nombre de cámara Kirlian — con el que, al parecer, se podía fotografiar unas radiaciones luminosas emitidas por los cuerpos, tanto orgánicos como inorgánicos. No obstante, y a despecho de su popularidad, el efecto Kirlian ha sido sometido a grandes críticas por parte de los denominados círculos académicos , en base a consideraciones de carácter estrictamente electromagnético, que descartan las deducidas de la física sutil que suponen los experimentos realizados con la cámara Kirlian.
En este orden de cosas, las aportaciones de la investigación parapsicológica podrían resultar fundamentales, tanto para la verificación de la existencia de las luminosidades postuladas por Reichenbach y otros estudiosos calificados de heréticos (las cuales, todo hay que decirlo, fueron defendidas durante milenios por los seguidores de la fisiología oculta, occidentales y orientales), como para desvelar los mecanismos bioenergéticos que permitirían percibir el aura a un número muy elevado de sensitivos, generalmente a través de la vista.
El problema puede estudiarse en clave puramente parapsicológica, pero también esotérica, como a menudo sugieren, con cierto énfasis, los informes de los sensitivos. A pesar de limitarnos al papel de est udiosos y divulgadores, tendre mos que examinar con atención estos informes, y transmitirlos al lector, con la esperanza de dar algún día con la clave que permita interpretarlos.
Los pioneros en definir conceptualmente el aura en cuanto tal y en clasi ficar sus diversos componentes en un esquema dotado de coherencia, aun cuando indemostrable, fueron —como se dijo anteriormente— los seguidores de la escuela más extendida de pensamiento esotérico del siglo XX : la Sociedad Teosófica. A decir verdad, su fundadora, la condesa rusa Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), al abordar la cuestión de los cuerpos sutiles eludió entrar en detalles: se limitó a revelar cómo mantenían conexiones con los estados de la conciencia, aunque no profundizó en el aspecto —que sin embargo admitía— de las estructuras bio-energéticas codificables anatómicamente.
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