AA. VV. - Qué hacemos por una muerte digna
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QUÉ HACEMOS para conseguir que la lucha
POR UNA vida digna incluya la exigencia de una
MUERTE DIGNA.
Los derechos y libertades humanos no estarán culminados mientras no incluyan el derecho a una muerte digna y la libertad de ser dueños de nuestro morir, tener capacidad para tomar las decisiones relativas al final de nuestra vida. Hoy la muerte sigue siendo un tema tabú en nuestras sociedades, la eutanasia una palabra maldita, y las leyes siguen marcadas por una moral conservadora en la que la religión —la católica en el caso de España— sigue dominando. Incluso en los derechos ya reconocidos, su ejercicio no está exento de polémicas y coacciones, tanto a quienes quieren ejercerlos como al personal médico. Algunos casos individuales de personas que han luchado hasta su último suspiro por el derecho a morir con dignidad y la libertad de elegir su final, mantienen vivo un debate que debemos afrontar sin miedo, sin prejuicios, sin servidumbres morales o religiosas.
AA. VV.
ePub r1.2
emiferro 30.10.15
Título original: Qué hacemos por una muerte digna
Luis Montes, Fernando Marín, Fernando Pedrós y Fernando Soler, 2012
Retoque de cubierta: emiferro
Editor digital: emiferro
ePub base r1.2
LUIS MONTES MIEZA. Natural de Salamanca, es Licenciado de Medicina y especialista en anestesia y reanimación. Ha sido director médico del Hospital La Paz de Madrid, Jefe del Servicio de Reanimación del Hospital Severo Ochoa de Madrid, y coordinador del Servicio de Urgencias de ese mismo centro. Es presidente de la Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente (AFDMD).
FERNANDO MARÍN OLALLA. Médico experto en cuidados paliativos y trabaja en la asociación ENCASA. Es presidente de Derecho a Morir Dignamente Madrid.
FERNANDO PEDRÓS. Periodista y filósofo; ha trabajado en diversos medios de comunicación y en la universidad. Ha formado parte del Laboratorio de Ideas de la Fundación Alternativas.
FERNANDO SOLER. Médico del aparato digestivo y trabaja en el Hospital Severo Ochoa de Leganés. Tras el caso de las sedaciones en dicho hospital, entró a formar parte de Derecho a Morir Dignamente Madrid.
[1]http://www.eutanasia.ws/hemeroteca/encuestaocudic00.pdf.
[2] C. Caballero, Revista de la AFDMD, octubre 2009, pp. 30-33 , disponible en la web: http://issuu.com/afdmd/docs/boletin53.
[3] Puede consultarse en http://www.eutanasia.ws/testamento_vital.html.
[4]
«A mi lado tengo un vaso con cianuro»
Texto íntegro del testamento de Ramón Sampedro:
Señores jueces, autoridades políticas y religiosas:
«Después de las imágenes que acaban de ver, a una persona cuidando de un cuerpo atrofiado y deformado —el mío— yo les pregunto: ¿Qué significa para ustedes la dignidad? Sea cual sea la respuesta de vuestras conciencias, para mí la dignidad no es esto. ¡Esto no es vivir dignamente!
Yo igual que algunos jueces y la mayoría de las personas que aman la vida y la libertad, pienso que vivir es un derecho, no una obligación. Sin embargo he sido obligado a soportar esta penosa situación durante veintinueve años, cuatro meses y algunos días.
¡Me niego a continuar haciéndolo por más tiempo!
Aquellos de vosotros que os preguntéis: ¿Por qué morirme ahora —y de este modo— si es igual de ilegal que hace veintinueve años?
Entre otras razones, porque hace veintinueve años la libertad que hoy demando no cabía en la ley. Hoy sí. Y es por tanto vuestra desidia la que me obliga a hacer lo que estoy haciendo.
I
Van a cumplirse cinco años que —en mi demanda judicial— les hice la siguiente pregunta: ¿debe ser castigada la persona que ayude en mi eutanasia?
Según la Constitución española —y sin ser un experto en temas jurídicos— categóricamente NO.
Pero el Tribunal competente —es decir, el Constitucional— se niega a responder. Los políticos —legisladores— responden indirectamente haciendo una chapuza jurídica en la reforma del Código Penal. Y los religiosos dan gracias a Dios por que así sea.
Esto no es autoridad ética o moral. Esto es chulería política, paternalismo intolerante y fanatismo religioso.
II
Yo acudí a la justicia con el fin de que mis actos no tuviesen consecuencias penales para nadie. Llevo esperando cinco años. Y como tanta desidia me parece una burla he decidido poner fín a todo esto de la forma que considero más digna, humana y racional.
Como pueden ver, a mi lado tengo un vaso de agua conteniendo una dosis de cianuro de potásico. Cuando lo beba habré renunciado —voluntariamente— a la propiedad más legítima y privada que poseo; es decir, mi cuerpo. También me habré liberado de una humillante esclavitud —la tetraplejia—.
A este acto de libertad —con ayuda— la llaman ustedes cooperación en un suicidio —o suicidio asistido—.
Sin embargo yo lo considero ayuda necesaria —y humana— para ser dueño y soberano de lo único que el ser humano puede llamar realmente «Mío», es decir el cuerpo y lo que con él es —o está— la vida y su conciencia.
III
Pueden ustedes castigar a ese prójimo que me ha amado y fue coherente con ese amor, es decir, amándome como a sí mismo. Claro que para ello tuvo que vencer el terror psicológico a vuestra venganza —ese es todo su delito—. Además de aceptar el deber moral de hacer lo que debe, es decir, lo que menos le interesa y más le duele.
Sí, pueden castigar, pero ustedes saben que es una simple venganza —legal pero no legítima— ustedes saben que es una injusticia, ya que no les cabe la menor duda de que el único responsable de mis actos soy yo, y solamente yo.
Pero, si a pesar de mis razones deciden ejemplarizar con el castigo atemorizador, yo les aconsejo —y ruego— que hagan lo justo: córtenle al cooperador/ra los brazos y las piernas porque eso fue lo que de su persona he necesitado. La conciencia fue mía. Por tanto, míos han sido el acto y la intención de los hechos.
IIII
Sres. Jueces, negar la propiedad privada de nuestro propio ser es la más grande de las mentiras culturales. Para una cultura que sacraliza la propiedad privada de las cosas —entre ellas la tierra y el agua— es una aberración negar la propiedad más privada de todas, nuestra Patria y Reino personal. Nuestro cuerpo, vida y conciencia. —Nuestro Universo—».
Señores Jueces, Autoridades Políticas y Religiosas:
No es que mi conciencia se halle atrapada en la deformidad de mi cuerpo atrofiado e insensible, sino en la deformidad, atrofia e insensibilidad de vuestra conciencias».
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