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PRÓLOGO
E n la historia de la pedagogía son muy pocos los nombres femeninos que se recuerdan. Quizá el más importante sea el de Maria Montessori, autora y creadora de un método de enseñanza revolucionario que cambió en gran medida la forma como se trabajaba con los niños en la educación preescolar y primaria. Nacida en la provincia de Ancona, en Italia, en 1870, su amplia y larga trayectoria profesional resulta difícil de sintetizar. Médica, científica, antropóloga, feminista, educadora, pacifista, viajera. Maria Montessori se atrevió a encarnar todos estos roles en un tiempo en el que la mujer era definida como el ángel del hogar. Podríamos decir, si vamos un poco más lejos, que se atrevió a brillar. Hoy en día, su método pedagógico sigue tan vigente como al principio y puede decirse sin miedo a exagerar que Montessori es la mujer italiana más famosa de la historia.
Forjarse un camino en un mundo trazado por y para los hombres le hizo destacar desde niña y a lo largo de toda su vida. Su deseo de estudiar Medicina venció a la oposición no solo de su padre, sino de las propias autoridades de la Universidad de Roma. Hay que tener en cuenta que en aquellos años de finales del siglo xix, el acceso de las mujeres a la enseñanza superior continuaba siendo algo extraño y reservado a unas pocas valientes. Su objetivo, el acicate que la empujaba a oponerse a los convencionalismos de la época y a seguir adelante enfrentando los obstáculos, era uno solo: servir con todas sus fuerzas y capacidades a la humanidad. En ella, se aunaban unas características intelectuales y morales que no siempre se dan conjuntamente ni aun en los seres humanos más excepcionales: coraje y caridad; inteligencia y amor por el prójimo; espíritu de lucha y un sentido estricto de la justicia y la bondad.
Fue así, gracias a su tenacidad y animada por este impulso altruista, como se convirtió en una de las primeras mujeres médico de Italia. A la luz del presente, cuando por lo menos en el mundo occidental las mujeres hemos alcanzado cierto grado de paridad respecto a los hombres, quizá este logro resulte algo menos notorio. Pero es importante situarse en aquel contexto histórico en particular para comprender cuánta fortaleza y confianza en sí misma necesitó Maria para desoír las órdenes del sentido común que la instaban a seguir el camino allanado por sus precursoras: tantas otras mujeres obligadas a abandonar sus sueños o, peor aún, a ni tan siquiera atreverse a soñar con un destino propio.
Su incursión en campos específicamente relegados a hombres moldeó, por lo tanto, sus primeros años. Maria, por una de esas ironías de la vida, rechazaba vehementemente la idea de convertirse en maestra, única salida profesional para las mujeres. Pero bien pronto, las condiciones paupérrimas en las que se encontraban los niños a los que veía en sus visitas hospitalarias le hicieron dar un giro de 180 grados a su carrera. El contacto con estas criaturas despertó en la joven médica la preocupación por la educación, materia en la que comenzó a formarse convencida de que el tratamiento médico y físico era insuficiente para que avanzaran en su desarrollo.
Maria Montessori no estaba de acuerdo con las técnicas de enseñanza rígidas, con frecuencia crueles, que se usaban en Europa. Creía que el niño no debía ser modelado, dirigido y mucho menos castigado, sino que debía adquirir los conocimientos progresivamente, con libertad, de manera respetuosa con su propio desarrollo. Ideó entonces un método visionario en el campo de la pedagogía, basado en el desarrollo de la creatividad, la autonomía didáctica del alumno y el aprendizaje significativo. Estos conceptos, que en el siglo xxi forman parte del actual sistema educativo de muchos países, eran completamente novedosos en aquel entonces. Se oponían, de hecho, al formato y funcionamiento de las escuelas, donde los niños pasaban largas horas sentados en pupitres dispuestos en fila atendiendo a un profesor.
Así pues, por su espíritu reformista y crítico, Maria Montessori rompió los moldes de la mujer de su época y también la imagen que se tenía de los niños, a los que en aquel entonces se veía pero rara vez se escuchaba. Gracias a su inteligencia, a su sensibilidad y a su enorme talento, fue capaz de considerar el alma infantil de una forma global que nadie había logrado ver antes. A esto cabría sumar otro logro, acaso el más importante: aunque en el presente muchas de las escuelas Montessori se presenten como una alternativa donde los alumnos principalmente desarrollarán una gran capacidad creativa, la razón principal por la que la dottoressa, tal como la llamaban sus seguidores, elaboró su método fue para acabar con un mundo en guerra y por el establecimiento de la paz. Este es, tal vez, el punto esencial de su pensamiento y el más desconocido también. Ella, que vivió las dos guerras mudiales y también se vio afectada por la guerra civil española, volcó todas sus energías en divulgar la importancia de trabajar para un futuro en paz desde la educación.
Sus ideas, como fogonazos de luz esclarecedora, llevaron la esperanza a los países europeos. Grupos y asociaciones políticas acudieron a ella para comprender de qué modo los niños y su educación podían conducir a un futuro más halagüeño. Maria, a su vez, volcó su atención hacia un horizonte mayor. Podemos decir que su vida, por lo tanto, fue un camino de búsqueda hacia verdades cada vez más grandes y globales sobre el ser humano. La educación, en sus manos, pasó de ser un método a una filosofía sobre la reestructuración de la sociedad y sobre la paz. De este modo, puede decirse que la verdadera meta de Maria Montessori no fue facilitar el aprendizaje de las matemáticas a través de materiales manipulativos, y tampoco conseguir que los niños aprendieran a leer y escribir por sí solos con un método que respetara sus ritmos y necesidades. Todo eso formaba parte de su propósito, es cierto, pero el objetivo principal, la base sobre la que se asentó todo lo demás, fue su intención de convertir la educación en un instrumento para evitar conflictos y alcanzar la paz duradera.
Hoy, Maria Montessori ocupa un lugar primordial dentro de la educación. Su método se ha replicado en todo el mundo en miles de escuelas que llevan su nombre, y sus libros han sido traducidos a más de veintidós idiomas. Pero, como hemos visto, su obra no puede limitarse a la pedagogía o al trabajo con los niños. En realidad, se trata de una filosofía de vida, un modo de entender el mundo y a cada individuo con sus pares. Maria Montessori fue una mujer excepcional que causó una verdadera revolución en la manera de percibir a los seres humanos y sus propias potencialidades. El suyo es, por lo tanto, un mensaje optimista y a la vez de lucha. En el turbulento presente, su legado puede suscribirse a aquellas famosas palabras del gran activista social Martin Luther King: «Aun sabiendo que el mundo puede desaparecer mañana, igual plantaremos el manzano».