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Felipe Martínez Marzoa - La teoría marxista y la lucha sindical

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Felipe Martínez Marzoa La teoría marxista y la lucha sindical

La teoría marxista y la lucha sindical: resumen, descripción y anotación

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Luz

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I

La reflexión que vamos a exponer tiene un carácter teórico general, pero ha sido provocada por un desarrollo coyuntural muy concreto, que es el del movimiento sindical en España desde los últimos años del franquismo hasta el momento (octubre de 1979) en que estas líneas se escriben. Por eso conviene anteponer, aunque sólo sea brevísimamente, una indicación de los aspectos de ese proceso que han suscitado la reflexión teórica a presentar aquí. Bien entendido que más adelante, en el curso del ensayo, volveremos aún sobre el problema coyuntural, una vez hechas las mínimas consideraciones teóricas precisas.

Se trata de la emergencia de un movimiento obrero organizado y de masas a partir de la situación de la dictadura. Nos interesa citar en qué modo ese fenómeno empezó a producirse dentro de la propia dictadura y en qué medida hay una continuidad entre, por una parte, aquel movimiento, ilegal, pero que va desbordando poco a poco la clandestinidad, y, por la otra parte, el actual panorama sindical.

El movimiento de clase organizado y relativamente masivo, ligado a las luchas obreras cotidianas, que emergía en los últimos años del franquismo y que era entonces en buena medida identificable con las CCOO, no podía ser un movimiento típicamente sindical, un sindicato en el sentido «tradicional» del término, por varias razones.

Es cierto que en otras ocasiones históricas ha habido sindicatos de masas en situación de ilegalidad y de ausencia de libertades. Pero fue así en la medida en que la permisividad era mayor, ya fuese porque ello respondía a las apuestas políticas realizadas desde el poder o simplemente porque los medios de control policial eran menos eficaces.

La existencia de una organización de masas con todas las características de una afiliación formal (incluidos unos derechos y deberes definidos para los afiliados) requiere la posibilidad de moverse a la luz pública con no demasiadas restricciones.

Además, y no es sino otra cara de lo mismo, el problema político de las libertades cívicas se presentaba en aquel momento con un carácter elemental, primario y perentorio. En cada caso concreto, antes de llegar a articular cualquier lucha propiamente sindical, se encontraba uno con que, para ello, tenía que empezar por realizar determinadas reuniones que estaban prohibidas, emitir discursos que lo estaban igualmente, etc. Ello no quiere decir que hubiese que dejar el sindicalismo para más tarde. De hecho se hizo sindicalismo; pero el problema general y fundamental no era tanto la actividad sindical misma como los aspectos básicos del derecho a hacerla: los derechos de reunión, de comunicación, de expresión. Estos problemas se planteaban entonces de manera general e inmediata, y no sólo (como ocurre en mayor o menor medida casi siempre) en la forma de problemas concretos en el curso de la acción.

En tales circunstancias, no era posible la constitución de un órgano típicamente sindical, de un sindicato «clásico». Las CCOO se desarrollaron inicialmente como un organismo sin afiliación formal, con carácter «asambleario»; figura favorecida además por algunas particularidades de la coyuntura económica.

Pero, y aquí viene lo grave, esta situación, que era producto de una imposibilidad, no fue interpretada como tal, sino que fue teorizada en un sentido consejista.

Como tantas veces ha ocurrido en la historia, se tomó la necesidad por virtud. En vez de explicar sencillamente que aún no era posible constituir un verdadero sindicato de afiliación, se echó mano de tesis según las cuales la noción «tradicional» del sindicato debía ser «superada» en un sentido que se ejemplificaba mediante una descripción algo idealizante de las propias Comisiones. Aún en vísperas de la legalización, se contraponía el carácter de CCOO al del «sindicato tradicional», hablando de «la propia clase en su movimiento» o de la expresión «directa», «concreta» y «sintética» de «el propio movimiento de la clase», etc., todo ello contrapuesto a cualquier «componente unilateral» (entiéndase: afiliativa) de ese movimiento.

Evidentemente, es cierto que la afiliación constituye una «abstracción» con respecto a la «realidad concreta» de la clase. Pero, ya que se emplean conceptos del léxico especulativo, hágase entonces consecuentemente y reconózcase también lo que sigue: que la «realidad concreta», en principio, lo es solamente «en sí» y, por lo tanto, antes de cualquier proceso de organización, sea éste del tipo que fuere. Si ha de llegar a constituirse «para sí», ello será recomponiéndose a partir de la «abstracción», y, por cierto, de abstracciones sustancialmente más profundas que esa que se querría denunciar ya.

Empíricamente, la falsedad de las conceptuaciones que hemos mencionado se hizo patente tan pronto como fue posible la afiliación pública. Entonces, CCOO no tuvo otro remedio que convertirse en una de las varias organizaciones de ese tipo existentes. Pero esto se aceptó empíricamente y, por lo tanto, no fue acompañado de una revisión a fondo de los conceptos hasta entonces manejados. Ello se pagó con una considerable desorientación en cuanto a la naturaleza misma de la acción y la organización sindicales.

En el terreno de los conceptos, la pervivencia de la antigua conceptuación consejista se manifiesta en dos planos. Por una parte, en cuanto a la propia autocaracterizacíón de CCOO, que se define como un sindicato, sí, pero «de nuevo tipo». Y, por otro lado, también en la tendencia a proyectar sobre otros órganos (los comités de empresa) la antigua teorización. Así, si en 1976 Sartorius presentaba a las Comisiones como la expresión de «el propio movimiento de la clase», ahora, en 1979, el mismo dirigente sindical aplica reiteradamente la distinción entre «movimiento» y «organización» para interpretar las relaciones entre comités de empresa y secciones sindicales, de manera que los «organismos del movimiento» serían el comité y la asamblea, ellos realizarían «la síntesis», etc.; en otras palabras: casi todo el aparato conceptual que en 1976 aparecía referido a las Comisiones.

Quizá muy en contra de lo que se pretende, pero no por ello menos eficazmente, esa idea de hacer residir «organización» y «movimiento» en dos organismos distintos no puede dejar de favorecer la burocratización de aquel organismo que se concibe como «organización» y no como «movimiento», o sea: del sindicato.

Pero, en definitiva, ¿a qué viene toda esa preocupación por evitar un concepto llamado «tradicional» del sindicato?, ¿cuál es exactamente ese concepto?, ¿está efectivamente «superado»?, ¿en qué sentido? Tanto en un caso como en otro, ¿qué líneas de actuación resultan de la teoría?

II

Tradicionalmente, dentro del campo marxista, el sindicalismo (quiero decir: el sindicalismo que los marxistas propugnan) es entendido como la organización obrera de la lucha de clases al nivel más puramente objetivo, esto es: sin otra componente subjetiva que la necesaria para que el conflicto objetivo se riña organizadamente por parte de la clase obrera.

En su nivel objetivo, la lucha de clases en la sociedad capitalista se concreta en que el valor generado se divide en salario y plusvalía. La función de los sindicatos es, pues, según lo dicho, aumentar la parte de valor que se traduce en salario. Fundamentalmente, este aumento se compone de dos movimientos complementarios: incremento del salario y limitación de la jornada de trabajo.

Así entendida, la lucha sindical no sólo es «integrable» en el capitalismo, sino que, además, es necesaria en cierta manera para la realización de la propia estructura de la sociedad burguesa. Concretamente, es indispensable para que la categoría «valor de la fuerza de trabajo» adquiera una realidad material.

En efecto. La mencionada categoría sólo se realiza si el trabajador «vende en el mercado» su propia fuerza de trabajo, lo cual supone una capacidad contractual por ambas partes. Y esta capacidad no existe sin algún grado de organización sindical, ya que, si bien el capitalista se presenta como poseedor y, por lo tanto, su decisión de comprar es una opción en sus manos, el obrero individual, en cambio, se encuentra por definición en la necesidad

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