© 2006 por Grupo Nelson®
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
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Título en inglés: Grace for the Moment Volume II
© 2006 por Max Lucado
Publicado por Thomas Nelson, Inc.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Nueva Versión Internacional® NVI®
© 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso.
Diseñado por: The DesignWorks Group
Portada: David Uttley
Interior: Robin Black
Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-0-88113-076-8
ISBN: 978-0-71808-146-1 (eBook)
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Contents
Mis hijas ya hace tiempo que dejaron de hacer esto, pero cuando eran pequeñas solían celebrar mi regreso a casa. Jenna tenía cinco años y Andrea tres. Denalyn les avisaba y ellas iban corriendo hasta la ventana, apoyando sus naricitas y manos contra el vidrio que estaba paralelo a la puerta. Al detener el auto las veía: Andrea y Jenna, que le llevaba una cabeza en altura a su hermana, se apretaban contra el angosto marco. Al verme daban grititos de alegría. Saltaban y aplaudían. Casi pensaría uno que habían encendido un interruptor para que las niñas se movieran así. Ni siquiera Julio César tenía estas bienvenidas. Al abrir la puerta se me abrazaban a las rodillas e inundaban la entrada con una alegría que parecía tener la fuerza de un tsunami.
Su papá había llegado a casa.
Hace tiempo que no busco a Dios de esa manera. Pocas veces oigo truenos y pienso: ¿Será Dios ese? Hasta he dejado pasar uno o dos días sin siquiera mirar el cielo. Esto tiene que cambiar, mejorar. «Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3.2, NVI).
¿Por qué no bebemos una cucharada del agua de vida del manantial de gracia de Dios? Bebamos con ganas, para aplacar nuestra sed. Y bebamos de ella todos los días.
Max Lucado
¿Te has preguntado por qué Dios da mucho? Podríamos existir con mucho menos. Pudo habernos dejado en un mundo plano y gris; no habríamos sabido establecer la diferencia. Pero no lo hizo así.
Él salpicó de naranja el amanecer y limpió el cielo para que luciera azul.
Y si te gusta ver cómo se juntan los gansos, hay muchas posibilidades de que eso lo puedas ver también.
¿Tuvo Él que hacer esponjosa la cola de la ardilla? ¿Se vio obligado a hacer que los pajarillos cantaran? ¿Y la forma divertida en que las gallinas corren o la majestad del trueno que retumba?
¿Por qué dar a las flores aroma? ¿Por qué dar sabor a las comidas?
¿Podría ser que Él quiere ver todo eso reflejado en tu rostro?
Si nosotros hacemos regalos para demostrar nuestro amor, ¿cuánto más no querría hacer Él? Si a nosotros —salpicados de flaquezas y orgullo— nos agrada dar regalos, ¿cuánto más Dios, que es puro y perfecto, disfrutará dándonos regalos a nosotros?
Él escogió los clavos
Los ha llenado de gran sabiduría.
ÉXODO 35.35, NVI
Tú naciste preempacado. Dios miró tu vida entera, determinó tu misión, y te dio las herramientas para hacer el trabajo.
Antes de salir de viaje, tú haces algo similar. Al hacer las maletas, consideras las necesidades del viaje. ¿Hará frío? Incluyes una chaqueta. ¿Una reunión de negocios? No olvidar la computadora portátil. ¿Vas a pasar un tiempo con los nietos? Mejor que te lleves unos zapatos deportivos y unas tabletas para los dolores musculares.
Dios hizo lo mismo contigo. Joe investigará la vida de los animales… instalémosle la curiosidad. Meagan dirigirá una escuela privada… necesita una dosis extra de capacidad administrativa. Necesito que Eric consuele a los enfermos… debo incluir una dosis saludable de compasión. Denalyn se casará con Max… doble porción de paciencia.
Dios te empacó a propósito para un propósito.
Cura para la vida común
Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.
SALMO 23.4, NVI
«Tú estarás conmigo».
Sí, Señor, tú estás en los cielos. Sí, tú gobiernas el universo. Sí, te sientas por sobre las estrellas y haces tu hogar en lo profundo. Pero sí, sí, sí, tú estarás conmigo.
El Señor está conmigo. El Creador está conmigo. Jehová está conmigo.
Moisés lo proclamó: «¿Qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?» (Deuteronomio 4.7, RVR).
Pablo lo anunció: «No está lejos de cada uno de nosotros» (Hechos 17.27, RVR).
Y David lo descubrió: «Tú estás conmigo».
En algún lugar en la pradera, en el desierto o en el palacio, David descubrió que Dios hablaba en serio cuando dijo:
«No te dejaré» (Génesis 28.15, RVR).
Aligere su equipaje
Él rescata tu vida del sepulcro y te cubre de amor y compasión.
SALMO 103.4, NVI
Ya es hora de dejar que el amor de Dios cubra toda tu vida. Todos los secretos. Todas las heridas. Todas las horas de dolor, todos los minutos de preocupación.
¿Las mañanas que te despertaste en un lecho ajeno? Su amor las cubrirá.
¿Los años que rebosabas de orgullo y prejuicio? Su amor los cubrirá. Todas las promesas rotas, las drogas que consumiste, cada céntimo que robaste, cada insulto, cada palabra dura, cada maldición. Su amor cubre todo.
Permite que así sea. Descúbrelo con el salmista: «El que te corona de favores y misericordias» (Salmo 103.4, RVR). Imagínate un camión de la basura gigante lleno de amor. Tú estás detrás. Dios sube la plataforma y el amor comienza a deslizarse. Primero va despacio, después más y más rápido, hasta que quedas enterrado por completo. Su amor te cubrió por entero.
«Hey, ¿dónde estás?», pregunta alguien.
«Aquí, cubierto de amor».
Deja que su amor cubra todas las cosas.
Un amor que puedes compartir
El muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
LUCAS 7.15, NVI
Las plañideras fúnebres no hicieron que se detuviera. Ni tampoco la gran muchedumbre, ni el cuerpo del muerto sobre la camilla.
Fue la mujer: la expresión de su rostro y la rojez de sus ojos. Él se dio cuenta de inmediato de lo que sucedía. Ese que llevaban hacia las afueras era su hijo, su único hijo. Si alguien conoce el dolor que acarrea la pérdida de un hijo único, es Dios mismo.
Por tanto hizo lo que hizo: entró en acción. «No llores», le dijo a la madre. «¡Levántate!», le dijo al hijo. El muerto habló, el diablo huyó y la gente recordó esta verdad: Para aquellos que conocen al autor de la vida, la muerte no es más que el truco del hombre muerto en el simulacro de Satanás.
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