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Varios - Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 17

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Varios Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 17
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    Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 17
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    1971
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Los Grandes Enigmas Historicos De Antaño 17: resumen, descripción y anotación

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El 1.° de agosto de 1785, dos fragatas francesas, la Boussole y la Astrolabe, aparejan en Brest bajo el mando de La Pérouse. Esa expedición, cuyos planes fueron decididos personalmente por Luis XVI, tenía como objetivo descubrir islas y pueblos desconocidos en la región del Pacífico. Siete meses más tarde, La Pérouse llega a la isla de Pascua; y allí, junto con los artistas y los sabios que viajan a bordo de las dos fragatas, hace un preciso inventario de las estatuas gigantes que ha encontrado. Después de numerosas escalas y de múltiples peripecias, La Pérouse llega a Botany Bay. Ya estamos en el 26 de enero de 1788, fecha en que el navegante francés envía su último mensaje. A partir de ese día, reina el más completo silencio. Nadie sabe qué se hizo de La Pérouse y de sus compañeros, y ese misterio durará cuarenta años. ¿Habían naufragado? ¿Murieron luego, asesinados por los salvajes? Los restos de la Astrolabe no serán descubiertos hasta 1828, por Dumont d’Uriville. Pero muchos enigmas quedan todavía en suspenso. * * * El 25 de junio de 1876, el joven y brillante general americano Custer y los soldados del 7.° Regimiento de Caballería atacan a los indios sublevados de Sitting Bull. Se trata de la sangrienta batalla de Little Big Horn. Los soldados yanquis se verán aplastados por los sioux, Custer perderá la vida en di combate. Es una de las más espectaculares operaciones de la gran revuelta india. Pero para los yanquis la derrota de Little Big Horn no pasa de ser un accidente; poco a poco -no sin esfuerzo- los pieles rojas serán vencidos totalmente. «¿Un buen indio? - Es un indio muerto…» será un slogan común de ciertos militares. La gran revuelta india no tenía posibilidad de éxito; terminará en 1890, cuando, unos tras otros, hayan sido matados o capturados los últimos grandes guerreros sioux o cheyennes. * * * Bajo el reinado de Felipe IV el gobierno del país está en manos de validos y privados. Siguiendo la misma tónica de su padre, el monarca español se desentiende de los asuntos de Estado y deja la dirección de la política, tanto nacional como exterior, al libre albedrío de Hombres que, movidos por la ambición y limitados por el momento histórico que atraviesa el Imperio/ no serán sino torpes guías de unos reinos a la deriva. Obsesionado por el más allá y confundiendo las desgracias del Imperio con el castigo que merecen sus pecados, el pusilánime rey desahoga sus cuitas espirituales y preocupaciones políticas en una abadesa con la que mantendrá ininterrumpida correspondencia a lo largo de muchos años. Se plantea el dilema de saber si, como algunos, Sor María de Agreda jugó el papel de «valido» del rey o si, por el contrario, la importancia de esta mujer no reside en otra cosa que en ser consejera espiritual de un monarca atormentado.

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Notas

[1] El caballo será cuidado y guardado como el más valeroso de los guerreros. Nadie lo montará en adelante. Se curará de sus heridas, será puesto en los efectivos de reserva del 7.° regimiento de caballería y des¬liará con él en cada ocasión memorable, hasta su muerte, a la edad de treinta años. Su cuerpo, tratado por los cuidados de los especialistas de la Universidad de Kansas, será expuesto luego en el Dyche Museum de la ciudad de Lawrence, en donde todavía hoy puede vérsele.

[2] En el Viaje a América.

Varios Autores

LOS GRANDES ENIGMAS HISTÓRICOS DE ANTAÑO 17

La desaparición de La Pérouse

*

La rebelión india

*

Felipe IV y Sor María de Agreda

con la colaboración de:

Pierre Guillemot

Jean Lanzi Pedro

José Cascajosa

Introducción

El 1.° de agosto de 1785, dos fragatas francesas, la Boussole y la Astrolabe, aparejan en Brest bajo el mando de La Pérouse. Esa expedición, cuyos planes fueron decididos personalmente por Luis XVI, tenía como objetivo descubrir islas y pueblos desconocidos en la región del Pacífico.

Siete meses más tarde, La Pérouse llega a la isla de Pascua; y allí, junto con los artistas y los sabios que viajan a bordo de las dos fragatas, hace un preciso inventario de las estatuas gigantes que ha encontrado.

Después de numerosas escalas y de múltiples peripecias, La Pérouse llega a Botany Bay. Ya estamos en el 26 de enero de 1788, fecha en que el navegante francés envía su último mensaje. A partir de ese día, reina el más completo silencio. Nadie sabe qué se hizo de La Pérouse y de sus compañeros, y ese misterio durará cuarenta años. ¿Habían naufragado? ¿Murieron luego, asesinados por los salvajes?

Los restos de la Astrolabe no serán descubiertos hasta 1828, por Dumont d’Uriville. Pero muchos enigmas quedan todavía en suspenso.

* * *

El 25 de junio de 1876, el joven y brillante general americano Custer y los soldados del 7.° Regimiento de Caballería atacan a los indios sublevados de Sitting Bull. Se trata de la sangrienta batalla de Little Big Horn. Los soldados yanquis se verán aplastados por los sioux, Custer perderá la vida en di combate. Es una de las más espectaculares operaciones de la gran revuelta india. Pero para los yanquis la derrota de Little Big Horn no pasa de ser un accidente; poco a poco —no sin esfuerzo— los pieles rojas serán vencidos totalmente. «¿Un buen indio? — Es un indio muerto...» será un slogan común de ciertos militares. La gran revuelta india no tenía posibilidad de éxito; terminará en 1890, cuando, unos tras otros, hayan sido matados o capturados los últimos grandes guerreros sioux o cheyennes.

* * *

Bajo el reinado de Felipe IV el gobierno del país está en manos de validos y privados. Siguiendo la misma tónica de su padre, el monarca español se desentiende de los asuntos de Estado y deja la dirección de la política, tanto nacional como exterior, al libre albedrío de Hombres que, movidos por la ambición y limitados por el momento histórico que atraviesa el Imperio/ no serán sino torpes guías de unos reinos a la deriva.

Obsesionado por el más allá y confundiendo las desgracias del Imperio con el castigo que merecen sus pecados, el pusilánime rey desahoga sus cuitas espirituales y preocupaciones políticas en una abadesa con la que mantendrá ininterrumpida correspondencia a lo largo de muchos años.

Se plantea el dilema de saber si, como algunos, Sor María de Agreda jugó el papel de «valido» del rey o si, por el contrario, la importancia de esta mujer no reside en otra cosa que en ser consejera espiritual de un monarca atormentado.

La desaparición de La Pérouse

El día primero de agosto de 1784, cuatro Hombres están reunidos en el gabinete real, cuyas ventanas se abren sobre las frondas de Versalles. Con todos los esplendores del estío, los jardines de Le Nótre tienen sus tapices suntuosos hasta el espejo deslumbrante bajo el sol, del Gran Canal.

Son cuatro Hombres con destinos diferentes, pero todos han legado sus nombres, con títulos igualmente distintos, a la historia de Francia.

El rey Luis XVI cumple, en ese 1784 precisamente, los treinta años. Hace diez que reina. Bajo el chaleco de satín claro ya aparece la gordura que, menos de nueve años después, resaltará en la figura trágica del que ha de subir al cadalso.

Habrá que esperar el paso de muchos años antes de que se haga justicia a las verdaderas cualidades de ese infortunado soberano. Al evocar aquel día de verano se impone el recuerdo de lo que escribiría La Varende:

«El pobre Luis XVI es uno de los pocos príncipes nuestros que se dedicó realmente a la Marina. Pudo ser un Hombre de carácter vacilante y tímido, pero cuando se trataba de la escuadra y del mar, ya no mostraba defectos.

»A Luis XV le gustaba refugiarse en el más reducido de sus apartamentos para distraerse con atlas y relatos de viajes; pero su nieto no quiso que su afición por la Geografía permaneciera estéril. Se le ha llamado «Restaurador de la Marina», y de ser las circunstancias sólo un poco más favorables, Francia hubiera conquistado con él un puesto que Luis XIV no supo darle.»

En aquel día, sentado en una butaca junto a la mesa de despacho del rey, el mariscal de Castries participa en la reunión con la autoridad que le confieren sus elevadas funciones y un gran apellido de la aristocracia francesa. Es entonces ministro de Marina, muy competente y eficaz; emigrará después, cuando la tormenta revolucionaria, y mandará, en contra de Francia, una armada extranjera. En ese año, tiene cincuenta y siete.

En pie junto al vano de una ventana, monsieur Claret de Fleurieu está conversando con el marqués de Condorcet. A los cuarenta y seis años, Fleurieu es director general de Puertos y Arsenales. Napoleón I le hará conde. Ese alto funcionario, de gran inteligencia y todavía de mayor lucidez, tiene plena conciencia de la imperiosa necesidad de ampliar el campo de los conocimientos y de los descubrimientos humanos. Legará a la posteridad una Historia general de las Navegaciones.

Condorcet tiene entonces cuarenta y un años. Además de Inspector general de Monedas, es miembro y secretario perpetuo de la Academia de Ciencias. París le verá tomar asiento en la Constituyente y en la Asamblea Legislativa, de la que un día será Presidente. Con incomparable elevación de espíritu, organizará la Educación nacional. Pero, víctima de vicisitudes políticas, sufrirá de proscripción con los girondinos y, diez años después, se envenenará en su celda para escapar de la guillotina.

El mariscal de Castries ha felicitado al rey por el gran proyecto del que es alma, y por la elección del Hombre a quien se va a confiar su realización. Verdad es que el propio Castries había recomendado a ese Hombre y también hizo lo mismo Fleurieu. Por otra parte, tampoco necesitaron esforzarse mucho para persuadir al soberano, que ya tenía formada su opinión sobre él.

Entonces Luis XVI hace sonar un timbre y ordena al lacayo que aparece:

—Haced pasar a monsieur de La Pérouse.

El oficial de Marina que entra momentos después en el gabinete, dirigiendo una profunda reverencia al rey de Francia, sólo tiene cuarenta y tres años. Sin embargo ya hace veintiocho que sirve al pabellón con flores de lis. Juan-Francisco de Galaup nació en Albi, el 23 de agosto de 1741. Su padre, Victor— Francisco de Galaup, y su madre, Margarita de Res seguir, añadieron a su apellido el nombre de unas tierras en las cercanías de la ciudad, que formaban parte de sus heredades: La Peyrouse.

Bajo la empolvada peluca, muestra un rostro redondo, abierto y agradable. Su mirada directa brilla con el inagotable interés que le inspiran las cosas de la vida. Con la soltura que da la costumbre, viste el uniforme de su cargo, rojo, con redingote azul bordado en oro y charreteras doradas. La Pérouse es capitán de navío.

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