Segunda ed. revisada y aumentada
© Manuel Fernandez Alvarez
1983, Editora Nacional, Madrid (1ª ed.)
©1989, Editorial Gredos, Madrid
ISBN: 9788424913915
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Editor digital: SnrB
A María Aurora, in memoriam
INTRODUCCIÓN
EL MARCO EUROPEO
Buscando el efecto retórico y en una apretada síntesis, pondríamos este período que va desde los tiempos de Jorge Manrique hasta la muerte de Calderón de la Barca, como el de la pugna por la libertad, en contra de la opresión monárquico-señorial. En otras palabras, empieza ya la lucha de la burguesía por hacerse con el poder. No por todas partes, o no en todas partes, con igual eficacia, pero sí como una tendencia de lo que será el futuro. Entre las diversas posibilidades que se abren, esa será la más prometedora. Y no sólo en el terreno político y económico, sino también en el social y en el ideológico. En la Historia Universal es una época que está marcada por el hecho del nacimiento, desarrollo y decadencia del primer imperio de los tiempos, modernos: el español. Un magno acontecimiento cumplido en un período breve de tiempo entre el reinado de los Reyes Católicos y el de Carlos II.
Durante este período, toda Europa se lanza a la búsqueda de nuevas formas políticas. Las estructuras de cuño medieval han quedado inoperantes, frente a los nuevos problemas que brotan en cada momento. Los pueblos mantienen una interconexión cada vez más estrecha. La misma amenaza turca desde Levante fuerza a la Cristiandad a pensar y a actuar como un solo bloque, aunque no siempre con la eficacia deseable. La perspectiva de ricas posibilidades en Occidente, en cambio, le lanza a una carrera de incursiones náuticas y de tanteos coloniales, en la que los pueblos de la Península Ibérica se muestran, a lo largo del Renacimiento, como más eficaces. Es cierto que persisten formas políticas tradicionales, como la Ciudad-Estado, a escala regional —sobre todo en el ámbito italiano—, y el Estado supranacional; pero apunta ya, con verdadera fuerza, la forma política nacional que se aglutina bajo el poder del Príncipe. Un Estado con las notas de nacionalista y autoritario, que le dan un aire agresivo. Su propio engrandecimiento está condenado a forjarse a costa de sus vecinos más inmediatos, con la consiguiente secuela del recelo, constante forjador de intrigas internacionales. Se suceden las alianzas matrimoniales y las guerras dinásticas. Y ya, antes de que Maquiavelo lo formule en su obra cumbre (El Príncipe), los nuevos soberanos llegan a la conclusión de que la política tiene sus propias leyes, que no han de sujetarse a la moral más que en la medida de la propia conveniencia. Porque uno es el objetivo primordial: mantenerse a toda costa en el poder. El prestigio, junto con la razón de Estado, serán las normas que prevalezcan. Toda la elocuencia de Erasmo de Rotterdam no conseguirá apartar a los monarcas del afán de lograr la gloria de las armas. Y no es sólo orgullo o vanidad, ni había que mirar a la Antigüedad para encontrar ejemplos válidos, pues cada año traía la prueba de que la guerra hacía y deshacía imperios, cuanto más naciones. La consigna, pues, la eterna consigna era que había que estar preparado para la guerra, y la mejor manera de prepararse era practicándola.
Todo ello es muy costoso y está por encima de las posibilidades de la vieja nobleza feudal. Por otra parte, el Príncipe quiere sobresalir, liberarse del cerco nobiliario, buscando el apoyo entre sus propios colegas de oficio.
El período es lo suficientemente amplio como para que se pueda observar una evolución entre el siglo XVI, de monarquías autoritarias y de reyes casi absolutos (Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra, Carlos V de España y, por supuesto, Solimán el Magnífico en Turquía), y el siglo XVII en el que se aprecia en principio una refeudalización —la famosa «traición de la burguesía», a la que alude Braudel—, con la tendencia señorializante de las clases medias, en particular de la burguesía enriquecida durante el período del Renacimiento tardío. Después se dibujan dos corrientes: la revolucionaria, que se impone en Inglaterra, y la del pleno absolutismo, que triunfa en Francia.
Esas diferencias, entre siglo y siglo, también se aprecian en el panorama internacional. El siglo XVI es aquel en el que toma cuerpo el primer imperio de los tiempos modernos, a escala intercontinental: el Imperio hispano. Ahora bien, se ha dicho reiteradas veces que el Renacimiento es también la época de las monarquías nacionales. Y como tal, con su nota de agresividad, en particular entre la nación que personifica el empuje imperial —España— y la que mejor encarna la nota nacional, esto es, Francia.
Ahora bien, si España sigue la línea general del siglo, en el siglo XVI, con la nota autoritaria que dan los Austrias Mayores, tanto Carlos V como Felipe II, no así la del siglo XVII, pues en él no se aprecia ni la vitalidad de las Cortes —al modo del Parlamento inglés—, ni la fuerza de la Corona, tal como lo venía haciendo la Francia de Richelieu, de Mazarino y de Luis XIV. Quizá el hecho de haberse producido una revolución prematura en el Quinientos, con el alzamiento de las Comunidades (aniquiladas por la coalición de la Corona con la Grandeza) trajo consigo que las Cortes quedaran definitivamente sometidas, con grave quebranto para el normal funcionamiento del sistema constitucional español. Y en el siglo XVII, un trono sin ninguna limitación eficaz en su arbitrario poder, caerá en manos indolentes, que no sabrán deshacerse del asedio del valido de turno. Resultado, un profundo desprestigio, que redundará en la decadencia general, con la derrota en el exterior y con la pérdida de la unidad peninsular, que era la mejor herencia que había dejado Felipe II.
Es un período largo —unos dos siglos— marcado por sucesos de verdadera importancia. Es la época que va del tardío Renacimiento al Barroco. En él se suceden los grandes descubrimientos geográficos, que maravillaban a los contemporáneos del mismo modo que los viajes interplanetarios nos lo hacen a nosotros. Llega un momento en que se espera oír las cosas más fantásticas. Por eso cuando Tomás Moro se encuentra con un marino en Brujas, espera que le hable «de tierras y hombres incógnitos». Allí nacería la Utopía, el ensayo más bello del humanismo nórdico.
Grandes descubrimientos que también hay que apuntar a la técnica, desde el fabuloso regalo de la imprenta, el logro de Gutenberg, a mediados del siglo XV, hasta el del telescopio, que permitirá afianzar la revolución científica del Barroco.