Título original: NO ME JUDAS SATANAS!!, publicado en Popular1 #235, mayo de 1993
César Martín, 1993
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Decía un lector en el Correo del mes pasado que Elvis no puede ser considerado Rey del glam porque era demasiado macho para merecer el título. Eso no es del todo cierto. Elvis odiaba a los homosexuales, O.K., no lo voy a negar, los que convivieron con él afirman que tenía aversión a todo aquel que mostraba tendencias homos. Sin embargo se rumorea que el Rey siempre deseó ser mujer, y hay quien asegura que le inyectaron hormonas femeninas, así que no debía ser tan macho después de todo. En mi opinión Elvis ha pasado a la historia como el indiscutible Rey del glam, de no ser por él dudo que Gary Glitter y otros glam rockers se hubiesen atrevido algún día a subirse a un escenario exhibiendo sus lentejuelas con orgullo. Lo que ocurre es que los glammys no solo han tenido un Rey, sino también una Reina, y ahí es donde entra nuestra estrella de este mes: el fascinante e inigualable Little Richard. Sería injusto adjudicarle todos los méritos a Elvis. El Rey aportó la imagen chulesca de cómic (“Leader of the gang” debería estar dedicada a él), las lentejuelas y esas cosas; mientras que la Reina puso el toque femenino de putón verbenero: los maquillajes, los peinados extravagantes, la ambigüedad sexual, etc. Convirtiéndose en la influencia más directa de Ziggy, Bolan y los Dolls. Si en los 70’s la imagen de los glammys escandalizó a la gente, ¡imaginaos lo que debió suponer la aparición veinte años antes de un sujeto que se pintaba los ojos y que no ocultaba su naturaleza bisexual! Dicen que cuando Elvis llegaba a un estado las madres debían esconder a sus hijas, y cuando era Little Richard quien se presentaba con toda su troupe, eran los hijos los que corrían peligro, y desde luego no es un comentario gratuito. El que se sienta impresionado por las salidas de tono gays de Morrissey o del mierda de cantante de Suede, debería escarbar en la leyenda de Little Richard, y seguro que se llevaría más de una sorpresa.
César Martín
Little Richard
NO ME JUDAS SATANAS!! - 235
ePub r1.0
Titivillus 27.09.2020
Little Richard
1960. Estados Unidos. Olvidad el Rock’n’Roll, los grandes escenarios, el glamour, los fans histéricos… estamos en unos aseos públicos, un lavabo para hombres, aquí no hay Reyes, ni Reinas, ni charts, ni nada de eso, la gente simplemente viene a aliviar sus necesidades. Unos defecan, otros orinan y… hay quien se dedica a mirar. En realidad sólo hay un tío que esté mirando, es un negro, tiene pinta de afeminado y ya lleva un largo cuarto de hora tocándose el pene mientras observa la acción que le rodea… pero, un momento… ¡es clavadito a Little Richard!… imposible, ¿qué diablos iba a hacer Little Richard masturbándose y contemplando como orinan todos esos tipos?, la escena es bochornosa. De pronto, dos de los individuos que el mirón observaba con pasión, guardan sus penes, sacan dos porras y comienzan a pegarle en la cara. Los periódicos sensacionalistas acaban de conseguir otra gran historia para encabezar sus primeras páginas.
Sí, efectivamente, el voyeur en cuestión era Little Richard, los individuos ocultaban unas preciosas placas de poli bajo sus ropas de paisano y el incidente dio pie a un buen número de espectaculares titulares de prensa. Es sólo un escándalo, uno de tantos en la agitada y tempestuosa vida de la gran loca del Rock’n’Roll. Richard es la estrella más atípica y pasada de vueltas de los 50. En una era dominada por rock’n’rollers como Jerry Lee, Chuck Berry, Elvis, Gene Vincent & Co. que se abrían camino a hostia limpia, ahí estaba Little Richard luciendo modelitos amariconados, pintándose la cara como una furcia y persiguiendo a todos los jovencitos bien dotados que se cruzaban en su camino. No sorprende descubrir historias de sexo, violencia y drogas en la trayectoria de los grandes mitos de los 50, todos tienen correrías sucias en su pasado. Pero ¿homosexualidad?, ¿bisexualidad?, ésa ya es otra cuestión. Cuando “Tutti Frutti”, “Long Tall Sally” y “Riv it up” comenzaron a martillear en las radios de toda la nación, Richard Penniman demostró que en el Rock’n’Roll no sólo había lugar para los supermachos. La historia de Richard tiene puntos en común con las vidas de otros monstruos de la época. Su eterna adicción al sexo y su curiosa obsesión por contemplar a gente orinando le emparentan directamente con Chuck Berry; su costumbre de organizar fastuosas orgías sexuales y terminar muchas veces ejerciendo simplemente de espectador es algo que también divertía a Elvis; su locura con la religión y sus ansias por ser predicador conectan con las famosas neuras de Jerry Lee; y en cuanto a sus excesos con las drogas, pues, ya sabéis, todos sus colegas de generación pasaron por lo mismo antes o después. Lo que diferencia radicalmente a Richard de los demás son sus coqueteos con el mundo homo. Si montaba una orgía con mujeres, podía invitar sin problemas a Buddy Holly, como de hecho hizo en más de una ocasión, pero cuando le apetecía caminar por aguas pantanosas, bueno, ahí estaba solo; ni siquiera los músicos de su grupo compartían su interés por el tema. A lo largo de su vida ha atravesado toda clase de etapas. Pasó de ser bisexual declarado a homosexual radical, y de ahí a onanista enloquecido, para entregar poco después su alma a Dios, convertirse en responsable y amante esposo, y volver a las andadas después, repitiendo el ciclo de nuevo. Ni tan siquiera salió victorioso del intento de salvar su alma internándose en un monasterio y dedicándose a lavar los pies de sus semejantes como un buen cristiano. Little Richard siempre fue malo (“Superbad!!”, como diría su paisano James Brown), y no hay salvación posible para él, como tampoco la hubo ni la habrá jamás para Jerry Lee y Jimmy Swaggart. Richard es una de las pocas estrellas rockeras que renunciaron a su éxito justo cuando la fortuna les sonreía. Su etapa dorada es extraordinariamente corta, se inicia a finales del 55 con la grabación del mega-hit “Tutti Frutti” y concluye en el 57, cuando el propio Richard se da cuenta de que está siendo manipulado por el diablo y opta por colgar las plumas y apartarse de las malas tentaciones.
Little Richard irrumpió en el mundo del show-business como un torbellino. Tras pasar muchos años recorriendo el país de una punta a otra actuando con toda clase de gente, esa canción le catapultó a la cima del negocio y le ayudó a encontrar su estilo. Richard tardó en aprender a sacar lo mejor de sí mismo en el estudio. Sus primeras sesiones de grabación fueron un fracaso, no sabía cantar sin público y se sentía cohibido. Con “Tutti Frutti” todo cambió, el divo se atrevió por primera vez a aullar en el estudio tal y como lo hacia en directo, y ése fue su pasaporte al estrellato. Richard se amoldó enseguida al éxito, tenía tablas y experiencia, y estaba respaldado por la mejor banda rockera de América. Sería imposible aclarar si, a nivel estrictamente musical,